Mario Vargas Llosa-El País
Las memorias de Bolton son un documento riguroso que refleja los errores garrafales, la ignorancia suprema de la geografía política y las intempestivas y a menudo desconcertantes iniciativas de Trump
Aunque la Casa Blanca trató por todos los medios de impedir la publicación de las memorias de John Bolton, consejero del presidente Trump para la Seguridad Nacional entre abril de 2018 y septiembre de 2019, el libro, titulado The Room Where It Happened (El cuarto donde aquello sucedió), acaba de salir en Estados Unidos, luego de ser autorizado por los jueces.
Se trata de un grueso ensayo en el que Bolton cuenta con lujo de detalles su experiencia de trabajar un año y medio junto a Trump y lo critica con severidad, dando ejemplos abundantes de lo que todos ya sabíamos: que el presidente de Estados Unidos carece de la preparación más elemental para ocupar el cargo que tiene y los errores y contradicciones que por esa misma razón comete cada día, pese a la popularidad que obtuvo en los primeros años de su Gobierno y que parece haber perdido, hasta el extremo de que, según las últimas encuestas, lo derrotaría en las elecciones de noviembre el demócrata Joe Biden.
La expectativa que este libro ha despertado en Estados Unidos y en el mundo se debe, sobre todo, a que John Bolton es un conservador ultra, pero culto y bien informado, que colaboró en cargos importantes con los Gobiernos de Ronald Reagan y George Bush, del que fue embajador en las Naciones Unidas. Tanto en sus trabajos públicos como en sus comentarios en Fox News, Bolton ha defendido siempre las opciones más extremas —como, por ejemplo, en el caso de Israel, la capitalidad de Jerusalén para el Estado sionista, la ocupación militar de Cisjordania y, ahora, su anexión— y, desde que ganó las elecciones presidenciales, Donald Trump señaló que tendría un cargo importante en su Gobierno. En efecto, fue nombrado consejero para la Seguridad Nacional, encargado de orientar diariamente al presidente en cuestiones internacionales, acompañarlo en sus viajes, y, junto con el secretario de Estado, de coordinar y dar un sentido coherente a la política internacional de Estados Unidos.
Lo primero que descubrió Bolton en su nuevo trabajo fue que al presidente Trump le disgustaban los gruesos bigotes de morsa que él lleva y, lo segundo, lo despistado que suele estar en cosas tan elementales como la situación de Finlandia, de la que el mandatario norteamericano creía, ingenuamente, que no sólo no era un Estado independiente sino que formaba parte de Rusia. Aunque errores tan garrafales, que documentan una ignorancia suprema de la geografía política, aparecen a menudo en las memorias de Bolton, estas no tienen para nada el carácter chismográfico y delator que muchos lectores esperaban. Es, por el contrario, un documento riguroso, prácticamente día al día, de su experiencia de tener que informar, primero, y luego, manejar las intempestivas y a menudo desconcertantes iniciativas del presidente Trump (corregir sus errores, se diría) en las que suele incurrir y que han marcado su gestión gubernamental.
John Bolton pertenece a una familia obrera de Maryland y estudió Derecho en Yale gracias a becas y préstamos. Desde muy joven fue republicano y defendió las opciones más conservadoras y reaccionarias, con argumentos, es preciso decirlo, bastante más sólidos de los que suele usar aquel gremio político. Desde muy joven se declaró seguidor de las tesis del filósofo e historiador irlandés Edmund Burke y su primer libro, en el que explica sus convicciones políticas, Surrender Is Not an Option (La rendición no es una opción), fue un best seller. Este libro también lo será y quizás, lo más divertido del asunto, es que, por la oposición a Trump, la izquierda se haya apresurado a celebrarlo.
