IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • Quien va a recoger los frutos de la guerra cainita en el PP es Abascal

Primero fue Sánchez agitando, frente a Ayuso, la bandera de unas restricciones que, más que contra el covid, iban contra ella y acabaron yendo contra Madrid, batalla en la que aún anda metido torpemente Iceta tratando de sacar a la Dama de Elche del Museo Arqueológico Nacional en nombre de un improvisado federalismo cultural que no es más que trapicheo provinciano y cuya rudimentaria lógica (la Dama de Elche a Elche) nos obligará a llevar al Bobo de Coria a Coria.

Después de Sánchez fueron los nacionalistas vascos y catalanes los hipócritamente alarmados ante el surgimiento de un insólito «nacionalismo madrileño» al que sólo les faltó acusar de étnico y de poner en peligro la unidad de España. Pero la ofensiva contra la ganadora de las autonómicas del 4-M no se quedó en el ‘bullying’ sanchista-nacionalista. Detrás de éste, llegó Casado con sus celitos, sus maniobrillas y su Teodoro, que es como un malo de ‘spaghetti western’, o sea, un malo que se sabe que es malo desde el inicio de la peli.

Y, así, el culebrón antiayusista sigue ofreciéndonos nuevos episodios cada semana como una serie de Netflix. Los más recientes han sido el cierre de filas de los llamados barones frente al protagonismo que la presidenta madrileña adquirió en la Convención valenciana; el sucio fuego amigo, que ha denunciado Cayetana Álvarez de Toledo (otro valor en alza gracias a la inquina genovesa); la cumbre de León, en la que Casado reunió a sus presidentes provinciales para bajar los humos a los autonómicos, especialmente a la niña de sus ojos, o de sus ojerizas; y, finalmente, el Congreso andaluz, que, más que en una reafirmación de Moreno para las autonómicas y de Casado para las generales, se ha convertido en una explícita declaración de guerra a Ayuso y a Cayetana, es decir, a todo lo que en ese partido tiene vida y personalidad propias.

No sé quién le hizo el discurso a Casado para esa estelar ocasión, pero quien sea se ha ganado un puesto de honor en la cola del paro. Ese famoso grito de «¡El PP no es un ‘talent show’!» sólo es comparable al «¡Muera la inteligencia!» de Millán Astray. Se ha relacionado estos días al Congreso de Andalucía con el de Valencia de 2008, pero Rajoy no cometió en aquel grisáceo cónclave el error que Casado ha cometido en éste tan broncamente colorista. Al contrario, el fatídico éxito que tuvo aquella memorable ‘asamblea a la búlgara’ residió en el estilo gélido y huevón del marianismo, del que carece el actual titular de la jefatura del PP.

La doctrina de Rajoy consistía en no hacer acuse de recibo de las voces que pudieran contrariarle. Casado padece su mismo síndrome de inmunodeficiencia ideológica, pero carece de su pachorra y de su tiragomas con silenciador. Con Ayuso y Álvarez de Toledo ha cometido el mismo error que con el placaje que le hizo a Abascal en la moción de censura a Sánchez. Se ha olvidado de que su rival electoral es el PSOE y le ha ofrecido en bandeja la división de su propio partido como en octubre de 2020 le ofreció la división de la derecha.

El resultado de esta guerra interna ha sido catastrófico: la liquidación en seis meses de todas las expectativas que generó el triunfo ayusista en los comicios regionales de mayo. Hay que reconocer que lo que ha conseguido Casado en un tiempo récord es realmente prodigioso. Si Ayuso logró, contra todo pronóstico del CIS, lo que parecía imposible para un PP que había puesto en venta su sede de Génova (romper la inercia de la sangría de votos hacia Vox), Casado puede atribuirse un ‘antimilagro’: dividir hasta lo impensable a su partido y devolver a su electorado a la desesperanza en la que se hallaba sumido antes del 4-M, como si éste no hubiera existido jamás.

Cuando en una formación política una clamorosa e inesperada victoria electoral se convierte en una tragedia griega y en un problemón de bigotes, no es el momento de llamar al voto sino al psiquiatra. La reacción de una Génova que se vuelve contra quien la ha salvado de la quiebra y le ha quitado el cartelito de ‘se vende’ sólo es comparable a la de un Lázaro que se rebotara contra el Cristo que le acabara de resucitar y le espetara: «¡Esto no es un concurso de milagros!».

Lo grave de la guerra que está librando Casado contra el ayusismo no es que él vaya a perderla sino que la va a perder su propio partido porque tampoco la va a ganar Ayuso. Ésta crece y crece más con cada nueva sevicia que se urde contra ella, pero es que da la casualidad de que no va a encabezar ninguna candidatura electoral ni en las andaluzas ni en las municipales, ni en las generales. Quien va a recoger los frutos de esta guerra cainita es Abascal. Es a Vox al que Casado está haciendo gratis la campaña. Y lo triste es que hay que darle la razón a su frase de oro: «El PP no es un ‘talent show’». No hace falta que lo jure.