Ignacio Varela-El Confidencial
Lo más extraordinario de este caso de chusquería política es la contumacia con la que el PP de Rajoy reproduce por enésima vez el feroz ritual autodestructivo que aplica en este tipo de crisis
En una de las primeras escenas de ‘El Padrino’, el abogado Tom Hagen pregunta a Vito Corleone cómo se han de ajustar las cuentas a los violadores de la hija de Bonasera, un protegido del Don. Corleone responde, perezosamente: “Que se encargue del asunto Clemenza, con gente de confianza; que no se entusiasmen, que no somos asesinos”.
Salvando todas las distancias, en el caso Cifuentes (como en otros anteriores), el papel de Clemenza le ha tocado a Fernando Martínez-Maillo. Cuando se dio la orden de que Génova tomara el comando de la operación, el destino de la presidenta madrileña quedó sentenciado. Cualquiera que haya vivido dentro de un partido sabe que ese es el preludio inconfundible de una ejecución (que se lo pregunten a Tomás Gómez).
Ya no se discute si Cristina Cifuentes se quedará o se irá. Eso está decidido, aunque ella siga fingiendo que no se ha enterado. Juan Carlos Girauta ha sido inequívoco en su veredicto: si el 30 de abril no ha dimitido, en la Comunidad de Madrid habrá otro presidente y no será del PP. Como tal escenario es inasumible, la sacarán del despacho por lo civil o por lo militar. Ahora asistimos a una guerra sorda, un cruce de mensajes codificados: ella retando desesperadamente a sus verdugos y estos tratando de que entre en razón y se deje hacer sin que haya que montar una carnicería. Al fin y al cabo, “no somos asesinos”, como decía el Don.
Cifuentes perderá la presidencia y el PP retendrá el gobierno de la CAM. Pero este ya no será un final digno ni para la presidenta ni para su partido: pudo serlo, pero ellos mismos lo impidieron.
Si es malo no escarmentar en cabeza ajena, mucho peor es no hacerlo en cabeza propia. Lo más extraordinario de este caso de chusquería política es la contumacia con la que el PP de Rajoy reproduce por enésima vez el feroz ritual autodestructivo que invariablemente aplica en este tipo de crisis, que parece sacado de un manual de descontrol y maximización de daños.
Muchos analistas hemos descrito las fases del proceso (recientemente, Fernando Garea en estas páginas). La primera reacción es siempre la negación de los hechos: todo es falso. Lo que se acompaña de una defensa beligerante del acusado, presentado como un ser ejemplar víctima de una conspiración. Cristina Cifuentes debió sospechar que mientras Cospedal gritaba en Sevilla “hay que defender a los nuestros” y toda la convención la ovacionaba, en el patio trasero ya se montaba su cadalso.
En una segunda fase (distanciamiento higiénico), pierdes el nombre y pasas a ser “esa persona de la que me habla” o “ese asunto por el que me pregunta”. Luego vienen los mensajes premonitorios de que “el partido (o el Gobierno) está por encima de las personas”, y, finalmente, la condena y el olvido. Por el camino se han quedado el prestigio y el crédito del protagonista y de su partido. Lo que pudo ser una crisis autolimitada desemboca en un sacrificio cruento con un coste inmenso, en lo político y en lo personal.
Si el día en que apareció la primera noticia sobre el ‘máster fake’ de Cristina Cifuentes ella hubiera tenido cerca alguna persona con sesera y que la quiera bien, esa persona le habría hecho la única pregunta relevante: Cristina, ¿esto es cierto o es falso?, ¿lo hiciste o no lo hiciste? Tú eres quien lo sabe con certeza. Si es falso, vamos a pelearlo hasta el final. Pero si es cierto, baja a la sala de prensa, admite que cometiste un error y obraste mal y anuncia que, en aras de la ejemplaridad política, abandonas voluntariamente tu cargo para que tu partido pueda sustituirte sin daño institucional. Al fin y al cabo, nadie va a la cárcel por adulterar un currículo (aunque quizá sí por falsificar después documentos oficiales intentando a la desesperada ocultar el engaño). Porque si es cierto y te han cazado, debes saber que nada ni nadie te librará, y menos que nadie tu partido.
Lo que pudo ser una crisis autolimitada desemboca en un sacrificio cruento con un coste inmenso, en lo político y en lo personal
Eso es lo que se estila en los países democráticos en casos parecidos. Lo que, por ejemplo, hicieron aquellos dos ministros alemanes a los que se descubrió que habían plagiado una parte de su tesis doctoral. Ambos tardaron cinco minutos en admitir su culpa y dimitir. Se llama control de daños.
Pero este PP de Mariano Rajoy desconoce las reglas básicas del control de daños. Una y otra vez somete a su partido a un calvario terrible, un viacrucis en el que parece obligatorio pasar por todas las estaciones, sin ahorrarse ninguna. En lugar de operar limpiamente una herida, se deja que se infecte, que la infección invada al organismo entero, que el hedor se haga insoportable; todo, para terminar entregando la pieza en las peores condiciones posibles. “Imposible la hais dejado para vos y para mí”, dice Mejía al Tenorio.
No solo se ha arruinado la imagen pública de Cifuentes. Se ha sometido al PP a un desgaste político bestial sin ningún beneficio a cambio
Con esa resistencia irracional no solo se ha arruinado la imagen pública de Cifuentes, que ya será para siempre una apestada social. Además, se ha sometido al PP a un desgaste político bestial sin ningún beneficio a cambio; se ha transformado una irregularidad académica en un asunto con serias implicaciones penales, y se ha destruido a una universidad, cuyo crédito como institución es ya irrecuperable. Enhorabuena. Me pregunto cuántas veces más van a repetir la misma jugada.
Por si algo faltara, se ha servido en bandeja un triunfo espectacular a Ciudadanos. La caída de Cifuentes no servirá —ya no— para rehabilitar al PP; ni siquiera aprovechará al PSOE, que se comerá su precipitada moción de censura. Será Albert Rivera quien cuelgue el trofeo —uno más— en la sede de su partido. Para ello, no ha tenido que hacer nada especial, solo administrar sus pasos con sentido común, contando con la ofuscación ajena.
Rivera no ha tenido que hacer nada especial, solo administrar sus pasos con sentido común, contando con la ofuscación ajena
¿En qué calenturienta cabeza del PP germinó la idea de que este asunto pondría en un serio compromiso político a Ciudadanos? Son ganas de contarse mentiras o desconocer por completo la nueva regla del juego posbipartidista. Ya se ha visto con qué desenvoltura se han librado los de Rivera de la supuesta trampa y la han convertido en una oportunidad magnífica para golear —y, de paso, lanzar a la fama a su desconocido líder autonómico—.
Si se cuenta esta historia a un observador sueco, añadiendo que no es la primera ni la segunda ni la tercera vez que todo se hace igual, su conclusión será terminante: o el capitán de ese barco está políticamente caduco o es un infiltrado del partido rival (Ciudadanos), empeñado en conducirlo a una victoria muy superior a la que se merece.