Ignacio Gomá-Vozpópuli
- La alternativa es una cronificación de la situación muy poco deseable o, aún peor, el fin de la democracia efectiva.
En un momento político como el actual no sabe uno qué escribir, porque cada escándalo supera al anterior en miseria y degradación y la actitud de quien lo comete es siempre cinismo, negación y huida hacia adelante. En mi último artículo hablaba de la imputación del fiscal general y al poco los acontecimientos se precipitaron con las grabaciones de la fontanera socialista Leire, el informe de la UCO, el silencio de los corderos del presidente hasta su demacrada y autocomplaciente comparecencia final, y la asombrosa maniobra de distracción de todo lo anterior consistente en firmar por la mañana un convenio en la OTAN y decir que se va a hacer lo contrario de lo pactado por la tarde, como si fuéramos Dory, el pez cirujano de «Buscando a Nemo» con problemas de memoria a corto plazo. Pero lo grave no es que piensen que nos olvidamos de lo que han hecho; lo grave es que les importa poco que lo recordemos porque las cosas significan lo que Bolaños, Pumpido, Sánchez o Marichús quieren que signifique. Recuerden esta conversación en Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll:
– “Cuando yo empleo una palabra –insistió Humpty Dumpty en tono desdeñoso, significa lo que yo quiero que signifique. Ni más, ni menos.
– La cuestión está en saber –repuso Alicia, si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
– La cuestión está en saber –replicó Humpty Dumpty, quién manda aquí. Eso es todo”.
Esto es lo que ocurre hoy: nada significa nada, salvo saber quién tiene el poder de sacar cosas en el BOE que obliguen a todos, y no te digo si además tiene el poder de controlar a quienes fiscalizan lo que sale en el BOE. Claro que el problema está en que cada nueva tropelía deja un pequeño poso, una pequeña deslegitimación del poder perdurable, aunque nunca suficiente, al parecer, para que se produzca el escándalo suficiente que provoque la debida dimisión.
La teoría de las ventanas rotas
Hay un concepto socioeconómico, el de competición a la baja (del inglés race to the bottom, carrera hacia el abismo) que señala que cuando se incentiva a los gobiernos a reducir las regulaciones hay una carrera por desregular que lleva al desastre económico y social. En España tenemos una carrera hacia el abismo político, porque cuando no hay controles o cuando los que hay no funcionan, la tendencia es a hacer una tropelía más gorda cada vez porque no hay consecuencias para el incumplidor. Me recuerda eso la famosa teoría de las ventanas rotas, que sostiene que los signos visibles de la delincuencia (ventanas rotas, coches abandonados) fomentan el comportamiento antisocial y los disturbios civiles al crearse un entorno urbano que fomenta la delincuencia.
Si gana un partido diferente del que ahora ostenta el poder, ¿podemos confiar en que va a haber una verdadera regeneración democrática?
En España se está creando ese entorno iliberal y, recientemente, cutre-delincuencial. Y lo malo de todo esto es que el daño que se ha producido es, muy probablemente, irreparable. Ciertamente, el país empieza a escandalizarse de verdad cuando aparecen prostitutas, fajos de billetes e imágenes groseras de gente en camiseta, porque cuando entra en juego lo cutre de verdad la distancia sicológica entre el acto asqueroso y nuestra ideología se acorta tanto que hasta La Sexta, la Ser o el País consideran oportuno alejarse un poco de esos actos, no vaya a ser que se les identifique moralmente con ellos. Pero lo realmente cancerígeno para el sistema ha ido produciéndose a nuestra vista, ciencia y paciencia, como se dice en Derecho, sin que hagamos demasiado para evitarlo. El control efectivo del Tribunal Constitucional, el del Consejo General del Poder Judicial, el proyecto de devaluación de la calidad de los jueces y su paralelo control mediante la reforma del ingreso, la degradación de las agencias controladoras, la banalización del parlamento, el gobierno por decreto-ley, la falta de transparencia, el desprecio a las formas y procedimientos son un legado que será muy difícil de revertir.
La pregunta es: ¿cómo vamos a conseguir recuperar el espíritu democrático que animó la Constitución? Si gana un partido diferente del que ahora ostenta el poder, ¿podemos confiar en que va a haber una verdadera regeneración democrática? Porque esta regeneración significaría que el que gane renuncie a cierto poder y a ciertas prácticas que el precedente ha conseguido forzando y degradando el sistema y, por tanto, consintiendo en reducir su capacidad para seguir en el poder en favor del interés general, que condice a la limitación del poder. Y la historia pasada de los partidos no ayuda a confiar en que se autolimiten y restrinjan; entre otras cosas porque, desgraciadamente, muchos de sus miembros han hecho de la militancia un modo de vida.
Hoy, desgraciadamente lo clave es si se aplica la ley, si existe justicia igual para todos, si todos –y no unos pocos- podemos decidir sobre cuestiones que son esenciales
Tenemos que comprender que lo verdaderamente crucial no es hoy si se aplica una política un poco más de derechas o un poco más de izquierdas, si los impuestos suben o bajan medio punto… Como decía el filósofo polaco Kolakowski, hay mucha gente que se siente progresista en algunas cuestiones sociales –porque es preciso evolucionar en tiempos cambiantes- y conservadores en otras –porque conviene mantener ciertas tradiciones que se demostraron efectivas-. Hoy, desgraciadamente lo clave es si se aplica la ley, si existe justicia igual para todos, si todos –y no unos pocos- podemos decidir sobre cuestiones que son esenciales, si todos los territorios de España y por tanto sus ciudadanos, tienen una igualdad de trato, es decir, si hay verdadera democracia y estado de Derecho en España.
La decisión del Tribunal Constitucional sobre la amnistía ha significado para muchos comentaristas, y también para mí, un punto de no retorno en este camino hacia el abismo. Y lo malo es que las salidas de estos abismos no son fáciles, porque pasan normalmente por alguna situación convulsiva nada deseable, una fuerte quimioterapia, operación o trasplante, porque la alternativa es una cronificación de la situación muy poco deseable o, aún peor, el fin de la democracia efectiva.