EL PAÍS 03/07/17
RAFA DE MIGUEL
· La apariencia de ley no es ley, como la apariencia de moderación no oculta la radicalidad suprema que consiste en hacer pedazos el estado de derecho
¿No tiene algo de tramposo redactar toda una Constitución para poner en marcha un proceso constituyente? Los impulsores del proceso secesionista han decidido mantener su aventura en secreto hasta el último minuto y no dejar nada al azar. Unas pocas cabezas pensantes se han arrogado el derecho de imaginar y diseñar un nuevo Estado sin contar con más de la mitad de las personas que lo habitarían. Y lo que es peor, ignorando de un modo flagrante la ley. Al atribuir desde el artículo 2 del texto la soberanía nacional al «pueblo de Cataluña» quiebran unilateralmente el marco constitucional que les ha dado cobijo. Ellos solos, sin pacto, debate ni transparencia. Con transacciones secretas para contentar a los más radicales o hacer guiños a los indecisos. Lo verdaderamente llamativo es que ni siquiera parecen atribuir a todo el pueblo catalán esa soberanía arrebatada. Se la guardan para ellos mismos, y conceden, no un proyecto de Constitución, sino una «carta otorgada» a modo de trágala. Ellos han decidido ya que el nuevo Estado será una República, que seguirá integrado en Europa, que el futuro presidente de Generalitat concentrará las funciones de un Jefe de Estado y de un Jefe de Gobierno, que el nuevo Poder Judicial arrastrará, e incluso agravará, los vicios y pecados del actual y seguirá controlado por el nuevo Ejecutivo.
Resulta ingenuo pensar que ese proceso asambleario posterior del que habla el texto cuente con la participación de aquellos catalanes que sienten violados sus derechos fundamentales como ciudadanos en esta aventura separatista. Es más previsible suponer que las disposiciones se radicalizarán en ese tiempo de barra libre. Y cuando esa Ley Fundamental llegue a la nueva asamblea constituyente, los diseñadores del experimento ya se han encargado de dejar claro que bastará en segunda vuelta mayoría absoluta, no mayoría reforzada, para sacarla adelante.
La apariencia de ley no es ley, como la apariencia de moderación no oculta la radicalidad suprema que consiste en hacer pedazos el estado de derecho. En otros tiempos, en otras circunstancias, hasta el grupo de hombres que decidió poner en práctica la secesión más exitosa de la historia contemporánea, la de las colonias de América del Norte del Reino Unido, tenía claro que la minoría no podía imponerse a la mayoría. «¿No habrá pensado que sus manos eran las únicas que iban a manejar este texto?», se cuenta que le dijo el sardónico Franklin al orgulloso Jefferson al leer su borrador de la Declaración de Independencia, plagado de términos pomposos y aroma de púlpito. Hoy en Cataluña, un grupo reducido quiere arrastrar al resto a una aventura imposible bajo el hechizo del llamado «derecho a decidir». ¿A decidir qué? Si ya lo han decidido ellos todo.