A mí, Manuela Carmena me gusta cuando rectifica porque está como ausente. Lástima que ocurra tan de tarde en tarde, y como esta vez, a regañadientes y con cierta mezquindad. El caso es que hoy, a las 12, a la misma hora en que hace 20 años exactos arrancaba en Bilbao la más grande manifestación contra ETA que se hubiera visto nunca, la alcaldesa de Madrid ha rectificado un poquito al convocar una concentración frente a la sede de la Alcaldía en la que se desplegará una pancarta con el lema: En el 20º aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, Madrid con todas las víctimas del terrorismo.
No será en la fachada y durará lo que dure la concentración. Sobraba el matiz, la reducción de la causa al aniversario, el reparto de la solidaridad para diluirla. La pancarta no era «una situación de menosprecio de unas víctimas en relación a otras». Ella que tiene estudios, debería haber entendido la verdad elemental de Mari Mar Blanco: «Recordar a mi hermano es recordar a todas las víctimas».
Hace seis meses, la alcaldesa participó en un homenaje a los laboralistas asesinados en Atocha en el Colegio de Abogados de Madrid, donde descubrió una placa de bronce en su memoria. ¿Incurrió usted, abogada, en un acto de menosprecio hacia el estudiante Arturo González, asesinado por la ultraderecha, y Mari Luz Nájera, a quien impactó un bote de humo en la cabeza aquellos mismos días?
El 30 de junio de 2002 se inauguró en Madrid un monumento a los abogados de Atocha. Lo propuso CCOO, y lo impulsó un alcalde del PP que no era un sectario como ella. En el sectarismo la acompañan los concejales socialistas de Bilbao y de algunos otros municipios, que declinaron el homenaje con idéntica sinrazón.
Manuela Carmena era hija de un menestral que atendía a la mesocracia franquista de Madrid en su taller de la Gran Vía y que se anunciaba en ABC con un ripio fantástico: «Carmena se llama el sastre/ que viste a la gente bien./ Hace abrigos y hace trajes/ como muy pocos se ven». Aquella chica estudió Derecho y se hizo comunista en un viaje sin retorno.
Se casó con un arquitecto renombrado, cuyo estudio vino a menos con la crisis. Sus trabajadores despedidos se querellaron porque Eduardo Leira se declaró insolvente tras poner el patrimonio familiar a nombre de su mujer para evitar el riesgo del embargo. Yo pensé que aquello se parecía mucho a un delito de alzamiento de bienes (art. 257 del C.P.), pero no debía de serlo, a ver quién soy yo para opinar semejante cosa cuando un juez profesional ordenó el archivo porque no encontró en ello la causa que señalaba la Fiscalía, delito contra los derechos de sus trabajadores (art. 311 del C.P.).
Esta virtuosa de los dos pesos y dos medidas piensa que los tuits de su concejal sobre las víctimas de ETA y del nazismo son chistes y siempre saca la cara a la chusma de su equipo: Zapata, Mayer, SánchezMato, Soto, Valiente, Gª Castaño. Y al frente, ella, con tantos sobrinos como insuficiencias epistemológicas y morales. Después de todo, estos son los suyos y Miguel Ángel Blanco sólo era un concejal del PP. Joder, qué tropa.