RAÚL CONDE-EL MUNDO
«LAS organizaciones sociales, que asumen principios y apoyan programas distintos de los de la mayoría política gobernante, están preocupados por el espectáculo que ofrecen las fuerzas del arco no socialista. Asimismo, les inquieta el insuficiente avance de las mismas en cuanto a su coordinación, mejoría de expectativas electorales y capacidad de construir una alternativa con equipos y programas de Gobierno eficaces». Este texto forma parte de una carta que José María Cuevas dirigió en 1984 a los líderes de AP, del PDP y del Partido Reformista, tal como recogieron Herrero y Dávila en De Fraga a Fraga. Crónica secreta de Alianza Popular (Plaza y Janés, 1989). La misiva la podría rubricar hoy mismo el sucesor de Cuevas al frente de la patronal, a raíz de la desmembración del llamado centroderecha.
La presión de los empresarios cristalizó en la extinta coalición aliancista y podría volver a funcionar ahora, una vez engrasada la maquinaria del bloque conservador mediante pactos que al PP le procuran un triple beneficio: retener parte del poder territorial, someter a Ciudadanos a la condición de marca blanca y homologar a la ultraderecha con el fin de reabsorber a sus votantes a corto o medio plazo. Salvo sorpresa demoscópica, Pablo Casado ha pasado lo peor de la tormenta. Se hundió en 66 escaños, pero amarró la jefatura de la oposición. Y ha neutralizado a Vox convirtiéndolo en un partido dócil e inservible. Ahora, fulminados los restos del sorayismo y del cospedalismo, empieza a hacerse con las riendas. La incorporación de perfiles de verbo expeditivo o de regusto aznariano restaura el padrinazgo intelectual de Faes, aunque desazona a los marianistas y liquida cualquier atisbo de forjar una alternativa desde el Zentrum, que es lo que llevó a Aznar al poder.
¿Por qué, entonces, este acento berroqueño? Porque la prioridad de Casado ahora no es conquistar La Moncloa, sino barrer a las fuerzas que han deshilachado al PP de la refundación. En la práctica, repudia el concepto de derecha civilizada–acuñado por Areilza– y aspira a la concertación imponiendo un marco político tan tremendista como hábil: el PSOE abandona el constitucionalismo mientras la unidad frente al desafío soberanista (Cataluña, Navarra, reforma del Estatuto de Gernika) se hace ineludible. ¿Quién puede negarse a confluir en una candidatura de España Suma, al menos en las listas del Senado, si la patria está en peligro? Esa pregunta martilleará a Albert Rivera, al que se le está poniendo cara de Rosa Díez después de que le haya abandonado hasta Pedro J. La operación para reconstruir el gran partido liberal-conservador está en marcha. Y, a la vista de la resistencia del PSOE con Podemos, solo los adanistas se atreverían a minusvalorar la fortaleza de las viejas siglas.