Isabel San Sebastián-ABC
- Los barones populares han de exigir un congreso limpio (o sea, libre de García Egea) que impida la consumación del suicidio
El líder de un partido tiene tres funciones que cumplir: diseñar un proyecto político coherente, unir a sus bases y ganar las elecciones con el fin de ponerlo en práctica. Pablo Casado había fracasado en las tres antes incluso de alentar la ofensiva lanzada desde Génova contra Isabel Díaz Ayuso y cubrirla de insidias destinadas a sembrar sospechas en la entrevista concedida a Carlos Herrera en Cope.
El Partido Popular nació del matrimonio entre AP y los restos de UCD con el propósito de integrar a todo el centroderecha bajo unas mismas siglas, que cosecharon varias mayorías absolutas. En época de Rajoy esa unidad se quebró con el nacimiento de Ciudadanos y Vox. De esa fragmentación surgió Frankenstein, el peor gobierno que hemos padecido desde el advenimiento de la democracia, y un congreso popular del que salió vencedor Casado, cuyo discurso duró lo que tardó en colocar a sus peones en puestos clave. Luego mutó hasta hacerse irreconocible y dio comienzo la deriva autodestructiva que entró en barrena el pasado miércoles y amenaza con liquidar no solo al PP, sino la esperanza de ganar a un Sánchez que a estas horas se relame pensando en lo imbéciles que son los llamados a plantarle cara; en la candidez pueril con la que caen en sus trampas.
El dirigente que aspira a tomar las riendas de España, tras demostrar que es incapaz de poner orden en su casa, comenzó su mandato perdiendo dos elecciones generales. A continuación prescindió de la portavoz parlamentaria que él mismo había designado, culpable de no cambiar de chaqueta con él. Vino después el ataque feroz a Santiago Abascal en el Congreso, destinado según sus impulsores a hurtar a Cs el voto de centroizquierda, aunque como se vio en las elecciones castellanoleonesas esas papeletas no regresaron al PP, sino que se fueron a Vox, que no ha dejado de crecer en las encuestas mientras los populares caen y el PSOE sobrevive prácticamente incólume. En Castilla y León las urnas dictaron sentencia imponiendo una coalición entre azules y verdes, que la dirección nacional se empeña en prohibir al presidente Mañueco, a quien también abrió un expediente en su día. Y para culminar esta sucesión de aciertos sale a la luz la trama de espionaje urdida en busca de basura con la que matar a la presidenta autonómica que mejores resultados cosecha y más convence al votante. O sea, a perder Madrid con tal de librarse de ella.
Casado ha defraudado todas las expectativas. Su candidatura está abocada a la derrota. Si no quieren verse arrastrados al desastre, los barones populares han de exigir cuanto antes la celebración de un congreso que impida la consumación del suicidio. Un congreso limpio que, evidentemente, no puede tutelar el intrigante García Egea, cuya cabeza debería ser la primera en rodar hoy mismo.