John Bolton llegaba a su oficina en la Casa Blanca a las seis de la mañana y allí tomaba desayuno con autoridades diplomáticas y militares; era la primera reunión de trabajo del día. En teoría, su labor consistía en trazar las grandes líneas de la política de Estados Unidos en el ámbito internacional; en verdad, su obligación era sobre todo tratar de entender lo que el presidente Trump quería en este dominio y tratar de poner orden y excusar y dar algún sentido coherente a las infinitas metidas de pata que el jefe del Estado cometía a diario en este campo.
Lo que cuenta es perfectamente explicable. Como generalmente no sabía dónde estaba parado, el presidente Trump desconfiaba de todo el mundo —salvo, quizás, de su hija Ivanka y de su yerno, un par de intrusos— y prestaba mucha más atención a la prensa, y, sobre todo, a la televisión, que a los grandes asuntos del día. Las reuniones con sus más estrechos colaboradores se caracterizaban, sobre todo, por la abundancia de feroces palabrotas que profería, y por el frenesí con que despedía y cambiaba a sus asesores. Que Bolton permaneciera a su lado más de un año y medio fue algo milagroso. Al final lo obligó a renunciar acusándolo de haber abusado de viajar demasiado utilizando los aviones militares, acusación disparatada cuando uno lee estas memorias, donde Bolton especifica con enfermiza pulcritud los viajes de trabajo que hizo y las condiciones en que viajó.
El libro desarrolla todos los temas internacionales importantes en los que Bolton intervino, de Libia a China, de Irán a Cuba, de Rusia a la Unión Europea, de Afganistán al Reino Unido, y, la verdad, el lector queda mareado con esa frenética actividad que, por lo demás, era poco valorada por Trump, cuando no brutalmente contradicha por sus salidas intempestivas ante la prensa, que, luego, los asesores, y sobre todo Bolton, debían enmendar cuidadosamente, sin que pareciera que desmentían a su jefe. El caos que documenta este libro sin humor, y en el que el mal humor fatalmente asoma, permite llamar a la Casa Blanca, sin exageración alguna, una verdadera casa de locos.
Por razones obvias, las cerca de cincuenta páginas que Bolton dedica a Venezuela tenían un interés especial para quien escribe esta columna. Uno advierte, desde el primer momento, que tanto Trump como sus principales colaboradores, se vieron sorprendidos con la enorme oposición a Maduro, que parecía apoyar a Guaidó, y, de inmediato, acordaron respaldarlo, pero, eso sí, descartando de entrada una acción militar contra el régimen chavista. Como se recordará, pese a este acuerdo, el presidente Trump amenazó una y otra vez con una acción armada a Maduro, sabiendo perfectamente que ésta estaba descartada de antemano y que sus bravatas carecían de toda consistencia. Por otra parte, en aquellas reuniones privadas y secretas, Trump mostraba cierto escepticismo con la figura de Guaidó, y, más bien, cierta simpatía secreta por Maduro, “ese duro”, la misma que, pese a todo, le merecía Putin, el nuevo zar de Rusia. Bolton analiza, con rigor, las difíciles relaciones que Trump ha mantenido con sus viejos aliados de Europa Occidental, y su inclinación sistemática por celebrar encuentros con dictadorzuelos medio locos, como el gordinflón que conduce Corea del Norte con mano de hierro o el nuevo amo de Rusia.
¿Qué sucederá ahora en Estados Unidos si una mayoría del pueblo estadounidense confirma en las elecciones de noviembre a Trump en el poder? Yo creo que sería una gran desgracia para Estados Unidos en particular y para el mundo libre en general. Por su ignorancia y por su arbitrariedad, Trump ha conseguido que su país se distancie de sus aliados tradicionales y se acerque, más bien, a sus enemigos, sin siquiera darse cuenta cabal de que así procedía. Este es el testimonio más importante de esta memoria de John Bolton. De ser así, por cuatro años más, aquellos ganarían todavía más terreno del que han conseguido ya en estos primeros cuatro años de su Gobierno. Vaya paradoja que un ultra reaccionario norteamericano como John Bolton haya mostrado cómo y por qué Trump debe ser derrotado en las elecciones de noviembre.
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