ÁNGEL VILLARINO-EL CONFIDENCIAL
- Vittorio Sgarbi encarna los excesos del populismo berlusconiano que arruinó y divirtió al país a partes iguales. Ahora encabeza una revuelta contra las medidas sanitarias para frenar el covid
A Vittorio Sgarbi le ha gustado siempre colarse de madrugada en los museos. El verano de 2002, el entonces ministro de Cultura, Giuliano Urbani, lo fulminó como secretario de Bienes Culturales y le fue contando a todo el mundo que la gota que había colmado el vaso era esta curiosa afición, agravada por las quejas del personal, indignados de que Sgarbi les hiciese abrir las puertas a horas intempestivas para meter mano a sus amantes delante de algunas de las obras cumbre de la pintura universal.
Y aunque le costase el cargo, lo ha seguido haciendo. El personaje está en este caso por encima de cualquier institución. A finales de 2015, acabó despertando en plena noche al alcalde de Mazzano para entrar en el Musei Mazzucchelli después del cierre. Divertido con el escándalo que se había montado, Sgarbi se justificaba así en las páginas del ‘Corriere della Sera‘: “No creo que los ‘carabinieri’ de Mazzano tuviesen nada mejor que hacer esa noche que buscar al alcalde del pueblo para atender al mayor crítico de arte italiano”. El mayor crítico de arte italiano, obviamente, era él.
Cualquier cosa que haya salido de la imaginación de Paolo Sorrentino ya la había hecho Vittorio Sgarbi muchos años antes. Aunque fuese siempre un actor secundario, es la obra cumbre de la turbopolítica berlusconiana. Engordado en los ‘realities’ de Mediaset, narcisista, faltón, arrogante, capaz de levantar cualquier audiencia a insultos, de tirarse al suelo, de lanzar objetos o de practicar su movimiento más aplaudido: chillarle “sei una capra” (eres una cabra) a sus rivales en el plató. Nunca lo hace una sola vez. Lo repite sin parar durante varios minutos. Su último libro —tiene decenas, todos bien escritos— es precisamente una referencia a esto: ‘Diario de la cabra‘, se titula.
Su carrera despegó el 23 de marzo de 1989 cuando, siendo solo un tertuliano algo más vehemente de la cuenta, dijo su primera palabrota durante el famoso programa de Maurizio Costanzo. “La tomó con la poesía de una profesora invitada a la transmisión y acabó pagando 45 millones de liras de indemnización a la señora”, recordaba años después una semblanza publicada en ‘Il Messaggero’. Concretamente, le dijo que era una “stronza”, insulto más bien ligero comparado con lo que acabaría haciendo con los años. A finales de los años 80 estas cosas todavía eran tabú y los periódicos cubrieron la polémica con gran escándalo.
Sgarbi ahora es diputado y volvió hace poco a los telediarios de todo el mundo cuando cinco agentes de seguridad del Congreso tuvieron que sacarlo en volandas por negarse a utilizar apropiadamente la mascarilla. En los últimos días, es la cara visible de un movimiento de desobediencia que se hace llamar ‘Io apro’ (Yo abro) y que aglutina a propietarios de negocios (sobre todo restaurantes) que se niegan a seguir las restricciones sanitarias del Gobierno.
Del fascismo a los aplausos en los balcones, todo es un invento italiano
Viene al caso recordar la carrera de Sgarbi, que quizá sea la obra cumbre de la antipolítica y el populismo, pero que también es muy bueno en lo suyo, un tipo con una cultura exhuberante, una capacidad prodigiosa para el mote y el insulto y una teatralidad fuera de lo normal, capaz de entrar en escena con un carro de supermercado lleno de objetos e hilar ante las cámaras un discurso convincente, plagado de referencias literarias, chistes y juegos de palabras, para argumentar que Italia no tenía que haber entrado en el euro. Cuando termina no sabes si tiene razón o si son todo trampas dialécticas, pero lo has pasado tan bien que te da un poco lo mismo.
Recordemos que fue Italia quien inventó todo esto —la política desde el plató, los tertulianos iracundos, la pérdida de respeto institucional, la guerra cultural constante— y que España se ha limitado a copiarlo. Del fascismo a los aplausos en los balcones al personal sanitario, pasando por el Seat 600, todo lo que triunfa en España es un invento italiano.
