Ignacio Varela-El Confidencial

  • El líder del PP viene demostrando consistentemente que es de esa clase de políticos que no pierden una oportunidad de perder una oportunidad

Sugiero dos ejercicios para la noche de fin de año si se aburren de engullir uvas en dudoso estado fuera de temporada, darle al matasuegras e intentar bailar ‘Suspiros de España’ sin acertar un solo paso. Descarto, por supuesto, ponerse a ver los ‘shows’ de Nochevieja en cualquier canal: desde Martes y Trece no ha vuelto a suceder en ellos nada rescatable.

El primer plan es para la gente cuerda: métanse en la cama, en solitario o con compañía y, si no tienen nadie a mano con ganas de solaz recíproco, cojan cualquier cosa escrita que tengan cerca, da igual que sea el ‘Quijote ‘ o un prospecto del microondas. El atracón y la ingesta de alcohol harán el resto del trabajo. Cuando despierten, ya será el año que viene.

Si son enfermos de la política (lo que resulta probable, porque de otro modo no estarían leyendo este artículo), les ofrezco otro camino más enrevesado para alcanzar la fase REM. Sitúen en el extremo de una línea imaginaria el programa de gobierno que idearon Iglesias y Sánchez para vestir su coalición, y en el extremo opuesto, la reforma laboral que hizo Rajoy en 2012. A continuación, busquen en el BOE del 30 de diciembre el llamado “Real Decreto-ley 32/2021, de medidas urgentes para la reforma laboral, la garantía de la estabilidad en el empleo y la transformación del mercado de trabajo”. Si sobreviven a la lectura del tocho sin caer a plomo, comprobarán cuatro cosas: 

a) Que, en conjunto, la norma es bastante razonable. 

b) Que, afortunadamente, se parece muy poco a lo que firmaron en su día los coaligados, y mucho menos a las incendiarias proclamas derogatorias de Sánchez en sus campañas. 

c) Que el 80% de lo que hizo Rajoy sigue vigente y gran parte de lo que ahora se modifica en la ley (en general, para mejor) ya se había cambiado en la práctica. 

d) Que los cambios tienen mucho más que ver con el poder de las cúpulas sindicales en la negociación colectiva que con el mercado laboral propiamente dicho (salvo algún ajuste necesario respecto a la temporalidad de los contratos).

En la línea imaginaria que habíamos trazado, la reforma de Yolanda, convenientemente peinada por Calviño, se sitúa mucho más cerca del punto Rajoy-2012 que del punto Sánchez-Iglesias-2019. Sorpresas te da la vida. 

Tras nueve años anatemizando la reforma laboral del Gobierno del PP como la encarnación de todos los males sin mezcla de bien alguno y amagando con su derogación fulminante, resulta que la mayor parte de su contenido queda bendecida, con leves retoques, por ‘el-Gobierno-más-progresista-de-la-historia’ (recitar siempre de corrido, por favor), y consagrada por un acuerdo de ese mismo Gobierno con los sindicatos y las organizaciones empresariales. 

Pongan el nombre que más les plazca: derogación, contrarreforma, retoque, actualización o simple limpieza de bajos. Lo cierto es que esta nueva norma está lejos de resolver los problemas estructurales de nuestro mercado laboral, pero, dentro de su modestia, mejora la preexistente. Cuenta con el respaldo de los agentes sociales y de los dos partidos de la izquierda y, además, convalida sustancialmente la reforma que hizo en su día Fátima Báñez, así que todo el mundo debería estar contento, empezando por el actual líder del PP: no cabe mayor éxito que ver cómo tus adversarios asumen una parte importante de tu obra de gobierno tras haberla condenado hasta el hartazgo.

Cualquiera con nociones básicas de estrategia política esperaría ver a Pablo Casado celebrando públicamente el suceso. Primero, porque la nueva norma es objetivamente positiva. Segundo, porque nace de un acuerdo de las fuerzas sociales y no de la cueva de Frankenstein. Tercero, porque su contenido reconoce y reivindica algo que hizo un Gobierno de su partido y que fue dramáticamente impugnado —sin dar tiempo siquiera a probar su validez— por los mismos que hoy lo hacen suyo en el mismísimo BOE. Y cuarto, porque los ‘socios-separatistas-y-bilduetarras-de-Sánchez’ (recitar también de corrido, por favor) no parecen estar muy satisfechos con ella. 

Pero el líder del PP viene demostrando consistentemente que es de esa clase de políticos que no pierden una oportunidad de perder una oportunidad. Le sucedió tras las elecciones madrileñas del 4 de mayo (un éxito electoral extraordinario que él se apresuró a transformar en una endiablada bronca doméstica que nadie comprende y que de momento le ha costado medio millón de votos en las encuestas); y, al parecer, está dispuesto a que le suceda también con la reforma laboral. Cualquier político o sindicalista con unas cuantas horas de vuelo intuye que, cuando desde la otra parte te sirven una asistencia, hay que encestar inmediatamente. El hecho de no haber participado en la jugada solo aumenta la imperiosidad de cantar la canasta con todas tus fuerzas; porque si te afliges y se te nota, el punto caerá inexorablemente en tu contra.

Otra cosa es que se reflexione sobre la metodología. Es de conocimiento universal que, en España, los llamados ‘agentes sociales’ llevan años mostrando niveles de responsabilidad, realismo y capacidad de concertación completamente desconocidos para los partidos políticos. Si este acuerdo se hubiera planteado desde el principio en el marco parlamentario, la negociación no habría resistido los primeros 10 minutos de la primera reunión.

Sin embargo, aquí no se trata de un convenio colectivo, sino de una reforma legislativa de gran calado político. El hecho de que las fuerzas sociales alcancen un acuerdo entre sí y con el Gobierno es indudablemente positivo. Pero lo sería aún más si hubiera ido acompañado de un diálogo entre Gobierno y oposición sobre la misma materia para engrasar su tratamiento parlamentario.

Se desconoce que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición hayan dedicado cinco minutos de su tiempo a comentar el asunto de la legislación laboral (si es que existe algún asunto que hayan comentado seriamente). Que se alcance un acuerdo social no conduce necesariamente a maniatar políticamente el Parlamento ni a presentar un decreto-ley como un contrato de adhesión al que no se le puede tocar una coma para no desequilibrarlo. Que yo sepa, el poder legislativo sigue estando donde estaba, aunque con frecuencia no lo parezca. 

El regalo que los Reyes Magos tampoco nos traerán este año es un poco menos de soberbia para el presidente del Gobierno, un poco más de sesera política para el líder de la oposición y, como decía el inefable personaje de Fernando Tejero en ‘Aquí no hay quien viva’ (nunca mejor traído), un poco de por favor para todo el personal. A pesar de la política, de la economía y del clima en general, que tengan un buen año.