Juan Carlos Girauta-ABC
«Uno espera con curiosidad morbosa las imaginativas fórmulas que han de disfrazar las inconstitucionalidades de modo que satisfagan a los separatistas y, a la vez, pasen inadvertidas a cuantos pueden recurrir de nuevo al Tribunal Constitucional»
La mesa de la vergüenza es una sinécdoque mendaz que llama «Cataluña» a dos partidos. Presenta como igual lo desigual con ridícula solemnidad y nos cuela un diálogo Cataluña-España, torpe modalidad de onanismo nacionalista. También suplanta a dos parlamentos y ocasiona un agravio comparativo a las autonomías sanas.
Es un timo de trileros que escamotean la sota o entrecruzan aprisa cubiletes para que perderemos de vista la bolita. El primer partido del Parlament no está presente y, lo que es más importante, jamás lo estaría pues su especialidad es detectar sinécdoques, asimetrías, ridiculeces, onanismos, suplantaciones y timos nacionalistas, empezando por los del PSC, que tiene en la mesa a Salvador Illa.
Este licenciado en Filosofía (según «La Vanguardia», y a
confirmar) que sermonea sobre el coronavirus ha pasado de Societat Civil Catalana a sentarse a los dos lados de la mesa de la vergüenza. Como Pablo Iglesias y Manuel Castells son favorables al derecho de autodeterminación, sumen a otros dos miembros del Gobierno español a ese diálogo consigo mismos. En cuanto a Ábalos, está y no está, cual holograma. El verdadero Ábalos quedó atrapado en el bucle de La invención de Morel, de Bioy Casares; él interpreta el papel del Fugitivo y Delcy el de Faustine. En cuanto a Carolina Darias, no pinta nada, pero a la responsable de Política Territorial había que invitarla a la timba. Resumiendo, quienes de verdad se juegan España son Sánchez, Calvo y Montero. Qué tranquilidad.
El elenco sedente en el lado que capitaliza el golpe es desconcertante. Lo mejor de cada casa. Una mezcla de racismo, monomanía y estulticia. Si la una tiene serias dificultades con el castellano, la otra es alérgica al Derecho y nos advierte de que la «seguridad jurídica» no guarda relación con la Constitución. Si el uno está procesado por varios delitos y llevaba encima todo el plan del golpe en una Moleskine, el otro está inhabilitado y ve baches en la cadena de ADN de los constitucionalistas catalanes. A este en concreto le está dando Sánchez tratamiento de jefe de Estado a la sombra un Tàpies. Arte povera, política paupérrima.
El lado salvaje de la mesa es de ideas fijas, autodeterminación y amnistía, y acoge tres bandos. El primero, ERC, tiene agarrado al Gobierno Sánchez por las partes blandas. El segundo es el del sonrosado Torra. El tercero es de obediencia puigdemoníaca.
En la primera timba, filtrada de inmediato por los separatas, Calvo ha ofrecido librar de la Justicia a los condenados y a los huidos. Qué ingenua, dirá alguno sabiendo que the wild side va a piñón. Pero no hay ingenuidad en una oferta que implica atribuirse competencias de otros poderes del Estado. Y el problema es que carta en la mesa, presa. De momento, ese regalo pueden darlo por descontado. Si no se ha levantado mayor escándalo es porque se asume con naturalidad que la Justicia la controla Sánchez. Injusto, sí, pero lo de Delgado tiene consecuencias, como las tendrá la actitud que adopte el tercer poder ante la lenidad penitenciaria de la Generalidad para con los suyos.
Además de esas peladillas que los independentistas se han guardado en el bolsillo, ¿qué van a ofrecerles? O mejor, ¿qué pueden ofrecerles? Nada de lo que quieren. Vaticinio: si se sacan de la manga un referéndum de autodeterminación que no está en el mazo oficial, no se romperá la nación sino la baraja de Heraclio Fournier Sánchez, por falsa. Si tiran por la amnistía, de muy dudosa constitucionalidad, los sediciosos no tendrán ni antecedentes. Habrán doblegado al Estado, y pedirán más.
Sánchez es partidario de devolver a la legalidad las partes del Estatuto catalán que fueron anuladas por el Tribunal Constitucional. Con «fórmulas imaginativa», aclaran los socialistas. De nuevo, no sé qué es más raro: que se presente tal posibilidad como viable o que a tanta gente le parezca de lo más normal. Queridos, no es tan difícil; el intérprete supremo de la Constitución ya se pronunció. Ya sabemos lo que es y lo que no es constitucional de entre aquella ensaladilla de postulados pretenciosos con que el PSC demostró ser más nacionalista que CiU. Lo que era inconstitucional lo seguirá siendo. Uno espera con curiosidad morbosa las imaginativas fórmulas que han de disfrazar las inconstitucionalidades de modo que satisfagan a los separatistas y, a la vez, pasen inadvertidas a cuantos pueden recurrir de nuevo al Tribunal Constitucional.
España está perdiendo calidad democrática a chorros al otorgar privilegios formales y materiales a unos traidorzuelos, al someterse a un preso. Que el gobierno haya aceptado la expresión «conflicto político» para referirse a la canallada que unos cometieron contra todos en septiembre y octubre de 2017, y para las consecuencias de aquel golpe, es una derrota autoinfligida. Sánchez no lo nota, o no le importa, porque esa claudicación crucial con el lenguaje le garantiza a Narciso otro chute de nada.
Además, dada la naturaleza del monstruo que alimentan, podemos dar por seguro que lo volverán a hacer, tal como anuncian. Una vez frustrados, los separatistas volverán a derogar la Constitución en Cataluña, volverán a violar los derechos de muchos diputados, primero, y luego los de todos los catalanes que aún se quieren españoles. Volverán a prostituir el acto de votar usando sus cubitos de basura con ranura y su censo ful. Volverán a contarle al mundo que ellos son Cataluña, un pueblo sojuzgado que suplica la ayuda de alguien, de quien sea, de Rusia, de la China.
Si para entonces hay un presidente decente, también volverá a detenerse el golpe con el 155. Pero ahora sabemos más. Sabemos que la única manera de salvar el Estado democrático de Derecho en España pasa por intervenir durante varios años las finanzas, la educación, la Policía y los medios de comunicación de la Generalidad. Tras la etapa correctora, tomaría unos cinco lustros disolver el odio inoculado por los aparatos de Pujol, de Maragall, de Montilla, de Mas, de Puigdemont y de Torra. Piensen que donde nosotros decimos, jugando a los naipes, «carta en la mesa, presa» (o pesa), el catalán, más belicoso, dice «carta a terra fa guerra».