EL MUNDO 06/07/14
CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO
Cuando se habla de desencuentro entre Cataluña y España, a veces no se tiene en cuenta que la relación entre la comunidad más poderosa económicamente y el Gobierno central ha sido, en líneas generales, fructífera desde la aprobación de la Constitución en 1978 hasta el recorte del Tribunal Constitucional al Estatuto de Autonomía (2010). Es decir, que las cosas han funcionado razonablemente bien durante 32 años.
Las preguntas son dos: 1ª. ¿Por qué se quebró esa relación? 2ª. ¿Tiene arreglo la situación?
Veamos lo que ha ocurrido en Cataluña para tratar de responder a la primera de las preguntas. Sobre el papel, el mapa político no ha sufrido grandes cambios.
Contrariamente a lo que pueda pensarse a primera vista, el equilibrio entre el voto nacionalista y el no nacionalista ha sido bastante estable. En las elecciones autonómicas de 1984, por ejemplo, la suma de CiU y ERC representó el 51,2% del electorado, mientras que la del PSC y el PP alcanzó sólo el 37,8% del voto. En las últimas elecciones autonómicas, celebradas en 2012, la suma de CiU y ERC se quedó en el 44,4%, mientras que la del PSC y el PP fue del 28,1%. Si le sumamos el 7,6% de Ciutadans, el voto no nacionalista habría obtenido el 35,7%.
Si tomamos los resultados de las elecciones generales, el voto no nacionalista siempre ha ganado en Cataluña. En 1977 la diferencia fue de más de 11 puntos y en 2011 se acortó a 3 puntos.
Sin embargo, los porcentajes ocultan un auténtico terremoto político: El PSC se ha desplomado; han aparecido partidos nuevos como Ciutadans y la CUP, y ERC ha igualado en expectativa de voto a CiU.
Pero aún más importante, CiU ha asumido el programa independentista de ERC, de forma que ahora, en lo esencial, funcionan como un bloque homogéneo.
Otro elemento diferencial respecto a lo que sucedió durante más de 30 años es que han aparecido organizaciones ciudadanas fuertes que, en gran medida, marcan la pauta a los partidos nacionalistas, como la Asamblea Nacional de Cataluña.
El planteamiento del referéndum, el llamado derecho a decidir, ha sumado a los nacionalistas a partidos de izquierda como ICV la CUP y, de hecho, ha roto en dos al PSC. Ahora el bloque mayoritario en la sociedad catalana se agrupa no en torno a la independencia o al deseo de seguir perteneciendo a España, sino en torno al derecho a decidir.
Ese hecho representa un cambio esencial en la política catalana, por cuanto rompe dos confrontaciones clásicas: izquierda/derecha, nacionalismo/no nacionalismo.
Varias claves explican por qué se ha producido ese vuelco. Algunas de ellas tienen que ver con los cambios de posición de los líderes políticos catalanes. En primer lugar, Pasqual Maragall. Su decisión de crear un bloque de izquierdas, sumando a ICV y a ERC para hacerse con la Generalitat, le llevó a asumir la demanda de un nuevo Estatuto, lo que dejó a CiU descolocada. Sus competidores le habían arrebatado su propia bandera.
Por su parte, Artur Mas ha pasado de ser un moderado a convertirse en un radical que ha superado incluso a Jordi Pujol. Situado en la cúpula de CiU para controlar el partido en espera de la maduración de Oriol Pujol, ahora cree que él puede pilotar la independencia de Cataluña. La publicación de la cuenta en Suiza, que consideró una «agresión» directa del PSC, le marcó enormemente. Desde entonces, me confesó en Barcelona, ya no lee periódicos.
Otra clave para entender lo que está pasando es el relativo aislamiento del PP. La campaña contra el nuevo Estatuto y el recurso al Constitucional le dio votos en el resto de España, pero eso dio pie a que tanto los nacionalistas como la izquierda fabricaran la imagen de que el PP esta «contra Cataluña».
Por otro lado, los medios catalanes públicos y los privados asumieron plenamente la reivindicación del derecho a decidir como una propuesta transversal y movilizadora. Por su parte, los medios conservadores hicieron una campaña en contra del Estatuto y en contra del nacionalismo que fue vista desde Cataluña como una «agresión organizada desde España».
A todo esto hay que añadir la recesión económica, que obligó a hacer duros recortes a la Generalitat, lo que fue justificado por ésta como una consecuencia de la injusticia del sistema de financiación: los catalanes tienen que apretarse el cinturón, mientras que otras comunidades, como Extremadura, gozan de mejores servicios a costa de la transferencia de fondos desde las CCAA con mayor renta. De ahí el «España nos roba».
Ante este cambio sustancial, ¿cómo reaccionó el Gobierno? Probablemente imbuido por las angustias económicas, Rajoy no supo apreciar la profundidad del problema de Cataluña, lo que llevó a Moncloa a elaborar la teoría del suflé, según la cual el independentismo se cura con la recuperación económica.
Cómo decía Lenin, la cuestión ahora, más que mirar hacia el pasado es «¿qué hacer?».
Antes que nada hay que decir que el referéndum es un callejón sin salida.
Artur Mas, quizás forzado por ERC, ha puesto sobre la mesa un reto que el Gobierno no puede aceptar: un referéndum en el que los catalanes deberían decidir si quieren seguir en España o separarse; en puridad, un referéndum de autodeterminación. Aunque la Generalitat lo planteé como una consulta no vinculante, la realidad es que un voto mayoritario a favor de la independencia crearía un problema político irresoluble.
El Gobierno se aferra a la ley. La Constitución es clara en el sentido de limitar la convocatoria de referéndums.
Ante un calendario de vértigo (septiembre, nueva ley de consultas; 9-N, recurso al TC) ¿Qué debería hacer Rajoy?
Inmediatamente después del 9-N, el presidente debe llamar a Moncloa a Artur Mas y abrir un proceso de negociación en el que se ponga sobre la mesa un nuevo sistema de financiación.
Para hacerlo, el Gobierno debe ir en todo momento de la mano del PSOE, porque en el horizonte hay que ir hacia una reforma de la Constitución. Pero no, o no sólo, para satisfacer a Cataluña. Es que hay que modificar la Constitución porque la sociedad está reclamando un cambio.
Las elecciones del 25 de mayo nos han mostrado que la sociedad está cuestionando los viejos esquemas. O los grandes partidos reaccionan o los ciudadanos les pasarán por encima.
Si el problema catalán se enquista en el desencuentro, no sólo será malo para Cataluña, sino para toda España. Todos viviremos peor en el desencuentro. Demos una oportunidad al diálogo.
(Extracto de la conferencia pronunciada en El Escorial sobre el ‘Desencuentro España/Cataluña’).