El Correo-JUAN CARLOS VILORIA
Manuela Carmena, que parecía la abuelita del cuento de Caperucita, se está comiendo al lobo de la coleta. El pulso entre la alcaldesa y el aparato de poder de Podemos en Madrid no es simplemente una trifulca de egos personales, que también. El calado de la pugna en la que están implicados todos los popes del partido –Monedero, Julio Rodríguez, Echenique, Espinar…– es tan hondo que de su desenlace depende el futuro de la organización. Uno de los fundadores, ahora en el arcén, dice que si continúa la depuración de discrepantes en la organización populista, Podemos se puede convertir en «una cáscara vacía». Y lo peor de todo para un Pablo Iglesias que ha entrado en el círculo del poder y de la casta, supondría perder el control del principal feudo municipal de la izquierda. Después de mucho postureo sobre que una
nueva forma de hacer política es posible, la transparencia es nuestra divisa; somos el partido de la gente, aquí las decisiones las toman los inscritos y otras consignas de marketing político, la realidad confirma con hechos que la nomenclatura de Podemos no admite ‘parejas abiertas’. Ni de carmenas ni de bescansas.
El sistema de primarias presentado como «la última Coca Cola del desierto» para revitalizar la democracia que, según la nueva religión habrían desnaturalizado «los viejos partidos», no es más que un trampantojo para camuflar el control férreo de las listas por el aparato. O la manera de premiar a los afines y castigar a los disidentes. Lo de siempre, lo que han practicado todos los partidos.
Manuela Carmena, por su lado, ha caído en la soberbia de los independientes que tienen éxito en las urnas. Está convencida de que es ella y no la marca la que gana las elecciones y la que permite aglutinar a toda la izquierda madrileña y conquistar el Ayuntamiento. Y puede que sea cierto. Pero ni Iglesias, ni Echenique, ni Monedero se lo pueden permitir. Porque Carmena, a la vista del canibalismo de los aparatos partidarios, ha puesto en cuestión las primarias de Podemos (Ahora Madrid) y quiere inventarse su propia plataforma con su guardia pretoriana para que ni Echenique ni Pablo puedan manejar los hilos del ayuntamiento como les gustaría. Y además tendría el sueño matriarcal de dejar la herencia de la Alcaldía a alguna de sus preferidas. ¿Rita Maestre? Lo que no calcula es el coste de humillar al líder Iglesias y someterle a este estrés mediático. No sabe con quién se juega los cuartos. Que se lo pregunte a Bescansa, Errejón o Doménech.
Ahora no es momento porque Podemos no tiene candidato alternativo a la Alcaldía de Madrid, pero Iglesias esperará la oportunidad para cobrarse la factura. De momento ha echado la cortina sobre las luchas intestinas en Podemos («la gente está harta de la imagen que estamos dando») y anuncia que trabajará por resolver el problema, pero «con discreción». Las cuentas pendientes se arreglan mejor en la opacidad que en la transparencia.