JON JUARISTI-ABC

  • La espada de Bolívar tiene un significado especial para Petro, lo que es comprensible si se piensa en la mala sombra de Maduro

Ya viene el cortejo! /¡Ya se oyen los claros clarines!/ ¡La espada se anuncia con vivo reflejo!» Rubén Darío no pensaba en la Espada de Bolívar ni en la de Santander, sino en una espada genérica en un no menos genérico cortejo. En un cortejo miltar, ojo. En el español de la Península no suele utilizarse «cortejo» en ese sentido. Aquí, «cortejo» viene a equivaler a séquito: «conjunto de personas que forma el acompañamiento en una ceremonia (DLE).» Lo de «cortejo triunfal» se impuso en el español de América gracias al famoso poema de Darío, Marcha triunfal, expresión que tiene un sentido musical: se refiere a la música que acompaña el desfile del ejército vencedor en su regreso a la capital de la patria, a imitación de los triumphi que Roma concedía a sus generales victoriosos.

La espada de la Marcha triunfal, que «se anuncia con vivo reflejo», vale como metonimia del general triunfante. Lo normal es que sea ostentada por este (aunque, si su dueño ha muerto, puede ser exhibida sobre un soporte más o menos caprichoso, en una vitrina o en lo alto de un pedestal de metacrilato). A mí me flipan las espadas, sobre todo las de los generales derrotados: la de Zumalacárregui en el museo a él dedicado en su pueblo natal, Ormáiztegui, o el sable de empuñadura de rubíes engastados que Lee entregó a Grant en Appomattox, Virginia, el 9 de abril de 1865, o incluso el sable torcido del general Batet. Pero no les atribuyo poderes mágicos, ni siquiera a las de los vencedores.

La espada de Bolívar, por ejemplo, tiene un significado especial para Petro, lo que es comprensible. Como populista de izquierda, necesita disputar a Maduro el liderazgo de un supuesto proyecto bolivariano reinterpretado en clave castrista por el M-19 colombiano mucho antes que Chávez se apoderara del icono del Libertador contra, precisamente, la Colombia presidida por Pastrana. Ahora, Petro y Maduro , que son de la misma pasta ideológica pero cuyos países mantienen una bronca fronteriza interminable, rivalizan por la legitimidad de sus respectivas aspiraciones a aparecer como la única reencarnación posible de Don Simón (Bolívar, por supuesto).

Por eso Petro hizo traer a la ceremonia de posesión, portada por un cortejo de mozos vestidos de Cascanueces de Tchaikovski, la espada de Bolivar, a cuyo vivo reflejo se levantó toda la Plaza —claro está— de Bolívar (y con ella todos los «colombianos decentes», según el eximio Monedero). Parecía Magia Potagia, efectivamente. Entra la Espada en la Plaza, y todo el mundo se pone de pie y firme como el Payaso (del Cascanueces). Pero he aquí que el Rey de España permaneció sentado, demostrando, sin pretenderlo, que el sable del Libertador, como el Emperador del cuento, carece de poderes mágicos y está desnudo (lo que es preocupante, no lo niego).