Aquel populismo genuino, recién hecho, de la ‘gens berlusconiana’ tenía una cosa atractiva: era divertido, a menudo estaba muy bien interpretado y era evidente que no lo podía hacer cualquiera. Frente a esto, el populismo español se pone casi siempre cursi, o victimista, o tosco, o patriotero, o barriobajero, o ridículamente engolado. No solo es peligroso, sino que además está mal hecho. Se le ven las costuras todo el rato y la sensación dominante no es el desenfreno amoral, sino la vergüenza ajena. Y lo que es peor: no hay nunca una idea medio original, son todo copias ya experimentadas en otros países. Hemos llegado hasta aquí poniéndole el nombre de un partido al ‘Yes We Can’ de Obama y ni siquiera nos hemos molestado en ocultar que lo de ‘Hacer grande a España otra vez’ es la traducción de una idea ya por si ramplona. Si no lo hemos hecho ya, no tardaremos mucho en copiar esto del ‘Io apro’. Al tiempo.
Conviene abundar en el tema porque la obra histriónica de Sgarbi es inabarcable: ha dado voz a un personaje de ‘Los Simpson’, ha tenido su propio programa en Canale 5 (la Telecinco original), ha sido acusado de estafar a una condesa con la restauración de un cuadro, ha sido alcalde de pueblecitos pintorescos como Sutri (Viterbo), acumula pensiones vitalicias por cargos que ha desempeñado muy poco tiempo y el salón de su casa es un museo rococó delirante.
Siempre juega al filo, arriesgando. En 1994, le echó un pulso —nunca sabremos si real— a su gran mentor, Silvio Berlusconi. Il Cavaliere amenazó a los trabajadores de la cadena con despedirlos si criticaban su campaña electoral y Sgarbi decidió pasarse toda la retransmisión en silencio para desafiarlo. En los últimos 10 segundos, sacó una pancarta donde podía leerse: «Basta». Italia se vino abajo, aunque acabase votando igualmente a Berlusconi. Lo vieron tres millones y medio de espectadores: el 20% del ‘share’.
Años más tarde, en 2006, lo eligieron como miembro del jurado en ‘La pupa e il secchione’ (La nena y el empollón), un programa que consistía en poner nerviosos a chavales tímidos y estudiosos que tenían que interactuar en situaciones embarazosas con chonis escotadas y modelos que trataban por todos los medios de excitarlos. Al segundo programa, Sgarbi fue expulsado por discutir a gritos con otro miembro del jurado, con Alessandra Mussolini.
Para dar forma a su personaje, Sgarbi airea constantemente su vida personal, la intensifica, o directamente se la inventa. Como hacen otros populistas aquí, pero con mucho más ingenio. En sus entrevistas, dice cosas como esta: “En toda mi vida, solo le fui fiel durante 700 terribles días a una mujer que me marcaba de cerca como si fuese un defensa. Se dormía después que yo y se levantaba antes. ¿Ves estas cicatrices en la mano izquierda? Son de sus uñas. Cuando estaba con ella me cogí un resfriado que no se me iba nunca. Y todavía hoy, cuando me despierto estornudando, me acuerdo de aquella situación y me convenzo a mí mismo de no casarme nunca”.
Pero quizá lo más increíble es su trayectoria política. Empezó en la federación juvenil del Partido Monárquico, de ahí saltó al Partido Comunista Italiano, donde fue candidato en las listas de Pesaro, pero acabó siendo descalificado por presentarse al tiempo en las listas del Partido Socialista italiano, donde ya se quedó y acabó como concejal de otro pueblo unos meses más tarde. De ahí saltó al neofascismo con el Movimiento Social Italiano, acabando como alcalde de San Severino Marche en 1992. Luego vinieron el Partido Liberal Italiano y, del tirón, Forza Italia, donde militó en dos etapas. Entre medias, fundó un partido (Unione Federalista). Después fundó otro: la Lista Panella-Sgarbi, que él mismo abandonó antes de las elecciones por un desencuentro con Panella.
Posteriormente, creó Los Liberales Sgarbi. Tras naufragar, se inventó el Polo Laico, que se fusionó a su vez con los Radicales Italianos. En 2006, montó la Lista de Consumidores y dos años más tarde fue alcalde de otro pueblo con el Partido Democristiano (UDC-DC). En el lustro sucesivo, fundó otros cuatro o cinco partidos, con nombres tan sugerentes como Partido de la Revolución-Laboratorio Sgarbi. En 2014, se pasó a Los Verdes, para luego saltar a una lista creada por el viejo superministro de Economía de Berlusconi, Giulio Tremonti. En 2018, volvió a Forza Italia, que abandonó en diciembre de 2019 para formar parte de un grupo mixto llamado Alianza de Centro. No puedo garantizar que Sgarbi siga ahí cuando termine de leer este artículo.
El único partido en el que no ha militado nunca es en la Liga Norte. Pero ha dejado dicho lo que opina de Salvini: “Ha sido un genio trasladando el enemigo más al sur. Ya no son los ‘terroni’ [manera despectiva de referirse a la gente del sur de Italia] sino los negros. Salvini es un cristiano en el mismo sentido que la Fallaci [por Orianna Fallaci]. El futuro es suyo”. Tampoco hay que tomárselo muy en serio