Ignacio Camacho-ABC

  • Sánchez no ignora la fortaleza de la derecha madrileña. Pero confía en que el plan que fracasa en Madrid funcione fuera

Madrid, el castillo famoso de las quintillas de Moratín, se le sigue resistiendo a un sanchismo obsesionado con su conquista. Todas las encuestas del 2 de mayo confirman que Ayuso conserva intacta su cómoda mayoría. La presidenta celebró ayer la fiesta autonómica en la Puerta del Sol, el escenario de la carga de los mamelucos, con el orgullo desafiante que la ha convertido en la némesis política del jefe del Gobierno y ha asentado la hegemonía conservadora en la comunidad capitalina; en respuesta por la retirada del Ejército, al que solía pasar revista, la dirigente popular se negó a invitar a la recepción oficial a los miembros del Ejecutivo y forzó al PSOE a celebrar en el Parque del Oeste una deslucida convocatoria alternativa. El ministro Óscar López tiene pinta de ser el próximo candidato a pasar por la guillotina ayusista. El liderazgo de la oposición, gracias al desplome de Más Madrid, parece a día de hoy su mejor perspectiva.

Como es imposible que Sánchez ignore la fortaleza de la derecha madrileña, impermeable desde hace tres décadas, su obcecación sólo puede obedecer a la idea de que en el resto de España le beneficia contar con una enemiga de cabecera, un icono susceptible de movilizar el voto de rechazo sobre el que sustenta sus precarias posibilidades de conservar la presidencia. Moncloa trata de construir un espantajo que concentre la animadversión espontánea de la izquierda, y las características de Feijóo no le sirven para esa tarea; se necesita alguien que compense el componente visceral del antisanchismo estimulando una emocionalidad idéntica en dirección opuesta. El plan consiste en agrandar su protagonismo señalándola como la auténtica lideresa del PP, mandar pretorianos a sacrificarse yendo al choque frontal con ella y esperar que la maniobra que no funciona dentro de Madrid acabe por funcionar fuera, en territorios donde resulte más fácil equilibrar la correlación de fuerzas.

El único, o principal, factor que puede ayudar a que esa estrategia surta efecto es que un cierto electorado del propio Partido Popular caiga en la trampa. Que su predilección por la contundencia de Ayuso provoque grietas de confianza en el respaldo a la única posibilidad viable de alternancia y ese voto de cambio se quede en casa o se traslade a opciones más bizarras con el consiguiente impacto a la baja en la aritmética parlamentaria. Si una parte de la propia derecha no discrimina sus prioridades o no entiende lo que está en juego existirá riesgo de que el gatillazo de 2023 suceda de nuevo. La condición imprescindible del vuelco es que exista un partido `atrapalotodo´ con suficiente apoyo para actuar como aglutinador del descontento, y eso implica la convivencia en él de talantes tan diversos como su propio armazón sociológico interno. La clave del éxito es algo tan simple como aceptar que no existe el candidato perfecto.