- España liberó México (que no existía como país en tiempos de la «conquista»), y lejos de pedir perdón por ello debería exigir un agradecimiento en honor a la verdad histórica.
Estimada señora presidenta de la República de México, doctora Claudia Sheinbaum Pardo,
Respetuosamente me dirijo a usted a efectos de clarificar algunas cuestiones que la han llevado a la drástica decisión de excluir, de su acto de toma de posesión, al Rey de España, don Felipe VI.
Según usted misma ha declarado, tal exclusión se debe al hecho de la falta de petición de perdón, en nombre de España, por la «Conquista de México». Petición que hiciera su antecesor en el cargo Andrés Manuel López Obrador y en la que usted insiste.
No es que desee meterme en asuntos de México, pues soy argentino. Es que hay dos razones de peso que me llevan a enviarle esta misiva.
Por un lado, mi incesante búsqueda de la verdad histórica, en particular en la América Hispana de la que sí formamos parte todos los pueblos del Río Bravo a Ushuaia.
Por otro lado, ante el hecho que su antecesor en el cargo, con ocasión de solicitar al Rey de España que en nombre de su nación pida disculpas a México por la supuesta «conquista», me nombró y citó expresamente como un renunciante «latinoamericano«.
Y ese simple hecho, me da cartas en el asunto porque usted, sin citarme, justificó la exclusión del Rey de España de vuestra asunción, en la falta de respuesta la carta que el presidente López Obrador le envió en 2019 al monarca. Misiva en la que, entre otras demandas, le instó a disculparse por «conquista española en el siglo XVI».
En tal ocasión, el presidente López Obrador me insultó en público, yo le contesté con una carta abierta que fue publicada en EL ESPAÑOL, diciéndole que esto se podía zanjar con un debate en una ciudad neutral como Ginebra, que él eligiera cuatro historiadores y yo cuatro, y discutiéramos como se hacía en las antiguas universidades cuando había libertad académica para ver y sacar alguna conclusión al respecto.
Por supuesto, el presidente no contestó. Insultó gratuitamente y no contestó. Dado que ahora usted insiste en esgrimir idéntico pedido por el que me acusara su conmilitón, creo tener todo el derecho a insistir en mis argumentos y replicarle, en este caso a usted.
Lamento decirle que su pretensión de disculpas deviene imposible, simplemente porque no hay nada por lo que pedir perdón. Simplemente porque no puede pedirse perdón por hechos que no acontecieron más que en las febriles mentes de quienes inventaron la manida Leyenda Negra.
El relato al que usted adhiere y en cuya supuesta realidad, basa su exigencia de disculpas de Estado, está demasiado lejos de la verdad histórica. Sé que usted, ideológicamente, SE adhiere a esa Leyenda Negra. Pero en honor a la verdad cabe aclararle que, en el momento de la llegada de Cortés y sus hombres en 1521 a Veracruz, México no existía.
«Los verdaderos conquistadores fueron las naciones nativas sojuzgadas por los mexicas, aliadas con Cortés para librase de los crueles sacrificios humanos»
Existía, sí, un imperialismo azteca, mexica, que sometía a sus brutales prácticas a otros pueblos que habitaban lo que hoy es México. Así, un gran número de pueblos sufría el sanguinario dominio azteca: tlaxcaltecas, totonacas, texcocanos, chalcas, huexotincas, mixtecos, otomíes y una larga lista de otras naciones no menos «originarias» que sus dominadores.
Los dominados constituían una enorme mayoría que, sin embargo, estaba sometida por una minoría mexica. Una minoría cruel y dominante por la fuerza, como todo buen imperialismo.
Debo decirle, estimada señora presidenta, que no existió tal conquista española: hubo liberación de pueblos sometidos del imperio más cruel y sanguinario que conoció la Humanidad. Hernán Cortés y sus hombres sólo condujeron una rebelión de pueblos contra un imperialismo que les exigía tributo a todas esas naciones dominadas. Y de esa liberación y de la fusión de razas que le siguió, nació México.
