Ignacio Varela-El Confidencial
Ante tantos achaques, agrupémonos en torno a las dos figuras prestigiosas que nos quedan: en la ciudad de Madrid, todos con Carmena. En la Comunidad de Madrid, todos con Gabilondo
Para no perder sus arraigadas costumbres, la izquierda madrileña se ha metido en un lío colosal en el momento más dañino. Los infortunados votantes progresistas de la capital y aledaños están a punto de cortarse las venas ante el grotesco espectáculo de sus supuestos líderes, que a ratos parecen más bien topos pagados por el enemigo. Si esto sigue por donde va, la abstención de la izquierda en las urnas del 26 de mayo batirá todas las marcas.
Cuando la rocosa derecha capitalina se parte en tres, la izquierda, para no ser menos, se divide en cuatro (de momento). Eso se llama pundonor sectario: nadie puede pretender ser más fragmentador, cainita y divisivo. Y más suicida.
El PSOE, desaparecido de la vida municipal durante cuatros años (con benevolencia en la cuenta), anda como alma en pena buscando alguien con cara y ojos que acepte encabezar su lista para el ayuntamiento. En una segunda edición de aquel sainete de 2007 que acabó con Miguel Sebastián masacrado por Gallardón, Sánchez va ofreciendo el dorsal a primeras figuras de la escena, que lo rechazan como si se tratara de un bocadillo de cianuro.
La primera ocurrencia, que se sepa, fue sugerir a Manuela Carmena como candidata socialista. Lo que suponía rubricar su gestión como alcaldesa y admitir que nadie de su partido podría competir con ella. Tras, supongo, no pocas cavilaciones, Sánchez llamó a Rubalcaba, que lo envió a donde merecía. Quién sabe cuántos nombres más de notables habrá barajado y cuántos habrán rehusado el honor (¿o el horror?). Se dice que terminará sacrificando a alguna ministra desconocida para hacerla cargar con el mochuelo.
Lo cierto es que el PSOE participa en la reñida competición por el farolillo rojo en la capital. Las casas de apuestas (perdón, de encuestas) lo colocan en cuarta o quinta posición, y ya resultaría un éxito repetir el 15% del inefable Carmona en 2015.
Para ser históricamente justos, no es cierto que hace tres años Podemos se subiera al carro de Manuela Carmena. Más bien lo contrario: la semiolvidada jueza emérita se encaramó a la ola del partido entonces emergente, que estaba en el pico de su escalada social y electoral. Si ella se hubiera presentado a la alcaldía por su cuenta, su resultado habría sido peor que paupérrimo.
No es cierto que Podemos se subiera al carro de Carmena. Al contrario. Si ella se hubiera presentado por su cuenta, su resultado habría sido paupérrimo
Fue llegar a la alcaldía y cambiar las tornas: ella se convirtió en la estrella de la función y el partido que la sacó del retiro y la encumbró pasó a parecer un enjambre de ‘aparatchiks’ dedicados a obstaculizar el contacto de la heroína con eso que ellos llaman ‘la gente’. Iglesias debería saber —él más que nadie— que jamás hay que fiarse de los viejos comunistas, aunque vayan de abuelitas despistadas.
Íñigo Errejón se vengó de dos años de humillaciones conjurándose con la alcaldesa para reventar desde dentro el partido que ayudó a fundar. Es asombrosa la facilidad con que ese político ha vendido, incluso a personas de gran sapiencia, la imagen de joven promesa moderna y razonable frente al Pablo hostil y radical. Lo cierto es que no hay nada moderno ni razonable en el juego de tronos de los morados: Iglesias representa la tradición leninista de toda la vida y Errejón es el más conspicuo importador a España del rancio populismo latinoamericano teorizado por Laclau. Falta el enlace con el viejo anarquismo ibérico, que quizá encarnaría Teresa Rodríguez.
Mientras, Izquierda Unida no sabe bien qué pinta en semejante merienda de negros. Garzón desmontó su chiringuito para entregárselo a Iglesias; ahora se ve pillado en una bronca ajena que no le va ni le viene, pero lo arrastra igualmente a la bancarrota.
Podemos es un partido nacido y criado en Madrid. Se gestó entre la Puerta del Sol y la Facultad de Políticas de la Complutense, todo su cuadro fundacional ejerce en la capital y aquí tuvo siempre su principal fortaleza. En realidad, nunca dejó de ser un partido de Madrid rodeado de una confederación de confluencias periféricas; entre todos crearon la ‘galaxia Podemos’. Si Podemos desaparece de Madrid, desaparece de España. Quedará la galaxia, pero el núcleo principal se habrá evaporado. Por eso la idea de no comparecer en la capital es tan temeraria como si el PNV se ausentara en Vizcaya.
La flota de la derecha, partida en tres y con el buque principal (PP) seriamente averiado, se dispone a hacerse con los dos gobiernos sin despeinarse
En todo caso, el panorama es negro de toda negritud. La flota de la derecha, partida en tres y con el buque principal (PP) seriamente averiado, se dispone a hacerse con los dos gobiernos, el de la capital y el de la comunidad, sin apenas despeinarse. Tras el de Andalucía, sería el segundo gran obsequio.
Si en la presuntuosa izquierda madrileña quedara un poco de sentido común y valentía estratégica, alguien lanzaría la siguiente propuesta: señores, hagamos de la necesidad virtud y de la debilidad fortaleza. No volveremos a tener a la derecha fragmentada como ahora. Está comprobado que en las elecciones territoriales el valor de las siglas es relativo (sobre todo cuando las siglas son campo de batalla). Ante tantos achaques, agrupémonos en torno a las dos figuras prestigiosas que nos quedan: en la ciudad de Madrid, todos con Manuela Carmena. En la Comunidad de Madrid, todos con Ángel Gabilondo. Sabemos que todos los apoyaríamos si alguno de ellos llegara por milagro a poder gobernar, así que dejémonos de pendejadas y hagámoslo desde el principio.
Se trata de dos independientes. Una candidatura construida en torno a ellos tendría garantizado de saque un 40% del voto y muchos puntos de ventaja respecto a la primera de las ‘tres derechas’. Es probable que no alcanzaran escaños para gobernar, pero quedaría un bloque opositor respetable en lugar de la deshonrosa desbandada que vendrá por el otro camino. El electorado progresista de Madrid quizás encontraría un motivo para salir de la depresión y activarse. Y aunque la propuesta naufragara, quien la lanzase obligaría a los demás a justificar su negativa.
Es probable que no alcanzaran escaños para gobernar, pero quedaría un bloque opositor respetable en lugar de la deshonrosa desbandada
Por lo demás, Sánchez se ahorraría la paliza en las municipales de Madrid, avanzando a la vez en su acariciado plan de máxima polarización para toda España. Iglesias tendría una explicación más digna para la incomparecencia. Errejón podría vender el paso atrás como generosidad y no como (otra vez) cobardía. Carmena quedaría como una reina: quizá destronada, pero apoyada por todos. Y los maltratados votantes de la izquierda en Madrid se sentirían por una vez aliviados —y, quizás, hasta esperanzados—.
(Sé que todo esto es ilusorio y especulativo, no hay peligro de que suceda. Era solo por justificar el artículo).