Aplastados bajo su propia inoperancia y rebozados en su absurda contumacia, los independentistas catalanes han llegado a la estación ‘términus’ de sus ensoñaciones. Bajan la ventanilla y en la pared, por encima de las vías, no pone ‘Independencia’, solo se lee la palabra ‘fracaso’, por supuesto escrita en letras amarillas. Pensaron que el mundo les comprendería, que Europa les acogería, que España cedería y que la sociedad catalana les seguiría alborozada. Pues no. El mundo les ignora, Europa les rechaza, en España el Gobierno les utiliza y el resto les ignora. Por su parte, la sociedad catalana que se sumó gozosa al proceso se pregunta asustada: ¿Cómo hemos podido llegar a esto? Y se plantea con angustia, ¿qué viene después de esto? La nueva sociedad, que se iba a forjar fuerte y compacta, está hecha jirones. La economía, que iba a ser pujante y poderosa, se desbarranca por el silente camino de la pérdida de relevancia. Si se hubieran fijado en el caso vasco hubieran aprendido que aquí nada se derrumba de improviso, pero todo se deteriora con constancia. Los buenos se van y los mejores no vienen. Todo es una lenta decadencia, un constante deterioro camino de la irrelevancia. Suele ocurrir siempre que ignoras el calendario y desprecias tu ubicación en el mundo. Siempre que crees que tus deseos son tus derechos y que tus aspiraciones son tu futuro. Cuando no ves que tus deseos chocan contra los derechos de otros y que tus aspiraciones se enfrentan a las legislaciones de otros. Se ha cumplido el maleficio al pie de la letra. Mucho antes de romper España, los independentistas han conseguido destrozar Cataluña, ante la mirada ausente, desinteresada y suicida de la mayoría del resto de los catalanes.
Siguiendo el desarrollo natural de todos los ‘procés’ revolucionarios (éste no lo es, pero aspira a serlo y copia muchos de sus métodos) los extremismos, como los electrones, se aceleran y se estremecen de manera creciente hasta provocar su escapada del núcleo. Total, que Aragonès se queda solo con sus 33 diputados. Menos de la mitad de los que necesita para aprobar leyes y ocurrencias en el Parlament. Sánchez cuyo colmillo brilla en la oscuridad le ofrece su mano. Aragonès se teme que la use para apretarle el cuello y por eso la rechaza. ¿Se apoyará en quien le acaba de negar el apoyo o en quienes no le han apoyado nunca?
Como sainete es muy bueno, como forma de gestionar Cataluña es una catástrofe. En adelante, si pretenden que les tomemos en serio, será mejor que dejen de hacer el ridículo, como advertía Tarradellas.