Ignacio Camacho-ABC
- La derecha espera que Casado merezca la victoria poniendo de su parte algo más que el rédito del rechazo a Sánchez
En política el liderazgo se puede apuntar en la oposición, pero sólo se construye desde el poder. Suele darse el fenómeno contradictorio de que grandes esperanzas carismáticas han decepcionado al llegar al Gobierno (Obama) mientras que figuras de apariencia anodina (Aznar, Merkel, Draghi) han experimentado el proceso inverso. En la España reciente tenemos varios ejemplos, desde Ayuso a Juanma Moreno, cuyas reputaciones han crecido a partir del instante en que unas carambolas del recuento los convirtieron en referencias cuando nadie daba un euro por ellos. Al mismo Sánchez lo defenestraron los suyos por falta de confianza y no hay quien le tosa en el partido desde que se convirtió en presidente por la puerta falsa; otra cosa es que en la Moncloa siga demostrando que tenían razón los que recelaban de la ausencia de escrúpulos que esconde su audacia. En general, el «efecto halo» del que manda provoca en mucha gente el descubrimiento de cualidades inesperadas. Claro que también hay casos como el de Zapatero, paradigma de cómo el poder es capaz de agrandar defectos que traía de serie cuando lo eligieron.
En la derecha sociológica hay una visible tendencia a ponerle reparos a Pablo Casado, que en efecto no acaba de mostrar el cuajo necesario para ganarse a su electorado. Tiene los sondeos a favor en virtud de la fobia antisanchista y del desplome de Ciudadanos, pero encuentra pocos partidarios dispuestos a seguirlo con entusiasmo. Le cuesta convencer, tiene poco gancho y se ve obligado a organizar actos aclamatorios para que se le vea como un líder consolidado. Sin embargo a estas alturas no hay mejor modo de perder unas elecciones que dudar del propio candidato. Le acaba de pasar en Alemania a Laschet, el delfín merkeliano: los votantes de la CDU mostraban en las encuestas una clara preferencia por el perdedor en el proceso de sucesión interna. Y evidentemente ganó la izquierda remontando en campaña quince puntos de diferencia. Los pleitos políticos no otorgan opciones al que se entretiene en discutir la letra pequeña.
En los comicios de 2023 no habrá más que una disyuntiva: Sánchez o no Sánchez. Los votantes conservadores y liberales tendrán que decidir si quieren ganarle o le entregan la renovación a base de remilgos titubeantes. Pero el voto de nariz tapada quizá sea insuficiente si Casado no cumple su parte, que consiste en encontrar un tono, presentar un equipo y levantar un programa viable, sin promesas que no pueda cumplir y sin brindis fáciles porque como le han recordado Aznar y Rajoy en esta convención itinerante tendrá que tomar si vence medidas impopulares y es probable que le incendien la calle. El liderazgo le vendrá dado cuando haya demostrado merecerlo; hasta entonces su tarea es la de construir un proyecto solvente, honesto, creíble y serio. Para tarambanas, embusteros y populistas sobra con los que ya tenemos.