José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Díganos, presidente, hasta dónde no está dispuesto a llegar, dónde está su frontera. Porque si no lo es la diputada Aizpurua, ¿qué futuro, moral, no ya político, nos espera?
Doy por hecha su investidura. Y aunque se produzca por apenas dos votos, además de legal, es legítima. Otra cosa es que me preocupe, como le ocurrirá a usted, en unos casos, la calidad democrática de las abstenciones que han colaborado a su propósito, y en otros, las intenciones torticeras que albergan sus apoyos parlamentarios más allá de los de su propio partido. Soy de los que piensan que usted mejor que nadie sabe con quién se está jugando los cuartos. No hace falta que ni Casado, ni Abascal ni Arrimadas —ni la prensa, desde luego— le recuerden que Pablo Iglesias era como usted suponía que era cuando hace pocas semanas le vetó; ni que le recriminen que ahora sea capaz de dormir bien con cinco miembros de Unidas Podemos en el Consejo de Ministros. Seguirá tan insomne ahora como dijo estaría hace un tiempo.
Tampoco necesita usted que le refresquen estos y aquellos su memoria sobre su pasada intención de no apoyarse en los independentistas. Es consciente de que se sabe presidente gracias a una contorsión (política y ética), por más que sus adversarios le nieguen una mínima lucidez introspectiva. Digamos que es usted, señor Sánchez, un político paradigmático de estos nuevos tiempos. En las dos sesiones del debate de investidura, ha demostrado un temperamento granítico, entendiendo la política con un grado extremo y sobrecogedor de relatividad. Por eso, ha encajado sin inmutarse intervenciones abrasivas, especialmente la de su socio inquisidor, ERC, que, en las palabras de Gabriel Rufián, pretendió humillarle. A usted no le humilla nadie, señor Sánchez, porque tiene la enorme capacidad de no darse por aludido. A usted le preocupaba más la pregunta de un periodista —antes de la investidura— que una invectiva parlamentaria.
No tengo demasiadas dudas tampoco sobre el malentendido en el que incurren sus problemáticos socios. Ellos creen que al hacerle presidente del Gobierno, le han convertido también en rehén de sus intenciones. No se han enterado de que, posiblemente, sucederá lo contrario. Será usted para ellos un auténtico carcelero y una vez designe a su equipo —de inmediato—, les demostrará que han errado el cálculo. Usted sabe —estoy seguro— que tienen más peligro sus amigos parlamentarios de ocasión que sus adversarios del PP, de Ciudadanos y, sobre todo, de Vox, que, en ocasiones, se comportan como unos socios inconscientes de sus estratagemas.
Y, en fin, estoy igualmente seguro de que usted ha leído, o le han hecho leer, lo que escribió sobre los españoles nada menos que Dionisio Ridruejo en los años sesenta: “Tomados en su conjunto, viven como espectadores contemplando de lejos y con poco interés la política que hace sobre ellos un grupo reducido de gestores gratuitos (…) el disgusto genérico del país es tan incontestable como su abulia”. Los políticos como usted, que no se paran en barras, saben que la sociedad española dispone de una idiosincrasia ciclotímica, que socializa sus inquietudes de forma volcánica y hasta trágica pero que no lo hace de vez en cuando, sino de siglo en siglo. Ahora, en contraste con los humores alzaprimados en el Congreso de los Diputados, la ciudadanía, como escribía Ridruejo, es solo espectadora lejana y descomprometida del espectáculo político.
Como no debo demorarme más sobre la sugerencia del título de esta misiva digital, quisiera, señor presidente, exponerle una digresión sobre la intervención de la diputada de EH Bildu y sobre la réplica que usted dedicó a sus palabras. La señora Aizpurua me resulta ‘familiar’. La padecí. La padecimos. Su gran fracaso y el de su partido consiste, efectivamente, en subirse a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados y, tras agredir al Estado y al Rey, abstenerse para investirle a usted. Yo creo que hay que escuchar a estos personajes cuajados en una inmensa miseria moral y permitir, sin imprecaciones ni invectivas, que la muestren. A condición de que se informe al personal de quiénes son, de dónde vienen y adónde van. La señora Aizpurua es una periodista que fue condenada por apología del terrorismo y defendió los crímenes etarras desde cargos de responsabilidad en medios afectos a la causa etarra. Participa —con otros muchos— en los ‘ongi etorris’ populares a los excarcelados y no se le ha oído una palabra de conmiseración ni de contrición por la masacre de ETA.
