Miquel Giménez-Vozpópuli
  • En catalán, ‘fireta’ significa falso, ful, débil. Así son muchos políticos cuando llega la Feria de Abril a mi tierra

Cuenten que la primera vez que Pujol vio la Feria de Abril dijo “Esto es una cosa muy seria”. Entendió que los hijos de aquellos que vinieron a Cataluña para mejorar su nivel de vida debían acabar siendo más nacionalistas que los de doce apellidos catalanes. Tan bien le salió el experimento que no pocos de los más radicales cupaires llevan apellidos como Fernández. El por entonces presidente de las entidades andaluzas en Cataluña, García Prieto, paseaba del brazo con los líderes políticos por la Feria diciéndoles “Estos son mis poderes” y no había nadie que no se deshiciese en halagos hacia los que Paco Candel definió en horrible frase que tanto gustaba a Pujol como els altres catalans, los otros catalanes.

Este año se ha reproducido el inmoral espectáculo al ver como quienes marginan el español en las aulas o intentaron dar un golpe de estado se juntan en la Feria. En el recinto del Parque del Fórum veíamos el viernes en franca y alegre camaradería a Meritxell Batet, presidenta del Congreso; Bolaños, ahora ministro de la presidencia; Pere Aragonés, presidente de la generalidad al que no hace falta llamarle nada porque nada es; Ada Colau y los alcaldes de Sant Adrià del Besós y de Badalona, vacua trinidad; el delegado del gobierno en Cataluña; algún convergente de colmillo retorcido de la candidatura de Trias; incluso Salvador Illa, cooperante en las barbaridades que perpetra Esquerra, roto su pacto con los neoconvergentes de Junts.

Este año se ha reproducido el inmoral espectáculo al ver como quienes marginan el español en las aulas o intentaron dar un golpe de estado se juntan en la Feria

Mientras los partidarios del referéndum pactado, la inmersión lingüística, los indultos a los golpistas y los incapaces de decir nada en español se reunían en las casetas, a Albert Boadella se le entregaba el Primer Premio Sant Jordi de Sociedad Civil Catalana. Boadella hizo su discurso de agradecimiento en español, señalando que lo había decidido así por considerarlo un acto de insumisión en un país donde el catalán se había impuesto de manera oficial. “No consigo reconocer mis relaciones con este territorio”. Otro gran director teatral, mi querido y admirado Lluís Pascual, que fundó junto con el inolvidable Fabià Puigserver nada menos que el Teatre Lliure, aseguraba en una entrevista que Barcelona se había convertido para él en algo insoportable, tanto laboral como personalmente, añadiendo que se sintió tan asediado que optó por irse. Se arrastró su imagen públicamente en base a mendaces acusaciones sobre una supuesta humillación a una actriz, inspiradas por un separatismo que sabía muy bien que Pascual no compartía el furor lazi.

De la categoría de Lluís, al que avala su abrumadora carrera, da fe que fuera defendido a capa y espada, a peu i a cavall que decimos en catalán, por personas de la categoría de nuestra añorada Rosa María Sardá, Nuria Espert, Antonio Banderas, Marisa Paredes, Carmen Machi, Eduard Fernández o Flotats, entre muchos otros. Modestamente, también un servidor. Ocioso es decir que Lluís Pascual ya no vive aquí. Ni Boadella. El separatismo centrifuga talento, discrepancia, inteligencia, vida. Mientras, unos indocumentados se pasean por la Feria de Abril, recuérdenlo bien, diciendo que quieren mucho a andaluces y españoles. Mentira. Lo que quieren son los votos de aquellos que aún no se han percatado de la tomadura de pelo que significa otorgarles su confianza. Y que son políticos de fireta que pasarán a la historia como notas a pie de página y ni eso, mientras que Albert y Lluís ocuparán extensos capítulos repletos de talento. A eso los clásicos lo llamaban némesis.