España lideró a esos pueblos en la rebelión justa contra el tributo en sangre que exigían los aztecas y se nutría de esos pueblos para sacrificar en los altares de sus sangrientos dioses. Al derrotar al imperialismo antropófago y minoritario mexica, liderando a los indígenas sojuzgados, España lideró a los verdaderos «conquistadores», los indígenas rebelados, de los aztecas.
Los verdaderos conquistadores no fueron sino las naciones nativas que los mexicas sojuzgaban. Pueblos que, bajo el comando del ínfimo número de españoles, liderados por Cortés, simplemente se unieron para derrotar al azteca del que eran víctimas. Pueblos que se aliaron a las minúsculas huestes de Cortés para erradicar y librase de los crueles sacrificios humanos que, a millares, exigía la religión azteca, para librase de la antropofagia con que los aztecas comían —como si fuesen animales de granja— cuerpos ya sacrificados a dioses supuestos, insaciables de sangre, sin distingo de hombres, mujeres y niños.
La presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum, aclaró el motivo por el que excluyó al rey Felipe VI de España de su ceremonia de investidura como mandataria del país latinoamericano, que ocurrirá el 1 de octubre de 2024. pic.twitter.com/Xj4CD8s7No
— Juan Angel Urruzola (@JUrruzola) September 26, 2024
Estas aberraciones que usted defiende están a la vista. Los llamados Altares de Cráneos lo demuestran, o si prefiere mencionarlos en náhuatl, los llamados Huey Tzompantli. Verdaderas «torres o muros» hechas con los cráneos de las no menos «originarias» víctimas del canibalismo azteca que usted, cada mañana, a partir del 1° de octubre podrá ver, al asomarse a los balcones del Palacio Nacional.
Los sacrificios y la antropofagia distaban de ser las únicas prácticas aberrantes a las que los aztecas sometían a los pueblos y naciones por ellos sojuzgados. Violaciones a raudales, mujeres prostituidas a la fuerza e intercambiadas como mercancías o regalos, niños sacrificados de modo preferente a sus dioses, «guerras floridas» en que los «bravos» guerreros aztecas, «cazaban» —literalmente—, familias enteras desarmadas y cercadas, para entrenamiento y «entretenimiento» (y que, obviamente luego sacrificaban y comían), por mencionar sólo algunas.
Me adelanto a decirle que no existe justificación alguna para un Holocausto, haya sido cometido en la época de la Historia que elija. Ni la Historia, ni las costumbres de época, ni el más rebuscado argumento antropológico, pueden argüirse en defensa de tamaños latrocinios. España liberó México, y lejos de perdón por esta liberación, debería exigir un agradecimiento en honor a la verdad histórica.
Quisiera recordarle que, como afirma el arqueólogo mexicano Alfonso Caso, quien fuera rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, «…el sacrificio humano era esencial en la religión azteca.» Es por ese motivo que, en 1487, para festejar la finalización de la construcción del Gran Templo de Tenochtitlán, las víctimas del sacrificio formaban cuatro filas que se extendían a lo largo de la calzada que unía las islas de Tenochtitlán. Se calcula que en esos cuatro días de «festejo», los aztecas asesinaron entre 20.000 y 24.000 personas.
«Los numerosos trabajos científicos no dejan lugar a dudas: en Mesoamérica había una nación opresora, la azteca, y cientos de naciones oprimidas»
Sin embargo, Williams Prescott, poco sospechoso de hispanismo, da una cifra más escalofriante:
«Cuando en 1486 se dedicó el gran templo de México a Huitzilopochtli, los sacrificios duraron varios días y perecieron 70.000 víctimas». Juan Zorrilla de San Martín, en su libro Historia de América, relata que «Cuando llevaban los niños a matar, si lloraban y echaban lágrimas, más alegrábanse los que los llevaban (…) porque tomaban pronósticos que habían de tener muchas aguas en aquel año».
