- Camila Parker, Carlos III, Gutsavo Petro e Isabel Díaz Ayuso; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.
Camila Parker
La semana ha sido pródiga en acontecimientos. Deberíamos empezar por el final, cuando Camila, la mujer en su día más odiada de Inglaterra llegó a convertirse en reina. Al hombre de su vida, Carlos, le había llegado el turno tras los 70 años de reinado de Isabel II. Ella dejó de ser la mala del cuento y él, que siempre supo conjugar su vena campestre con la elegancia de los tejidos ingleses, se acababa de convertir en Carlos III.
Pero todavía es pronto para hablar de eso. Mientras Carlos III dedicaba el último pensamiento a su madre, las estadísticas hacían saber que sólo tres de cada diez británicos consideran a la monarquía «muy importante», el porcentaje más bajo de las últimas décadas. Sin embargo, el 58 % de la opinión pública prefiere la monarquía a un jefe de Estado electo.
Por primera vez en mucho tiempo, ayer los británicos (y no sólo los que se echaron a la calle para jalear el paso de la carroza) se mostraron parcos en entusiasmo, cosa que no sucedió con la coronación de Isabel II, la mamá de Carlos, que fue coronada cuando su tierno hijo cumplía cuatro años.
Carlos y Camila han tenido que esperar mucho tiempo para ser reyes. Sobre todo, Carlos. A él parecía que no le iba a tocar nunca. Camila llegó más tarde a la historia después de una larga transición de amante furtiva a reina coronada. Mientras ejerció de novia temporal del chico de los Windsor fue una chica que interpretó con desparpajo su papel de la otra: rústica pero divertida. Así era ella. El campo siempre se le dio bien. Le gustaba ir a por setas para llevárselas a su abuela en una cesta, como caperucita.
Carlos III de Inglaterra
Después del largo reinado de Isabel II (setenta años, que se dice pronto) empieza el irremediablemente corto reinado de Carlos III. Corto y largo son unidades de medida aleatorias No es que los ingleses le deseen al monarca una vida corta, pero es lo que le ha tocado con los setenta y tres años que lleva a cuestas. Mientras vivió su madre, el ya coronado monarca hubo de escuchar con frecuencia que nunca llegaría a reinar. A punto estuvo de que fuera así, pero el destino por una parte, y los achaques de su querida madre por otra, contribuyeron a prolongarle un poco su estancia en la vida.
De momento la edad no ha sido impedimento para otorgarle el privilegio de inaugurar una nueva era de la Monarquía británica. Ahora Carlos ya puede respirar tranquilo. Su coronación pasará a la historia como el golpe de suerte que le ha permitido llegar a Rey con todas las canas puestas y una salud más o menos envidiable. Por poco no llega al trono. Pobre Carlos. Un poco más y no llega al trono. A punto estuvo de quedarse a mitad de camino, pero el amor le echó un cable. El día de ayer marcará un hito imborrable en su calendario vital. Carlos y Camila ya pueden inaugurar el cuaderno de batallitas para brindárselo a sus nietos. Seguro que juntan más páginas que la Enciclopedia Británica.
Después de la sobredosis de coronación televisada (casi toda, pues el momento de la unción se oculta al público desde siempre), soñé anoche con carrozas de cuento, capas de armiño y joyas de la Corona. Por cierto: la carroza preferida de Carlos aparecía en el sueño por los caballos que tiraban de ella, no por el aire acondicionado y las ventanillas eléctricas que le pusieron sus fabricantes australianos hace once años. Los reyes son partidarios de este moderno carruaje por su comodidad. En cambio, suelen evitar el carruaje dorado, hecho expresamente para el cincuenta aniversario de Isabel II, pues siendo una carroza ostentosa, la soberana la aborreció porque le zarandeaba el cuerpo y se lo dejaba maltrecho.
[Carlos III, coronado rey de Inglaterra en una ceremonia histórica ante más de 2.000 invitados]
De las dos coronas usadas ayer en la ceremonia, la de San Eduardo y la imperial, aquella sólo se utilizó en el momento puntual de la coronación (2,23 kg) y ya no volverá a ponérsela nunca. Carlos salió de la Abadía de Westminster con la corona imperial, que pesa la mitad de la otra y es la que usará habitualmente en actos oficiales como la apertura del Parlamento.
