- Cinco tentaciones debe esquivar el líder del PP para afrontar con garantías de éxito su llegada a la Moncloa. El triunfalismo es la primera
Hay un círculo en el infierno reservado a quienes empiezan su artículo con una cita. Quizás el sexto. Allá vamos. «Solo hay una forma de evitar una tentación y es caer en ella». Wilde habrá sido capaz de perdonarnos tamaña zafiedad. Manosear su cita más manoseada. Cuánta grosería.
Pablo Casado, que no es zafio, ni grosero, sino más bien todo lo contrario, pulido de formas y prudente en el verbo, arriesga pasar una temporada, no en el infierno de los columnistas ineptos, sino en el los políticos derrotados, un cotolengo angustioso y lóbrego, habitado por rencores y remodimientos. En el purgatorio se encontraba, tras dos derrotas en elecciones generales y severos batacazos en Cataluña y País Vasco, hasta que advino la victoria rotunda de Díaz Ayuso que logró recomponer el desaguisado y rescatarle del rincón de los penados.
Arranca ahora un rosario de citas electorales que desembocarán -si el presidente del Gobierno no altera el calendario oficial- en el juicio final de las Legislativas de 23/24. Un mero tropiezo el 13-F equivaldría a encajar un gol en el minuto dos, jugando en casa y frente a un adversario menor. Un severo trastazo que obligaría al Génova a la gran remontada. Es decir, a golear en Andalucía -con Macarena Olona en liza-, a barrer en las municipales de la primavera del 23, para llegar al cara a cara con Sánchez en condiciones de victoria. Casado, prudente y reflexivo, se habrá sentado a reflexionar en algún momento de estos afanosos días en los que corretea, quizás demasiado, por plazas y establos, tractores y carros de la vieja Castilla. Tras esas supuestas sesiones de profunda meditación, habrá concluido que resultará imprescindible evitar, en los próximos meses, al menos cinco tentaciones que ahora enredan sus planes y que, de no esquivarlas, pueden amargarle la existencia y mandarlo al averno. Estas son.
ABRAZADOS AL TRIUNFALISMO. Quizás fue Mañueco. O los estrategas de Génova. Es igual. El PP se ha puesto el listón demasiado alto, ha saltado a la cancha en avanzado estado de triunfalismo. Mal asunto una euforia tempranera. CyL no es Madrid ni su presidente es Ayuso. Insistir, como se ha hecho, en que va a repetirse la gesta madrileña resulta un error. ¿A qué tanto aspaviento, si aún no hay ni piel ni oso? Arrancaron coreando los 38-39 escaños de los 41 necesarios para la absoluta. Mal. Las cosas se hacen al revés. Se anuncia una victoria discreta y, si se redondea un exitazo a lo Nadal, se agotan veinte o treinta cosechas de Vega Sicilia y a brindar. Las encuestas rebajan estos días las expectativas del PP. Emiten ya mensajes de satisfacción con 36 escaños. Ese es el camino.
¿ALGUIEN PUEDE RETIRAR LOS JARRONES CHINOS? La lió José María Aznar en Valladolid. «La pregunta es, ¿ganar para hacer qué?». Heló el auditorio. «Soy reformista, soy reformista», tuvo que repetir Casado al día siguiente con la insistencia de quien grita «soy inocente». Y ahora le toca a Rajoy. Los jarrones chinos del PP son más molestos que esa soga del filme de Hitchcock, que va del cuello del asesinadito al tenebroso baúl, luego a la cocina, de ahí a la biblioteca y así hasta que pillan al criminal. ¿Alguien puede, por favor, dejar a los jarrones en paz? Casado los incorpora a sus convenciones, a sus campañas, a sus mítines, en un afán transmitir la idea de un partido compacto y cohesionado, con un pasado lustroso y una historia ejemplar. Pues no. Aznar, reclutado para anular a Vox, resulta estridente. Rajoy, muy próximo ahora a su sucesor en Génova, espanta más que aporta. No representan el PP de Casado y, qué se le va a hacer, no pintan nada. Que alguien los retire de una vez del salón, please, porque siempre terminan rompiendo algo.
