EL CONFIDENCIAL 19/02/14
JAVIER CARABALLO
· Si reivindicar hoy en el País Vasco la memoria de un asesinado por ETA se sigue considerando un acto de valentía es porque el espíritu de ETA sigue vivo en una buena parte de la sociedad vasca
Para que no se pierda su memoria, han colocado un buzón en un árbol con el nombre del muerto: ‘Joseba Pagaza’. Es un buzón blanco, celestial, como si en realidad se pudiera establecer una línea de comunicación con el más allá y mandarle cartas a los muertos. Algunos ya lo han hecho. “No te conozco ni me conoces”, le dice un tipo que, cuando lo asesinaron, no pasaba de los 16 años.
Todos ensalzan su figura, reivindican su recuerdo, pero el verdadero sentido del buzón, o por lo menos el más arriesgado, es otro muy distinto. Quieren que este buzón colgado de un árbol (aunque también es una página web) lo puedan utilizar también quienes colaboraron con su muerte de una forma o de otra. Nadie lo ha hecho hasta el momento. Sólo un individuo, que se llama Félix, ha dejado escrito en el buzón: “Yo también miré para otro lado. Lo siento y me avergüenzo”.
Quizá él, Félix, fue uno de los que, antes de que lo asesinaran, veía pasar a Joseba por las calles de Andoain y se lo imaginaban ya tendido en el suelo, tapado con una manta empapada en sangre, con la cabeza reventada por tres tiros. En casi todos los asesinatos de ETA en el País Vasco hay un hedor insoportable de delación, de silencio, de colaboración, de comprensión, pero lo que hace especial el de Joseba Pagaza es que todo el mundo era consciente de que lo iban a matar, empezando por la propia víctima, que lo dejó escrito: “Cada vez veo más cerca mi final a manos de ETA”. Lo acosaban, lo atacaban, lo despreciaban.
“Ya te pillaremos”, le dijo uno de los radicales, señalándolo con el dedo, unos meses antes de asesinarlo mientras tomaba café en un bar de Andoain. Era el 8 de febrero de 2003. Al tipo que lo había señalado sólo le cayó una multa de 390 euros. A los demás que colaboraron con información o con silencio, vecinos del propio Joseba que conocían bien sus costumbres, nada les ha ocurrido y a ellos, fundamentalmente, va dirigido ese buzón. “El buzón de Joseba permitirá recoger la memoria cotidiana sobre el terrorismo. Y tal vez, quién sabe, alguna reflexión de quien sea capaz de mirarse al espejo de su responsabilidad”, como dicen en la web.
Si reivindicar hoy en el País Vasco la memoria de un asesinado por ETA se sigue considerando un acto de valentía es porque el espíritu de ETA sigue vivo
Doce años han pasado desde el asesinato de Joseba Pagaza, tres años han trascurrido ya desde que ETA dejó de asesinar y, si alguien se asoma al buzón, observará que una de las cosas más llamativas es que, incluso una actividad como esta, colocar un buzón blanco en un árbol en recuerdo de un asesinato, se considera todavía por parte de mucha gente como “un acto de valentía”. Quizá podríamos pensar que es la reacción natural, esperada, de una sociedad que ha vivido durante tantos años bajo la opresión y el terror; una sociedad que aún tiene miedo, pero esa no sería, sin embargo, una explicación suficiente.
Si reivindicar hoy en el País Vasco la memoria de un asesinado por ETA se sigue considerando un acto de valentía es porque el espíritu de ETA sigue vivo en una buena parte de la sociedad vasca. Ese es el drama del pueblo vasco, el que alimentó a ETA y el que sigue provocando la mayor deformación de esa sociedad. Una sociedad enferma que entiende, ampara y protege el asesinato de un vecino.
Sin embargo, una vez llegados a estas alturas de la historia en la que ETA ya no asesina porque ha sido vencida, la cuestión que nos debemos plantear es cómo consigue una sociedad superar un pasado tan terrible como el de la banda terrorista. En noviembre pasado, el lehendakari Urkullu presentó un texto en el que se recogen las líneas fundamentales de cómo debe afrontarse una tarea así. Y lo hace, además, apoyándose en todas las experiencias internacionales que pueden considerarse similares. Se trata de un Plan de Paz y Convivencia, que se desarrollará especialmente entre este 2015 y 2016, con un fin muy claro, memoria de lo ocurrido y reparación de las atrocidades.
Dice el plan: “Un doble objetivo de pedagogía democrática básica: por una parte, demostrar que la injusticia tiene consecuencias para cerrar de este modo el paso a la impunidad y a la repetición de hechos similares en el futuro; y por otra, asentar y hacer posible la conciliación y normalización de la convivencia sobre la base sólida de la verdad de los hechos objetivos: el reconocimiento de las violaciones de derechos humanos”.
¿Saben dónde está la trampa? Pues que ese texto aprobado por el Gobierno vasco no se refiere a las víctimas del ETA, sino a las víctimas del franquismo. Lo que mantiene el lehendakari, y por extensión las fuerzas políticas mayoritarias en el País Vasco, PNV y Bildu, es que la normalización en lo concerniente a ETA tiene que consistir en la contemplación del pasado con la equidistancia de un mero conflicto, “el conflicto vasco”. El objetivo de “pedagogía democrática básica” que se le aplica al franquismo no sirve para las víctimas de la banda terrorista ETA. ¿Por qué no tienen derecho los vascos de hoy y de mañana a conocer también “la base sólida de la verdad” y a crear una convivencia sobre “los hechos objetivos”?
La memoria de las víctimas de ETA sigue siendo en el País Vasco un gesto de valentía, casi un acto clandestino. Por eso ese buzón blanco, celestial, que han colgado de un árbol, acabará negro, tiznado. Y de nuevo, ese acto de cobardía cometido por indeseables se convertirá en aliciente para colgar un buzón nuevo. En memoria de Joseba Pagaza y mil asesinados más. Ese compromiso nunca desfallecerá.