EL MUNDO 17/09/13
Justo después de soltar la frase, el presidente del tribunal suspendió la sesión, así que las palabras quedaron flotando en la sala: «El chivatazo tuvo un móvil político», dijo ayer el jefe investigador en el primer día del juicio por el caso Faisán.
«Hubo una orden política de la filtración. No entra en cabeza humana que se le ocurra a un policía». Lo que en el fondo el comisario Carlos Germán le estaba diciendo al tribunal era que, siete años y cuatro meses después de los hechos, el banquillo estaba incompleto. Detrás de él no había ningún político, sólo los dos mandos policiales: el ex jefe superior del País Vasco, Enrique Pamies, y el inspector jefe José María Ballesteros.
Por el camino se quedó Víctor García Hidalgo, dirigente del PSE y entonces director general de la Policía, que llegó a estar procesado por dar la orden del soplo pero que acabó librándose de una acusación. Precisamente a él señaló el investigador: «Se recibió una orden política. ¿De quién? Del director general de la Policía concretamente; esa es nuestra convicción, no fue por iniciativa propia del jefe superior».
El jefe del equipo que investigó el chivatazo, que dijo haber recibido «amenazas» para no incluir una referencia a ese móvil político en sus informes, hizo esta afirmación cuando el fiscal del caso, Carlos Bautista, le preguntó por la figura de Gorka Aguirre, el fallecido dirigente del PNV que iba a ser detenido en la operación por entregar al dueño del Faisán dinero de la extorsión. «Era un personaje de mucha sensibilidad política». El día de la operación fallida, Josu Jon Imaz se reunía con José Luis Rodríguez Zapatero para dar el aval del PNV al proceso de paz.
El juicio había arrancado horas antes con la declaración del propio Pamies. «¿Recibió usted la orden política de parar la operación?», llegó a espetarle el fiscal del caso, Carlos Bautista, tras algunas preguntas menos directas. «No, para nada. Tampoco lo habría permitido». Y así siguió negando. Pese al hábil interrogatorio del fiscal, una tras otra, como si de un frontón se tratara, Pamies devolvió todas las preguntas acusatorias. «Jamás he hablado por teléfono con el señor Elosua», aseguró en referencia al dueño del bar, a quien supuestamente dio el soplo a través del teléfono que el otro acusado le habría entregado en mano.
El chivatazo provocó que la trama etarra cambiara ese día de guión y que los franceses se negaran a actuar pese a la petición española. «Tanto en Francia como en España nos engañaron vilmente. La única diferencia que existe es que en España se ha descubierto cuál fue el engaño y sabemos presuntamente quiénes fueron los autores», resumió ayer el jefe investigador.
Tras la declaración de Pamies, también Ballesteros negó su relación con el soplo. Admitió, tal y como recogen las cámaras, haber estado la mañana del 4 de mayo de 2006 en el bar Faisán, pero sólo para vigilar la frontera por orden de Pamies, que supuestamente quería comprobar si los pasos estaban tranquilos ese día. Ballesteros se refugió en los «no sé» y «no me acuerdo» ante las preguntas más espinosas.
El juicio prosiguió con la última baza que el ex jefe superior del País Vasco esgrime para sacudirse la acusación: la declaración de el Romano, un confidente etarra al que durante años de investigación Pamies se había negado a identificar. «Estaríamos poniendo en peligro la vida de esta persona, la seguridad de otras muchas y [supondría] quizás un retroceso irrecuperable en la lucha antiterrorista», llegó a decir Pamies al juez. Acorralado por los demoledores informes de la Policía y la Guardia Civil, ayer el confidente compareció a petición del propio Pamies.
Con el rostro oculto tras una cortina, el Romano confirmó la cita, pero quedó lejos de ofrecer una coartada sólida. Tras su corroboración genérica, el fiscal, la AVT y Dignidad y Justicia se lanzaron sobre los aspectos menos claros. Por ejemplo, el lugar elegido. El confidente explicó que había quedado para comer con Pamies en los alrededores de la estación de tren de Bayona, en el corazón del País Vasco francés. El lugar cuadra con la tesis del jefe superior de que envió a Ballesteros a controlar las fronteras próximas al Faisán, en Irún, pero muy poco prudente para que un etarra quede con un alto mando de la lucha antiterrorista. El fiscal sospechó: «¿No le parecía un sitio peligroso?». «Esa zona siempre es de mucho más riesgo que otras», concedió el Romano. Y más peligroso aún si, como dijo Pamies, su confidente estaba por entonces «apartado temporalmente» de ETA, que ya sospechaba de él. Ambos reconocieron que en sus casi 20 años de tratos habían tenido citas en lugares más tranquilos, como Burdeos, París y Lourdes.
A las acusaciones también les extrañó que el confidente hiciera un viaje tan largo, ya que residía en el norte de Italia. El teléfono al que le llamaba Pamies era italiano y por ahí también hurgaron. Primero, el Romano había dicho que no llevó móvil al encuentro, pero el fiscal le sacó una llamada entre la primera cita fallida y la que teóricamente tuvieron «tres o cuatro días después». Entonces el Romano rectificó y dijo que había dejado el teléfono en un lugar seguro y que lo había recuperado mientras aguardaba escondido en Francia a esa segunda cita.
En sus respuestas al fiscal, Pamies había declarado que el testigo que sustenta su versión «dependía económicamente» de él, que le hacía pagos periódicos, que le ayudaba con los papeles y que le protegía para evitar su detención, ya que por entonces estaba en busca y captura por la Audiencia Nacional.
Poco después, el jefe investigador valoraba ante el tribunal la coartada de Pamies y el Romano. «Es inverosímil».