«El número de las víctimas sacrificadas por año —tiene que reconocer Prescott, uno de los historiadores más críticos de la conquista española y uno de los más fervientes defensores de la civilización azteca— era inmenso. Casi ningún autor lo computa en menos de 20.000 cada año, y aún hay alguno que lo hace subir hasta 150.000».
Marvin Harris, en su famosa obra Caníbales y Reyes, relata:
«Los prisioneros de guerra, que ascendían por los escalones de las pirámides, […] eran cogidos por cuatro sacerdotes, extendidos bocarriba sobre el altar de piedra y abiertos de un lado a otro del pecho con un cuchillo […]. Después, el corazón de la víctima –generalmente descrito como todavía palpitante– era arrancado […]. El cuerpo bajaba rodando los escalones de la pirámide.»
¿A dónde iban a parar los muertos que sacrificaban? ¿Dónde eran llevados los cuerpos de los cientos de seres humanos a los cuales, en lo alto de las pirámides, se les había arrancado el corazón? ¿Qué pasaba luego con el cuerpo de la víctima? ¿Qué destino tenían los cuerpos que día a día eran sacrificados a los dioses?
Al respecto, Michael Hamer que, ha analizado esta cuestión con más inteligencia y denuedo que el resto de los especialistas, afirma que: «…en realidad no existe ningún misterio con respecto a lo que ocurría con los cadáveres, ya que todos los relatos de los testigos oculares coinciden en líneas generales: las víctimas eran comidas«.
Los numerosos trabajos científicos –tesis doctorales, libros publicados por prestigiosos académicos de fama mundial– con los que contamos hoy no dejan lugar a dudas de que en Mesoamérica había una nación opresora, la azteca. Y cientos de naciones oprimidas, a las que los aztecas no sólo les arrebataban sus materias primas –tal como han hecho todos los imperialismos a lo largo de la historia–, sino que les arrebataban a sus hijos, a sus hermanos, etcétera para sacrificarlos en sus templos. Y, luego, repartir los cuerpos descuartizados de las víctimas en sus carnicerías, como si fuesen chuletas de cerdo o muslos de pollo para que esos seres humanos descuartizados sirvieran de sustancioso alimento a la población azteca.
La nobleza se reservaba los muslos, y las entrañas se dejaban al populacho. Las evidencias científicas con las que contamos hoy no dejan lugar a dudas. Era tal la cantidad de sacrificios humanos realizados entre los pueblos esclavizados por los aztecas que con las calaveras construían las paredes de sus edificios y templos. Alguna cuyos restos podrá usted ver cada mañana al asomarse a las ventanas o a los balcones del Palacio Nacional.
«España fundió su sangre con la de los vencidos y con la de los liberados, y fueron más los liberados que los vencidos»
Es por eso por lo que, el 13 de agosto de 1521, los pueblos indios de Mesoamérica festejaron la caída de Tenochtitlan.
También la invito a reflexionar sobre el hecho de que es imposible que, con apenas 300 hombres, cuatro arcabuces viejos y algunos caballos, Hernán Cortés pudiera derrotar al ejército de Moctezuma, integrado por 300.000 soldados disciplinados y valientes. Hubiese sido imposible, aunque los 300 españoles hubiesen tenido fusiles automáticos como los que hoy usa el Ejército israelí.
¿Y que aconteció después de la conquista, después de esas primeras horas de sangre, dolor y muerte? Todo lo contrario de lo que usted repite en todos sus discursos.
España fundió su sangre con la de los vencidos y con la de los liberados. Y recordemos que, fueron más los liberados que los vencidos. México se llenó de hospitales, colegios bilingües y universidades. España envió a América a sus mejores profesores, y la mejor educación fue dirigida hacia los indios y los mestizos.
