TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 10/09/16
· La Diada, entre lo de ayer y lo de mañana, aún puede envenenar un poco más la política española. Si eso es posible. Desde hace meses la política española está más envenenada que la parentela de los Borgia. Secesionismo, corrupción y desigualdades son lo peor del catálogo. Por supuesto la clave, como sostenía Paracelso, está en la dosis. Y aunque por tacticismo electoral se tiende a dar más relieve al pudridero de la corrupción, el secesionismo es la mayor amenaza. Claro que esta es una afirmación políticamente incorrecta.
Y ahí está el primer problema: recuperar la realidad.
Todo el prusés se ha construido contra la realidad. Así es como se sostiene, desde las aulas con la inmersión a la maquinaria de propaganda. Los datos falsos no han impedido el éxito del Espanya ens roba–desmontados quirúrgicamente por Borrell– o la retórica de comunidad sometida. Debe ser el único caso de pueblo sometido más rico que los sometedores, a los que imponen su lengua, desoyen sus leyes… Chirbes apuntaba con acierto que si las ideas no te permiten ver la realidad, no son ideas sino mentiras. Pero nada, ni siquiera un elemental sentido del ridículo, desvía la hoja de ruta del independentismo.
En definitiva el proceso ha establecido una realidad paralela.
Y la política española no ha querido dar respuesta a eso, o no ha sabido. En todo caso, según la vieja máxima de Goethe, no basta con querer, además hay que hacerlo. Y las grandes fuerzas nacionales (grandes por tamaño, entiéndase) han renunciado.
El gran pecado de Rajoy es precisamente no haber hecho nada para que se cumpla la ley. Antes y después del 9-N, su estrategia política ha sido laissez faire, siempre de perfil. Se movilizó contra el Estatut como operación de alta rentabilidad electoral, pero después no se ha movilizado por la legalidad. Su ventaja es la claudicación insólita de la izquierda ante el nacionalismo.
Sánchez ha invitado a Rajoy a pactar con sus aliados naturales de la derecha: PNV y la vieja CiU. En definitiva, prefiere independentistas en el Gobierno, con margen para chantajear, a desgastarse él. También a menudo, algo común en la izquierda, ha planteado «gobiernos de progreso» junto a esos nacionalistas. Ya se ve que, según convenga, son la derecha o progresistas. Desde luego identificar nacionalista con progresista es otra estafa conceptual.
Iglesias apuesta por formar «una alianza de regeneración» con los nacionalistas como alternativa a la corrupción del PP. Se requiere un exquisito cinismo para obviar el pujolismo, los escándalos en la ciénaga del 3%, e incluirlos en una alianza de regeneración. También P’s identifica nacionalismo y bloque progresista. Qué cosas. Anteponen sus fetiches ideológicos, como el derecho a decidir, a la legalidad.
Incluso Rivera, con el discurso más solvente, tácticamente ha preferido acallar la cuestión territorial para enfatizar la corrupción, que es lo que les imprime carácter como alternativa al PP.
Enfrentarse a la realidad no es fácil, pero enfrentarse a una realidad paralela, una realidad irreal, es endemoniado. Y eso sucede con la cuestión catalana. Pero sobre todo es endemoniado cuando a esa irrealidad no se responde con la fuerza de la realidad, sino con otra clase de irrealidad. Es lo que sucede en la clase política española. El tacticismo se antepone a todo, incluso a la legalidad, y todos los conceptos están pervertidos por el ventajismo partidista. Por eso, como un agujero negro, nada queda indemne a su influjo.
TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 10/09/16