Querido ministro de trenes, vespinos, carricoches y demás métodos de transporte, acaso el titular le parezca exagerado por mi parte. Y mire que le he dado vueltas al tema, pero, por mucho que lo intente, no he podido hallar otro verbo que describa mis sentimientos hacia usted. Oiga, Puente, le quiero. Le quiero un montón. Qué digo un montón, le quiero infinito que, como muy bien dice el sabio de Pepín Tre, se calcula que puede tener un tamaño varias veces superior al de la Manga del Mar Menor. Usted es norte, luz y guía de todos los que tenemos que ganarnos las habichuelas trabajando en esto de castigar la cuartilla. Porque no hay día que no suelte alguna estupenda frase en la que mojar pan hasta el fondo.
Créame, era difícil en ese gobierno de cobetes, caris, planchadoras, bailarines, despechás y demás géneros encontrar a una persona humana que pudiera superar la habitual cuota de estupendas barbaridades emitidas por boquitas de piñón gubernamentales. Pero usted, mi ministro, mi Óscar, mi Puente, lo ha logrado. Eso no puede discutírselo nadie porque es mérito y logro que traía usted de suyo desde los tiempos de su munificencia municipalista en Valladolid, que sabido es que, villa por villa, Valladolid es Castilla.
Su última gesta, la de bloquear a diestro y siniestro sin reparar en condición, género, clase o número de dioptrías, merece toda mi consideración porque demuestra su buen hacer, su talante y lo bien que invierte el tiempo que le pagamos los españoles – una pasta, por cierto – en cosas fundamentales. He estado tentado de iniciar un crowfunding y comprarle algún tipo de pomada para el dedito índice, que lo debe tener como la Lirio, moraíto de martirio de darle y darle a la tecla de bloqueo.
Créame, era difícil en ese gobierno de cobetes, caris, planchadoras, bailarines, despechás y demás géneros encontrar a una persona humana que pudiera superar la habitual cuota de estupendas barbaridades
Muchos lo están criticando con el pueril pretexto de que si un ministro es un servidor público y que si se debe a todos y que si bla bla bla. Ni caso. Siga usted con esa inversión de tiempo y, por qué no decirlo, de talento y deje que lo de los trenes vaya solo. Usted debe estar a lo importante, que no es otra cosa que agradar a su señorito. Por todo esto le tengo auténtica devoción, devoción rayana en el más puro y elevado amor. Platónico, tampoco nos vayamos a confundir. Pero es que ver con qué desenvoltura sin parangón se mueve usted ante los medios diciendo las cosas que dice me llena de estupefacta adicción.
Creo que debería crearse algo así como “El método Puente”, consistente en grabar sus intervenciones una por una. Tamaño engarce de perlas de sabiduría se proyectaría en salas de cine, para ejemplo, gloria y prez de su persona y animaría a todos aquellos que se consideren poca cosa, fracasados, que estén desanimados, que tengan complejo de inferioridad en las reuniones sociales o que se consideren nulidades. Estoy convencido de que verlo y llenarse de esperanza será todo uno.
Porque si alguien como usted, mi ministro, mi Puente, oh, mi ínclito Óscar, ha llegado a ocupar una cartera, significa que cualquiera puede aspirar a un ministerio, cualquiera puede triunfar, ya que con Sánchez España se ha convertido en un paraíso de oportunidades siempre que se diga y se haga lo que dice el omnímodo y supremo líder socialista. Padres que tenéis hijos de los que no conseguís hacer carrera, mostradles a mi ministro decir cosicas y luego pedirles que se comparen con él. Su autoestima subirá enormemente, garantizado. Y es que mi Óscar se merece un ídem, un Goya, un Nobel, un Goncourt, el premio Coca Cola de redacción y la pata de una gamba.
Y no me bloquee, por favor. Ya sabe que todo esto se lo digo desde el amor puro y sincero. Puente, mi puente sobre el río Kwai.