‘El Correo’, periódico que dirigí en los años noventa y del que fui columnista diario desde 1982 hasta 1989, publicó ayer un editorial que, señor presidente, merece la pena. Reproduzco el mejor de sus párrafos: “El candidato [se refiere a usted, señor Sánchez] se ha esforzado en tratar a la izquierda ‘abertzale’ heredera de ETA como si la desaparición de la banda terrorista convirtiera a EH Bildu en un grupo más dentro de los partidos con representación parlamentaria. Pero que su presencia institucional resulte ineludible no puede significar que su eventual concurso en la política general lleve a las demás formaciones [en este caso al PSOE] a pasar por alto que persiste en una vindicación retrospectiva de la violencia etarra y en el desprecio continuado hacia sus víctimas. No es fácil establecer ‘cordones sanitarios‘ frente a las intenciones regresivas de Vox —como Sánchez defendió en el Congreso— mientras EH Bildu pretende fijar doctrina nada menos que sobre paz y convivencia sin que el beneficiario de su abstención ponga en su sitio a su portavoz. Conviene recordar que si el Parlamento vasco no ha podido ofrecer un dictamen compartido al respecto, es porque EH Bildu se niega a suscribir el más mínimo reproche hacia el abominable pasado de ETA, todavía reciente. De modo que su abstención posibilitará mañana [por hoy] la investidura, pero pesará sobre el mandato del nuevo Gobierno”.
Le garantizo —si falta hiciera recordárselo— que ‘El Correo’ es el periódico hegemónico en el País Vasco, uno de los principales de España y el que más claramente muestra una línea editorial moderada e inclusiva. No es la prensa ‘de Madrid’ la que publica esas muy lúcidas líneas, sino un medio vasco que ha estado ahí desde el inicio del siglo pasado y cuyo presidente Javier de Ybarra y Bergé fue secuestrado y asesinado por ETA el 22 de junio de 1977. Su hijo Enrique —fíjese, presidente, qué ejemplo— está ahora al frente del consejo del diario. Tiene mérito.
Eduardo Madina, socialista vasco, víctima del terrorismo etarra, escribió en ‘El País’ del pasado día 21 de diciembre, una pieza extraordinaria titulada “Un discurso sobre la identidad”. Creo que es de lo mejor que se ha escrito sobre ETA y la sociedad vasca, y hoy, cuando persisten los ecos de las palabras de Aizpurua y el vacío de las suyas, presidente, es exigible reproducir un párrafo esencial:
“El ejemplo dejado por Merkel invita a soñar con una mayoría clara en el Parlamento vasco que considerara que la identidad colectiva de los vascos es indesligable de la memoria de las víctimas de ETA. Porque no hay posibilidad de definición identitaria de lo vasco que no tenga en cuenta que, en Euskadi, se desarrolló, durante cinco décadas, una tentativa totalitaria de purificación nacional que se llevó a cabo a través de los asesinatos selectivos de casi mil personas. No hay un nosotros posible que no tenga en cuenta semejante vacío, ni articulación posible de la convivencia que no parta de la memoria de todos aquellos que le sobraron a ETA en ese sueño de purificación que fue, de fondo, la mayor amenaza a la convivencia que nunca hayamos tenido”.
Relativice, señor presidente, todo cuanto de contingente pueda tener la política, arriesgue hasta la temeridad los valores que están en juego con sus socios-adversarios, precarice como un equilibrista en el alambre logros de los últimos 40 años, pero díganos dónde localiza su límite, hasta dónde no está dispuesto a llegar, cuál es su última y definitiva frontera. Porque si no lo es la diputada Aizpurua —y no parece que lo fuera—, ¿qué futuro, moral, no ya político, nos espera?