- Jugárselo todo o casi todo a la carta de que Sánchez va a agotar la legislatura puede ser una decisión más que equivocada suicida
Primero, empequeñecer a Vox; luego, esperar a que Pedro Sánchez se la pegue. Ese, en pocas palabras, es el plan de Pablo Casado, el que explica la abascalización de un discurso con el que se busca acelerar, ante cualquier contingencia anticipatoria, el proceso deductivo que acabe empujando a muchos votantes de Vox a taparse la nariz (o no) y prestar su papeleta al PP como la vía más directa para echar a Sánchez del poder. Vamos, lo que venía siendo echar la caña en el abrevadero del voto útil.
Para que la jugada funcione, don Pablo necesita a Isabel Díaz Ayuso, IDA para los amigos, convertida en el más eficaz antídoto contra las tentaciones trashumantes del sector fundamentalista del electorado popular (Curioso efecto de la ficción política que nos rodea el que identifica a Casado con posiciones más liberales que las que defiende IDA, cuando es justamente al revés). Necesita su lealtad y, por lo visto y oído en Valencia, la tiene más que asegurada.
En algún despacho de la Presidencia del Gobierno, y también fuera, ya hay gente pensando en cómo coger al adversario con el pie cambiado, en hacerse un Ayuso
Así que resuelto finalmente el enigma, el más relevante, ad hóminem, de la convención del Partido Popular, lo que no se entiende bien es que Casado no aproveche el impagable papel que ejerce Ayuso como secante de Vox para abrir sus propuestas a sectores sociales más templados, al menos hasta las municipales y autonómicas de la primavera del 23, momento decisivo en el que los ciudadanos van a poner la nota definitiva a las posibilidades reales y al futuro político del líder del PP.
Ese es el punto culminante, el cruce de caminos que determina toda la estrategia de un Casado consciente de que todo lo que no sea ganar con holgura en mayo de 2023 va a dificultar extraordinariamente el asalto al fortín de La Moncloa. Ese, piensan en Génova, será el momento de hacer determinados guiños en ese territorio infiel y maleable llamado centro. ¿Problema? Que sea demasiado tarde; que Sánchez se la juegue ganándole por la mano.
Mayo de 2023: largo me lo fiais
Casado tiene un plan, pero Sánchez tiene dos. O tres. El primero, Plan A, pasa por agotar la legislatura, recoger los primeros frutos del reparto de los fondos europeos y convertir la quinta ocasión en la que España presidirá la UE (entre julio y diciembre de ese mismo año mágico, 2023) en un grandioso escenario en el que posarán, junto al presidente del Gobierno -ya abiertamente caracterizado en candidato socialista-, las grandes sopranos y los más destacados tenores de la ópera política internacional. No va a haber sitio en la newsletter de Moncloa para tanto photocall.
Este es el que Casado confía en que se cumpla, pero en algún despacho de la Presidencia del Gobierno, y también fuera, ya hay gente pensando en cómo coger al adversario con el pie cambiado, en hacerse un Ayuso; trabajando en el Plan B: elecciones generales coincidiendo con municipales y autonómicas. ¿Ventajas para Sánchez? Sensibles. Empezando porque evitaría el impacto que una posible derrota del PSOE en ayuntamientos y comunidades tendría en las nacionales de finales de año. Además, al hacerlas coincidir, Sánchez pondría a toda la maquinaria socialista a trabajar para él. A todos sus barones, alcaldes, diputados autonómicos y concejales. Alineados y no alineados.
Pero hay más argumentos a favor de esta opción; y de más peso. El principal tiene que ver con las dudas crecientes sobre una correcta gestión de las ayudas: “Va a haber mucha frustración con los fondos europeos”, le decía un importante empresario en este periódico a Juan T. Delgado; tienen que ver con la sospecha de que el Ejecutivo no va a arriesgar ni un voto acelerando las reformas que exige Bruselas (pensiones, laboral, fiscal…), abiertamente opuestas a las pretensiones del socio de gobierno y a la pulsión intervencionista a la que Unidas Podemos empuja a la coalición, explicitada en estos días con el acuerdo para la limitación de los alquileres de viviendas.
En unos meses, hasta mayo del 23 puede convertirse en una fecha que Sánchez empiece a percibir como demasiado lejana y a Casado le pille el anticipo ‘abascalizado’ y sin centro
Con las previsiones de crecimiento dolorosamente recortadas, los precios de la energía disparados, el gasto público por las nubes y 10 millones de personas en situación técnica de pobreza, 2022 se presenta como un año de dificultades extraordinarias que habrán de afrontarse sin poder echar mano del hasta ahora socorrido recurso que responsabiliza de todos nuestros males a los brutales efectos de la pandemia. Y en ese diabólico contexto, el último riesgo que va a asumir Sánchez es el de que un día, por ejemplo en las cercanías de una campaña electoral, aparezcan las primeras informaciones sobre irregularidades o simplemente ineficiencia en la gestión de los recursos Next Generation. O peor aún: que Europa amoneste a España por el incorrecto o deficiente uso de los mismos, posibilidad que hoy, con el expertise acumulado, no es en absoluto descartable.
Tampoco puede permitirse Sánchez una bronca duradera con sus socios, que la habrá antes o después de confirmarse el proceso de felipización (ver Postdata) emprendido y pretendido. O reforma de las pensiones al modo y manera de Bruselas o problemas; o reforma del mercado laboral al modo y manera europeos o problemas; o ruptura con Unidas Podemos, o problemas. O ruptura o adelanto electoral. O las dos cosas a la vez.
El reloj empezará a contar hacia atrás en cuanto se aprueben los presupuestos, paso previo para intentar ganar tiempo y vender luego el proyecto de reconstrucción a los socios que de verdad importan, los europeos. A partir de ahí todo es posible. Dependerá de lo que le cuenten los Tezanos de turno al presidente, pero también de variables cuyo manejo queda fuera del alcance del Gobierno. Cuanto más tarde, más riesgo. Por todo ello, jugárselo todo, o casi todo, a la carta de que Sánchez va a agotar la legislatura puede ser una decisión más suicida que equivocada. Porque quizá dentro de poco, Plan C, hasta mayo del 23 pueda ser una fecha que el líder socialista empiece a percibir como demasiado lejana y a Casado le pille el anticipo abascalizado y sin centro.
La postdata: Sánchez, González y Rubalcaba de señuelo
La semana pasada Gabriel Sanz anticipaba que Felipe González había aceptado la invitación a participar en el 40 Congreso del PSOE, a celebrar entre el 15 y el 17 de los corrientes. La información era posteriormente confirmada a varios medios por fuentes de Moncloa. El expresidente, por el contrario, guardaba silencio, y a fecha de hoy sigue sin confirmar su participación en el evento.
Ha molestado a muchos socialistas que se utilice el homenaje a Alfredo Pérez Rubalcaba, previsto en principio para el sábado 16, como señuelo para atraer a Felipe y a otros exdirigentes del partido. Y ha molestado porque, señalan, se trata de una maniobra excesivamente grosera que se enmarca en la actual estrategia de blanqueamiento del “sanchismo”, utilizando para ello a dos personajes siempre hipercríticos con el actual presidente del Gobierno y su coalición con Unidas Podemos.