Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Hace cuarenta años, Alain Finkielkraut denunció en ‘La derrota del pensamiento’ que ni un solo dólar de los recaudados en aquella orgía musical del alardeo moral llamada ‘We are the world, we are the children’ fue a parar a un etíope hambriento

No sé qué hacemos celebrando el inútil festival buenista de Sevilla. Si no hubiéramos perdido nuestra democracia, si las leyes y sentencias se siguieran cumpliendo y ataran a los poderes públicos tanto o más que a nosotros, si la violencia no tuviera premio, si las leyes fueran siempre generales, si no hubieran colocado a un enemigo del Derecho a presidir el TC —intérprete máximo de la Constitución— asistido por unos campeones del uso alternativo del Derecho y del constructivismo jurídico para hacerle decir a la Carta Magna lo contrario de lo que dice cuando así convenga a ese autócrata hundido en la corrupción…; si todo eso fuera así, uno se limitaría hoy a resumir la parte de El gran escape (2013, Angus Deaton, Premio Nobel de Economía de 2015) dedicada a explicar por qué la llamada ayuda al desarrollo no ayuda al desarrollo. Más bien hace que los pobres de los países ricos financien a los ricos de los países pobres.

Haría constar los «requisitos para el desarrollo» establecidos por Deaton (inyectarles dinero crónicamente no está entre ellos). Y aquí paz y después gloria. O sea, el intelectualmente honrado tendría que leer la tercera parte de El gran escape y, si discrepara, tratar de refutarla. El don nadie con alergia a los libros soltaría una consigna y tres insultos ante una obra crucial que desconoce. Lo segundo es indiferente. Ruido. Lo primero sería formidable. Parece mentira que Deaton no sea ampliamente conocido. De hecho, la academia quedó tan confundida con sus conclusiones que guarda silencio sobre el profesor. No les encaja que alguien consagrado durante tanto tiempo al estudio de la desigualdad (donde también aporta conclusiones y datos inesperados, queridos woke) se haya vuelto una mala persona y no quiera enviar dinero a los países en desarrollo.

Porque una cosa debe guardar en mente: si usted discrepa de algo tan ampliamente aceptado como la bondad de la ayuda al desarrollo, no es porque usted haya leído, estudiado y reflexionado más que el histérico que le insulta en X o aquí abajo, sino porque usted es malo. ¡Malo! Así razonan, qué le vamos a hacer. Pero yo no puedo resumirles nada cuando ya se está acabando la columna. En serio, vaya a Deaton. Lo importante se lee en dos horas y se estudia en tres, y ya va preparado para derrotar a cualquier ser de luz que le inste a regalar su dinero a las ONG, que por supuesto son las que se encargan de distribuirlo. «Tú dame la pasta que ya yo ya…» Hace cuarenta años, Alain Finkielkraut denunció en La derrota del pensamiento que ni un solo dólar de los recaudados en aquella orgía musical del alardeo moral llamada We are the world, we are the children fue a parar a un etíope hambriento. Cero. ¡No pierdan tiempo, prohombres! ¡A celebrar su bondad por todo lo alto! ¡Sánchez, rejuvenezca con ceremoniales! ¡Begoña, regenérese simulando generosidad! ¿A quién le importa un comino la realidad?