Permítame recordarle, señora presidenta, que los libertadores españoles –perdón: los conquistadores– fueron tan respetuosos de la cultura de los mal llamados pueblos originarios que, en 1571, se editó en México, el primer libro de gramática de lengua náhuatl. Es decir, quince años antes de que en Gran Bretaña se publicara el primer libro de gramática de lengua inglesa. Todos los datos demuestran que, al momento de su independencia de España, México era mucho más rico y poderoso que los Estados Unidos.
Perdóneme usted, señora presidenta, que me vaya un poco por las ramas. Pero quisiera sugerirle, con todo respeto, que el próximo 2 de febrero, cuando se cumpla un nuevo aniversario del ignominioso Tratado de Guadalupe-Hidalgo —por el cual los Estados Unidos arrebataron a México 2.378.539 kilómetros cuadrados de su territorio— usted realice un gran acto por la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Me permito sugerirle también que, para realizar el mismo, invite al presidente de los Estados Unidos, sea este el señor Donald Trump o la señora Kamala Harris. Y en un gran discurso, cuando esté ante el presidente estadounidense, le exija que pida perdón al pueblo mexicano por haberle robado Texas, California, Nuevo México, Nevada, Utah, Colorado y Arizona, tierras que fueron indiscutiblemente parte de México.
Que les exija perdón por quitarles, básicamente, el 60% del territorio mexicano. Casualmente, la parte más rica del antiguo territorio heredado de España. Que la República Mexicana no supo conservar y no reivindica, aun cuando el bravo pueblo mexicano entregó su vida y bienes (las propiedades de mexicanos y españoles no fueron respetadas en los territorios anexados por su vecino del Norte, al que teme tocar siquiera con el pétalo de una rosa, aunque el Tratado así lo prometía).
«El relato al que se adhiere Sheinbaum y en el que basa su exigencia de disculpas a España está demasiado lejos de la verdad histórica»
Estados Unidos es la causa de su subdesarrollo, y no España, que le dejó a México una herencia riquísima y un legado cultural invaluable. Tal vez deba pensar que los gobiernos mexicanos, uno tras otro, sufren del síndrome de Estocolmo y aman a sus verdaderos verdugos, culpando a otra persona de sus males.
En conclusión, estimada señora presidenta, me permito decirle —a sabiendas de que, como ingeniera proviene de las ciencias duras— que debe ampliar sus conocimientos históricos para llevar adelante una buena política. Porque una buena política siempre es hija de una conciencia cabal de la propia Historia. Por el contrario, la mala política dimana siempre de la mala Historia.
Por todo lo expuesto es que le ofrezco en carácter de obsequio llevarle a México mi trilogía histórico-política acerca de la Leyenda Negra que fragmentó a la América Hispana en más de dos decenas de países impotentes. Y que pretende ahora una mayor dispersión y fragmentación para alejarnos cada vez más, en favor de los anglosajones y los poderes financieros mundiales —que entiendo quiere usted combatir—, haciéndonos segmentos indiferenciados del Mercado Mundial.
Madre Patria. Desmontando la Leyenda Negra desde Bartolomé de las Casas hasta el Separatismo catalán; Nada por lo que pedir Perdón. La importancia del Legado Español frente a las atrocidades cometidas por los enemigos de España y Lo que América le debe a España. El Legado español en América. Libros que no están a la venta en las librerías de su país y que sufren una especie de censura de hecho.
Sería para mí un enorme gusto entregárselos en México, y ofrecerle allí mantener una discusión académica de altura, desde una perspectiva más alejada de las ciencias duras para que no repita usted centenarios errores.
Espero no deseche mi ofrecimiento de concurrir a vuestro país, enteramente a mi cargo, y acepte mis libros como prenda de buena fe, permitiendo que los difunda en su tierra con total libertad. Y ofreciéndome a ampliar cualquier duda que pueda usted plantear respecto de ellos. Y de ser necesario, debatir sobre ellos con usted o quien designe de modo público en su propio país. Está de su lado la decisión que tome
Con sincero respeto, me place saludarle muy atentamente.
*** Marcelo Gullo es historiador, analista geopolítico y autor de Nada por lo que pedir perdón.