Consuelo Ordóñez-El Correo

Echo de menos que haya más políticos como él y como mi hermano Gregorio. ¡Cuánta falta nos hacen!

Nunca llegué a conocer personalmente a Fernando Buesa, aunque coincidí con él en la primera manifestación que organizó ¡Basta Ya! Él estuvo en primera fila junto a José Luis López de Lacalle. Yo me coloqué en las filas de detrás. Apenas un año después los dos fueron asesinados. Esas concentraciones reunían a los mejores ciudadanos que he conocido en el País Vasco: los más valientes, los más íntegros, los más dignos. Muchos de ellos han sido mis referentes.

No conocí a Fernando Buesa, pero siento un profundo respeto y admiración hacia él. Dio la batalla política al nacionalismo radical en el momento más difícil para hacerlo. Mientras muchos vascos optaron por llevar una vida tranquila y llena de comodidades simplemente guardando silencio, algunos ciudadanos como Buesa decidieron estar en primera línea del activismo cívico y político contra ETA y sus cómplices. Y lo hicieron antes de que el terrorismo llamase a la puerta de su casa. Fernando Buesa se posicionó del lado de las víctimas del terrorismo en un momento y en un lugar en que hacerlo significaba poner en riesgo su propia vida. Por eso él mismo terminó siendo víctima del terrorismo.

Recordar el contexto político y social en que se produjo el asesinato de Buesa todavía me produce un profundo dolor. Jamás olvidaré aquellos días. Si el ‘espíritu de Ermua’ que surgió del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco supuso un halo de esperanza, el asesinato de Buesa fue la constatación de que esa rebelión por la dignidad y la libertad tenía fecha de caducidad en una sociedad corrupta moralmente.

Un año y medio antes de que asesinaran a Buesa todas las fuerzas políticas nacionalistas -incluida Herri Batasuna, la marca electoral de ETA- se unieron en la firma del acuerdo de Lizarra (septiembre de 1998) para una negociación sin condiciones, sin límites y sin exclusiones, en un marco de «ausencia permanente de todas las expresiones de violencia del conflicto». Este pacto rompió la frontera moral trazada en el Pacto de Ajuria Enea (1988): los violentos y los conniventes con el terrorismo debían ser arrinconados en el tablero político.

La última intervención de Buesa en el Parlamento vasco reflejó a la perfección la tensión política de ese momento: «Dejen de mirar tanto y con tantos paños calientes a su suspendido socio parlamentario y vuelquen su atención en las ciudadanas y ciudadanos de este país que sufren los ataques y carecen de seguridad y libertad», retó al PNV. Pero el PNV ni se inmutó y siguió gobernando con quienes amparaban a ETA. Si el Pacto de Lizarra finalmente fracasó fue por las prisas y la intolerancia de los etarras, no por falta de un objetivo soberanista común. ETA consideró que los socios de Lizarra avanzaban con demasiada lentitud y siguió matando para aumentar la presión. Apenas un mes después del asesinato de Pedro Antonio Blanco, el terrorismo se cobró la vida de Fernando Buesa y a su escolta Jorge Díez. Los días que sucedieron al asesinato de Buesa fueron algunos de los episodios más humillantes que recuerdo de aquellos años.

A los pocos días de asesinar a Buesa y a Díez, quienes siempre íbamos a las concentraciones de ¡Basta Ya! nos desplazamos a Vitoria para apoyar a las víctimas. La familia Buesa había convocado una manifestación de repulsa de los asesinatos y, paralelamente, el PNV fletó cerca de 200 autobuses desde los batzokis para organizar su propia manifestación de apoyo al lehendakari Ibarretxe. En Vitoria nos esperaba una jauría de radicales coreando ‘Ibarretxe aurrera’ o ‘Ari, ari, ari, Ibarretxe lehendakari’. Me crucé con algunos nacionalistas y estos, al reconocerme, me restregaron su ikurriña mientras vociferaban su lema en favor de Ibarretxe. Todavía se me hiela la sangre al pensar en esas escenas. En una manifestación estábamos llorando muy afectados por el asesinato de Buesa; y en la otra estaban quienes escenificaban el desprecio más absoluto por el asesinato de dos seres humanos. Sentí tristeza e indignación a partes iguales. Nunca había sido tan evidente el rechazo de los nacionalistas hacia las víctimas del terrorismo.

ETA, su brazo político y esa parte de esta sociedad vasca que durante tantos años animó a ETA a matar y hoy sigue justificándola enterraron a Buesa para que no hablase más. Igual que a mi hermano Gregorio. En el décimo aniversario del asesinato de mi hermano recuperamos un programa de EITB en el que participaron Floren Aoiz, Joseba Egibar, Fernando Buesa y mi hermano Gregorio en un debate. Hoy, los únicos supervivientes de ese debate son los nacionalistas. Siempre he creído que matar a mi hermano y a Fernando Buesa ha sido clave para cambiar el rumbo de la historia. Estoy convencida de que el panorama político actual no tendría nada que ver si no hubieran sido asesinados. No conocí a Fernando Buesa, pero echo de menos que haya más políticos como él. ¡Cuánta falta nos hacen!