ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Aquí en Barcelona estamos que no cabemos en las costuras de gozo. Gerona continúa siendo la capital de la República Idiota y Barcelona reafirma su liderazgo entre las ciudades Top Manta. Una felicidad. Pero es la máxima felicidad a la que cualquier barcelonés racional podía aspirar en razón de la alta proporción de barceloneses irracionales, los concretos resultados electorales de las elecciones municipales del 26 de mayo y la posibilidad de que el independentismo añadiera a sus logros el gobierno de la capital. La sorpresa ha sido ver a tres concejales de Ciudadanos formando parte de la alta proporción irracional. En un Salón de Ciento tomado por la intimidación independentista –como casi toda la plaza Sant Jaume–María Luz Guilarte Sánchez, Maria Magdalena Barceló Verea (alias Marilén) y Francisco Sierra López (alias Paco) decidieron no sumar sus votos a la candidatura de Ada Kolau–¿o ya no te gusta que la llame así?–, como sí hicieron sus tres compañeros de lista Manuel Valls, Celestino Corbacho y Eva Parera. Si de ellos hubiera dependido, Barcelona tendría hoy un alcalde independentista. Voy a decirlo otra vez: «Si de Cs hubiera dependido, hoy Barcelona tendría un alcalde independentista». Y otra vez más, de otro modo: si Manuel Valls no hubiera tomado la decisión de incluir concejales independientes, Barcelona tendría hoy un alcalde independentista. La auténtica independencia ha salvado a Barcelona del (ab)ismo. A Valls se le reprochó –yo mismo– su estrategia, y hasta su conducta, distante respecto de Cs. Es debatible si esa estrategia le ha dado o le ha quitado votos; pero el azar electoral ha acabado por hacerla felizmente decisiva.
Ni Guilarte ni Barceló ni Sierra han tomado esa decisión en razón de sus ideas. ¡No parecen muy de ideas propias! Su decisión no ha sido un acto de independencia respecto al grupo municipal que Valls encabeza, sino un acto de subordinación a la inexplicable decisión tomada por Albert Rivera, ajena a cualquier elemental sentido de la responsabilidad y de la decencia políticas. Porque aun peor que el haber propiciado la elección de un alcalde independentista sería que ese voto ausente lo hubiese sido en razón del más rastrero oportunismo político. Es decir, que se hubiese decantado frívolamente en razón de su propia inutilidad. Uno de los problemas de la política española es la pérdida general del respeto a los otros. El vicio arranca de la general falta de respeto por uno mismo.
Rivera, que no se habla desde hace meses con Valls (en el supuesto optimista de que alguna vez hayan tenido una conversación digna de tal nombre), no se esforzó demasiado en justificar el sentido del voto de los concejales barceloneses que tiene a sueldo. Solo vagamente, y en passant, vino a decir que Colau era independentista. Lo que sea Colau no tiene la más mínima importancia. Colau no es una persona lo suficientemente alfabetizada como para saber que ser partidaria del derecho a la autodeterminación es ya ser independentista. Pero en la circunstancia catalana y española la cuestión no es ser o no independentista sino ser o no unilateralista. Y cuando alguien defiende el derecho a la autodeterminación sin ser unilateralista ya deja de ser independentista, en el sentido crítico que hoy tiene esta expresión. Y Colau, por más que quiera ignorarlo Rivera, no es unilateralista y su derecho a la autodeterminación pretende pactarlo con el Estado. Pura retórica. El derecho a la autodeterminación no puede pactarse con el Estado español, y a ese entendimiento sí llega Colau.
Valls, que hizo ayer un discurso ejemplar, que encaró a Joaquim Forn diciéndole que en modo alguno era un preso político, repite una y otra vez que ha llegado a la política española para quedarse. El azar y su inteligencia le han dado un inesperado papel protagonista que ha cumplido a la perfección. Gracias a él Barcelona no ha caído en manos independentistas. Valls ha cumplido con su obligación de político europeo. Solo cabe esperar ahora que los sentimientos –la nostalgia por una Cataluña que nunca existió– no le jueguen una mala pasada y se niegue a formar parte de ese ridículo partido catalanista que el sempiterno tercerismo caixa cobri!, adobado en manteca carlista, planea, impasible el ademán, como si el catalanismo no hubiese ya desovado hasta el último de sus huevos en el Estado de las Autonomías y en el Proceso y, en consecuencia, su misión histórica no hubiera concluido en éxito y drama a la vez. Los primeros pasos de Valls en la política española partieron del error de creer que en España podría reproducirse el fenómeno En Marche!, es decir, la plataforma que llevó a Macron a la presidencia francesa. Valls ignoró que En Marche! quiere decir Vamos!, es decir, que En Marche era Ciudadanos. Se equivocaría si siguiera ignorando a Ciudadanos. Se equivocaría, y gravemente, si no luchara por liderarlo.
La elección de Colau culmina un tiempo de malas noticias para el independentismo. Su apoyo en las últimas elecciones ha disminuido, sus dirigentes se enfrentan a probables penas de cárcel y el impacto, también internacional, que habría tenido una Barcelona en sus manos se desvanece. Pero la elección de Colau añade un factor perturbador a medio plazo. No en vano Junqueras susurraba hace pocos días a sus próximos que Colau se había convertido en su peor enemigo. Es una observación atinada y ha elegido bien al enemigo. La mayoría parlamentaria independentista puede quebrarse si en unas próximas elecciones al parlamento de Cataluña –que no tienen por qué ser las próximas– Colau encabezara una lista de izquierdas. Esta no es la mejor noticia prospectiva que yo pueda ofrecer al mundo, pero del infierno jamás se sale en línea recta. El liderazgo de Colau es el único relevante que ha producido Cataluña después de los de Jordi Pujol y Pasqual Maragall. Naturalmente esto dice tanto de la lideresa como de los liderados, que ya sabes que se dividen entre idiotas y mantas. Pero este es el combate fundamental en Cataluña y como Valls dijo ayer con lucidez en la política siempre has de acabar eligiendo.
La gran tarde de nuestro primer francés culminó cuando en la protocolaria visita del nuevo consistorio al Palacio de la Generalidad se negó a estrechar la mano del Valido, un grosero especialista en negar su mano. Y le aclaró por qué:
–Presidente, no le doy la mano por sus discursos en general y en especial por el último que hizo en el Parlament, donde me llamó casta.
Oh, la politesse. Casta, le dijo. ¡No conviene exagerar! Colau cruzó la plaza entre los gritos de ¡Puta, Puta, Puta! que pronunciaban los hijos de Torra y cuando llegó ante el padre le dio la mano.
Hummm… Pero todo se andará.
Sigue ciega tu camino
A.