Estefania Molina-El Confidencial
- La comunidad ha pasado a dejar abierto cualquier escenario sobre su gobernabilidad. E incluso, a señalar ciertas dinámicas que condicionarán el tablero nacional en un futuro no tan lejano
Las elecciones de Castilla y León estaban llamadas a ser un mero trámite que diera el pistoletazo de salida a un nuevo ciclo electoral en España. Es decir, en la senda de un Partido Popular buscando ‘hacerse un Ayuso’ en territorio mesetario, tensionando al gobierno de Pedro Sánchez antes de andaluzas, autonómicas y generales. Si bien, del mero trámite, la comunidad ha pasado a dejar abierto cualquier escenario sobre su gobernabilidad. E incluso, a señalar ciertas dinámicas que condicionarán el tablero nacional en un futuro no tan lejano.
Primero, por la forma cómo se ha puesto el acento, más que nunca, sobre el liderazgo de la derecha. Irrumpió José María Aznar en campaña a hablar de los «referentes fuertes», dejando en mejor lugar a Isabel Díaz Ayuso que al propio Pablo Casado. Irrumpió la FAES, con uno de sus habituales informes, donde aseguraba que los portugueses habían «castigado la moderación en la derecha». En definitiva, irrumpió el aznarismo para dar a entender que Ayuso sí era una líder, y que los problemas crónicos de los populares con Vox eran fruto de una menor contundencia de Casado en su liderazgo.
Y aunque nada está escrito por ahora, la lectura de este 13-F también cobrará una dimensión en las aguas de la derecha. A saber, que estas elecciones pudieron leerse al inicio como un intento del PP para parar a Vox y absorber a Ciudadanos, en uno de los feudos populares por antonomasia. Esto es, bajo la idea de que la ‘nueva política’ no tendría tanto arraigo territorial y podrían vender el relato de haberla arrinconado. Aunque ello podría saltar por los aires, si los populares necesitaran ahora a los voxitas para gobernar, y estos se cobran su precio en consejerías, entrando por primera vez a un gobierno en España.
Con todo, la realidad es que el propio PP nacional vive bajo la estela de su líder madrileña, a falta de discurso propio
Estos comicios también pudieron leerse como la voluntad de Génova 13 de sepultar la victoria de Isabel Díaz Ayuso el pasado 4-M. De hecho, las apariciones de ambos en campaña han ido reforzando la diferencia sutil entre ambos liderazgos. El carismático frente al orgánico. Una, Isabel, teñida de autoridad y ‘selfies a la derecha’, asegurando que antes se iría con el partido de Ortega Lara. Otro, Pablo, tiñendo de morado remolacha los discursos contra Moncloa, extendiendo la idea del cordón sanitario a Vox.
Tanto es así, que la propia Ayuso no ha desperdiciado la oportunidad en esta contienda de darse valor frente a un PP que hasta antes de ayer le plantaba cierta batalla por el liderazgo de Madrid. «Tal vez me necesitáis más de lo que pensáis», parecía decir de fondo, esta semana, mientras contestaba el discurso voxita sobre los menas en la asamblea de Madrid —lo que podría leerse en clave castellanoleonesa—.
Con todo, la realidad es que el propio PP nacional vive bajo la estela de su líder madrileña, a falta de discurso propio. No casualmente, el nuevo mantra entre los populares es la idea de que «la izquierda os quiere arruinar, mientras que la derecha salva vuestros empleos». Tuvo su primer experimento en Madrid, con la defensa de la baronesa a la apertura de la hostelería, y ha tenido su segunda aplicación en tierra del barón Alfonso Fernández Mañueco. El relato podría extenderse hasta generales, con el contexto de inflación y si la precariedad estructural de la economía no revierte en el corto plazo.
Vox ha basado su campaña, curiosamente, en comprar parte del discurso de la España Vaciada
De hecho, una cierta parte de la izquierda da muestras de no saber cómo salir de ese marco. El PSOE exhibe, desde hace meses, miedo a ser visto como una suerte de izquierda ‘pija’, alejada de la calle, por sus posiciones sobre la Transición ecológica. Por ejemplo, el ala socialista del Gobierno dejó solo al ministro Alberto Garzón con sus palabras sobre las macrogranjas. Eso, pese a que varios barones del PSOE han implementado medidas similares. En ese contexto de recuperar la bandera de la «gente» debe leerse también la aprobación del Perte Alimentario, pese a que estaba previsto con anterioridad, y la Junta Electoral Central haya desestimado un uso ‘electoralista’.
Con todo, la izquierda corre riesgo de arrastrar ese estigma a otras plazas. Esta misma semana, el PSOE acabó absteniéndose en una moción en Andalucía sobre dar acceso a los agricultores al acuífero de Doñana. Es decir, asumiendo las dificultades de contestar una bandera que ya no solo porta el PP, sino que también Vox ha tomado, a cuenta de este 13-F. Abascal busca y el voto de quienes se sienten «olvidados» por el sistema, en distintos puntos de nuestro país, en temas muy dispares.
De hecho, Vox ha basado su campaña, curiosamente, en comprar parte del discurso de la España Vaciada. Ello hace referencia al sentimiento de «abandono» que experimentan varias provincias aquejadas por la despoblación o la falta de oportunidades. La crítica pivota sobre el papel de las autonomías y un agravio con el papel del independentismo en los pactos nacionales. Si bien, obvia hasta que punto Madrid actúa de una aspiradora de recursos de la Meseta, como gran centro neurálgico.
A la postre, las urnas se abren el domingo, y solo ellas tendrán la clave de si Castilla y León es un terremoto en clave nacional, o solo doméstico
Asimismo, como expliqué aquí, la cercanía del relato de Vox a la España Vaciada es especialmente significativa para el futuro del tablero nacional. Hasta la fecha, solo la izquierda (PSOE-UP) era quien podía pactar con los socios plurinacionales. Esto era fruto del rechazo de Vox a cualquier particularismo regional, algo que aislaba al PP. Si bien, el giro voxita podría inaugurar nuevos socios para pactos a la derecha y facilitar su llegada a la Moncloa, si la EV llegara eventualmente al Congreso.
Con todo, la irrupción de Yolanda Díaz en campaña, la otra líder del Ejecutivo de coalición, puede leerse en una doble clave simbólica en ese entramado. La primera, que la vicepresidenta es el símbolo de la izquierda de «las cosas del comer», intentando contestar a la idea de que solo están a lo posmaterialista: Salario mínimo, reforma laboral… Segundo, que Díaz intenta tomar mando en plaza en un feudo donde ella todavía no tiene desplegado su proyecto futuro, ya que la presencia es de Podemos. Si bien, la vicepresidenta corre el riesgo de hacer suyo cualquier resultado de los morados en Castilla y León, y que su candidatura arranque con sobresaltos.
A la postre, las urnas se abren el domingo, y solo ellas tendrán la clave de si Castilla y León es un terremoto en clave nacional, o solo doméstico. Aunque para relatos los colores, cualquier hecho es susceptible de ser usado, a un lado y otro para echarse en cara, en esta España polarizada hasta el último gramo.