DESPRECIAR A VOX. Si hay algo realmente estúpido es dedicar cada día un buen rato a lanzar jaculatorias contra quien, inevitablemente, devendrá tu socio. Quizás no en Castilla y León, aunque más bien sí. Pero Casado va a necesitar al partido de Santiago Abascal para sentarse en el sillón de la Moncloa, sea lo que sea que haga allí después. Se dirá que, dado que la izquierda se ha borrado de esos comicios, que Pedro Sánchez prefiere Dubai y Yolanda Díaz se ha esfumado, a los virtuosos de la derecha no le queda otra que matar el rato sacudiéndose entre ellos. Lo hacen con saña. Casado es un virtuoso en la especialidad, como se comprobó en aquella fastidiosa moción de censura. «No pasa nada, ya se entenderán cuando llegue el momento de los besos y abrazos», dicen las cacatúas politólogas. Es posible, pero Almeida se ha visto forzado a ejecutar una dolorosa contorsión hacia le lado oscuro del tablero parra sacar sus presupuestos y en Andalucía están en las mismas. Lo natural sería ir tras la senda de Ayuso, el enemigo es el PSOE sus frankies y ni una mala palabra hacia Vox. Tampoco besos, claro está. Arrearle dos trompadas cada mañana a Abascal se antoja una estrategia errada para frenar a Vox en CyL. No es eso.
LA GUERRA CONTRA AYUSO. Tiempos de tregua. Cese de hostilidades. La cúpula de Génova anda por el Pisuerga, pero la crisis sigue latente. Ayuso cedió en la fecha del congreso, un debate absurso e hipertrofiado. Una excusa de Teodoro García Egea para humillar (‘poner en su sitio’ dicen ellos) a la presidenta. «Hay quien organiza bien un asedio y mal una batalla», advertía Platón. Cuanto antes advenga el acuerdo, cuanto antes asuma Casado que ha cometido un error, que resulta disparatado cargarse la mejor joya de su colección, antes emergerá el partido de su actual neblina.. No debe importunarle que la lideresa brille demasiado. Al contrario, más luz entrará en su establecimiento, más relumbrará su negocio y más gente se acercará a comprarle la mercancía. Así de fácil. Logrará al fin volar en los sondeos y dejar muy atrás al PSOE, movimiento que por ahora, lejos de producirse, va aflojando.
UN EQUIPO GRIS MARENGO. Anodino y gris. Así es el equipo que rodea al líder de la derecha española. Basta echar un vistazo a su alineación, recitar los apellidos, leer sus trayectorias, enumerar sus éxitos. Nada. Apenas llevan tres años, se dirá. «Dentro de cincuenta años, alguno de ellos estará a punto de tener talento», se responderá con Bioy. El malvado Aznar algo deslizó al respecto en su accidentado discurso. Su equipo, cierto es, lo conformaba un grupo de políticos solventes, aunque alguno salió rana. Rajoy poco puede hablar de esa materia, con un Fernández Díaz y los hermanos Nadal entre sus pretorianos. Acertó con Moragas, cuando Arriola estaba de retirada. Hay gente muy valiosa en el PP. Basta echar un vistazo al Gobierno de Ayuso. O al de Juanma Moreno, posiblemente el mejor dotado.
En Génova no se reúnen los mejores. Son, como diría el Templado de Max Aub, los «proclíticos», esos monosílabos sin acentuación que se ligan a la palabra siguiente para intentar ser algo. Se adornan con plumas de ganso y se la pasan en trance de pavo real. El equipo casadista, astuto, engreído y algo patrañero, necesita un refuerzo, unos cuantos Lasquetty, un suponer. No se trata de ampliar la Ejecutiva, sobrada de número y algo escasa de talento. Precisa más bien elevar la mirada, concretar un proyecto sólido, convincente y, luego, exponerlo con firmeza, convicción y algo de fe. Cierto que habla con mucha gente, consulta con personas valiosas, mantiene contactos interesantes. Su agenda no es manca. Bien, pues que escuche. Y tome nota.
Cinco son las tentaciones en las que Casado ya ha caído o está a punto de caer. Debería remediarlo. No sólo por mantener altas su expectativas de llegar al poder, sino por procurarle satisfacción a una sociedad maltrecha y desvencijada que, mayoritariamente, empieza a dar muestras de hartazgo con el actual Gobierno, recinto nuclear de toda ineptitud. En esto de las tentaciones, como con las muelas picadas, se ha de actuar cuanto antes. El alivio es inmediato. Casado, sin embargo, parece correr cada vez más aprisa para mantenerse en el mismo sitio, como la Reina Roja de Alicia. Y ese es el camino que, indefectiblemente, desemboca en el sexto círculo del infierno.