Juan Carlos Viloria-El Correo
- Coincidiendo con el repliegue del abertzalismo en Euskadi, Cataluña inició su exaltación separatista
Traducido del euskera quiere decir: Cataluña, es Euskadi. Un juego retórico de palabras ahora que Cataluña y el País Vasco llegan a sendas citas electorales con los papeles cambiados por avatares de una historia de sectarismo, intolerancia y emociones, agitados por el poderoso virus identitario que siempre atropella la normalidad histórica y nunca sabes a dónde te va a llevar. Cataluña era el oasis. Los catalanes, los políticos pragmáticos, realistas, útiles, eficaces, dialogantes, pactistas. El País Vasco era el parque temático del extremismo y para la minoría independentista catalana de entonces, era la Ítaca mitológica. El final del viaje. Fue Juanjo Ibarretxe el que se inventó el artilugio metafórico del «derecho a decidir» para esquivar la trampa del derecho de autodeterminación que la legislación internacional reserva para los países colonizados.
Por entonces, en Cataluña, como dijo aquel entrenador británico, Bobby Robso era el Barça «el ejército de Cataluña y yo soy su general». Estamos hablando de 1996. Ahora el Athletic es el ejército de Euskadi y Valverde su general. Y el derecho a decidir se sublima con llevarse a la ría de Bilbao la Copa del Rey de España. Artur Mas y la corrupta Convergencia cazaron al vuelo el artefacto blando del derecho a decidir en su huída hacia adelante y pusieron en marcha la agitación del oasis con aquel legendario: Espanya ens roba. Luego se descubrió que los que en realidad se apropiaban de lo ajeno eran los que Maragall denunció en el Parlament por las comisiones del «tres por cent» y la familia Pujol con los ahorros del abuelo a buen recaudo en la banca de Andorra. Pero el proceso ya no tenía marcha atrás. Era como un camión sin frenos. Y precisamente coincidiendo con el repliegue del abertzalismo en Euskadi, la derrota de ETA, la llegada a Ajuria Enea de un Urkullu escaldado de los acuerdos de Lizarra con Herri Batasuna y todo el extremismo nacional-izquierdistas, Cataluña inició su exaltación separatista.
Ahora son los catalanes los que viven en el «exilio» y acaban de sacar a sus «presos políticos» de las cárceles negociando indultos con un diletante que llegó a la Moncloa montado en el Frankenstein articulado en una moción de censura. Expulsada la derecha del poder, el camino para los Junqueras, Puigdemont, Rovira y Aragonés parece expedito. Hasta el punto que confían en llegar donde no pudo hacerlo el extremismo abertzale vasco. En Euskadi nadie habla de hacer un referéndum. Como mucho, de: «reconocimiento nacional». Solo un veinte por ciento de los vascos ansía la independencia, asi que el producto se ha caído de la oferta electoral. Lo paradójico sería que el final de la historia lo escriban Sanchez y Puigdemont pactando un referéndum de autodeterminación mientras la gabarra pasea por la ría al ejército blanquirrojo de Euskadi.