Según lo previsto, el evento concentró verdaderas masas de turistas y ciudadanos londinenses agitando banderolas y aplaudiendo a todo lo que se movía en coche por la ruta procesional de los invitados. Carlos, hombre apacible y moderado, había apostado por evitar los excesos y no estoy segura de que lo consiguiera. En su país tiene fama de difícil, especialmente con sus colaboradores. Fuera de casa, seguro que cae bien a todos. Es ecologista, le gusta la arquitectura, y además, juega al polo y hace mermeladas caseras.
Gustavo Petro
Mientras en Londres avanzaban los preparativos de la coronación, aquí nos esmerábamos para recibir al presidente de Colombia. Gustavo Petro, que en sus tiempos de juventud fue aguerrido guerrillero del M-19, viajó a España acompañado de su esposa y con un grupo de ministros del Gobierno. Total: empatizó con los Reyes, habló en el Congreso, se peleó con los de Vox y se dejó condecorar con la gran cruz de Isabel la Católica después de hablar públicamente del «yugo colonial de España». En fin: luego se fue por donde había venido.
El protocolo de La Casa Real española hizo saber al presidente colombiano y a sus acompañantes, que con ocasión de la cena de Estado, a celebrar en el palacio de Oriente, los caballeros deberían vestir riguroso frac, a juego con la indumentaria de la representación española. Pero este hombre de izquierdas, poco amigo de los atavíos ceremoniosos, se pasó el requerimiento por el arco del triunfo y apareció con chaqueta y corbata que es su traje de faena de cada día. Hombre de carácter respondón, no tuvo que hacer esfuerzos para argumentar que el frac era una prenda propia de las élites antidemocráticas y que no se sentía cómodo vistiéndolo. Por el contrario, no mostró ningún reparo en el uso del Rolls-Royce puesto a disposición de la pareja presidencial para su traslado al Palacio de El Pardo, su lugar de residencia durante la visita de Estado, así como para sus desplazamientos por Madrid.
Isabel Díaz Ayuso
La mañana del 3 de mayo, que es el que sigue al 2, muchos ciudadanos amanecimos como si hubiéramos vivido una pesadilla, cuyo personaje central era la presidenta de la Comunidad de Madrid y su misión en la vida que, según ella misma dice, consiste en pararle los pies a Sánchez, representado esta vez en la persona del ministro Félix Bolaños. Yo misma, antes de atizarme el lormetazepam de cada noche, tuve la impresión de que mientras dormía, estallaban en el aire los fusilamientos de Moncloa y se propagaba el pánico por todas partes. Sucedió entretanto que un colega circunspecto y madrugador dio comentar el sainete del día anterior en la Puerta del Sol con gran estrépito de carcajadas por parte del público asistente.
[Alejandra Blázquez, la jefa de protocolo de Ayuso que ha plantado cara a Bolaños: «Bajo ningún concepto»]
El dictamen del tertuliano (Javier Aroca) fue a más y se hizo verbo, mientras en otras emisoras los comentadores de lo ocurrido en la fiesta del Dos de Mayo también se empleaban a fondo. La cosa vino a sonar más o menos como sigue: «Lo que ocurrió en Madrid fue la performance de una auténtica catetada. Más de uno tenía que haber acabado en el cuartelillo». Puede que el colega tuviera razón. Aquel día, todas las cadenas de televisión ofrecieron una y otra vez la función «El ministro y la presidenta», un título con éxito de crítica y público. Si la cosa sigue y tanto Moncloa como Díaz Ayuso persisten en la idea de no dar su brazo a torcer, el sainete puede acabar en Netflix y sus protagonistas obtener premios en Zaragoza y en Tarrasa, en Helsinki y en Tokio, como diría Yolanda Ramos, que trasciende la categoría de actriz de reparto.
Hablando de actrices de reparto: la mejor fue Alejandra Blázquez, jefa de Protocolo de la Comunidad de Madrid. O sea, el largo brazo de Ayuso, que se hizo famoso en su inesperada función de barrera infranqueable para el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, cuando este quiso ocupar un lugar en la tribuna de autoridades que iban a presenciar el desfile militar en la Puerta del Sol con motivo del Día de la Comunidad.