Paseaba a caballo por la calle Argenteria de Barcelona Juan Prim y Prats (Reus, 1814-1870) cuando un espontáneo le increpó con ánimo insultante. “Lo que quiere este –gritó– es la faja de general”. El militar catalán respondió al instante: “O caixa o faixa, i si voleu guerra, guerra tindreu…” (O caja o faja, y si queréis guerra, guerra tendréis).
La expresión acuñada en el asedio de Barcelona ha perdurado en el tiempo y forma parte de una de esas frases incardinadas en la sabiduría popular que se emplean para señalar una elección determinada y valiente entre dos extremos. No en vano, la referencia original de Prim en el otoño de 1843 tras la represión en la Ciudad Condal de una sublevación progresista tenía condición dicotómica: la caja era el ataúd mortuorio, mientras la faja aludía a la gloria militar en el campo de batalla. O una u otra.
Dos siglos después, no se sorprendan, permanecemos en esa tesitura. Las últimas elecciones autonómicas dejaron un panorama de máxima complejidad: la ciudadanía apostó por un cambio político, pero sin la fuerza suficiente para que resultara de mecánica aplicación. En cuestión de horas, días, deberá resolverse quién es el próximo presidente de la Generalitat o si los catalanes deben retornar a las urnas para aclarar (¡o enturbiar!) el combate histórico entre la Cataluña solo catalana y la Cataluña también española.
A estas alturas es posible que el pacto entre los socialistas del PSC y los independentistas de ERC esté cocinado y solo pendiente de servir en el plato y presentar a la mesa de la militancia republicana. Es posible que la visita de Pedro Sánchez de la semana pasada a Barcelona sirviera para susurrar al oído de algunos independentistas que si boicoteaban la investidura de Salvador Illa convocaría elecciones generales para el mismo día en que se repitieran las catalanas. Es posible que los órdagos de Carles Puigdemont tengan la pólvora mojada y su boicoteador regreso importe menos lejos de su sectario entorno y familia. Es posible, claro, pero si algo caracteriza a la Cataluña de los últimos años es su natural apego al estrambote y al sinsentido mayúsculo.
Puigdemont actúa como las lagartijas con la cola seccionada. Pese a la mutilación, siguen moviéndose y hasta se regeneran. Hasta hoy. Ahora, el dirigente vive cautivo en su interior en las dos alternativas políticas que le restan tras años de ejercicio político macarra desde el exterior:
1) Pasar por la cárcel si cruza la frontera en un intento desesperado de evitar la presidencia de Illa a la par que fuerza nuevos comicios con unas encuestas que tampoco le resultan favorables. Súmese el riesgo de que la inestabilidad que ha amparado facilite que esas votaciones coincidan con unas elecciones al Congreso que alejen a Cataluña del foco y su candidatura sea la de un líder menor y quién sabe si en libertad provisional.
2) Permanecer plácidamente en Waterloo, mantener la tensión para profundizar en la crisis de ERC y, mientras se resuelven las cuitas judiciales, abandonar la política si no es designado presidente. Siempre tendrá la oficina, el salario y los privilegios de ser un ex.
Dicen sus próximos que el prófugo está enfadadísimo con Sánchez por cómo la ley de amnistía no ha resultado de utilidad para el objetivo principal de salvarle de cumplir con la justicia española. El sábado en Francia volvió a referirse a golpe de estado judicial y otras lindezas para mostrar contrariedad con su situación. Una parte de Junts per Catalunya quiere acabar con el sainete, pero otra a la que maneja y que aún controla el cotarro sigue obstinada en hacer pagar al presidente español los estragos de una ley a medida que, al final y a pesar del alboroto, es un traje de Emidio Tucci y no el paño exclusivo que esperaba Puigdemont.
Lo que acontezca en Cataluña en días venideros pillará a toda España de vacaciones. El espectáculo de la detención de Puigdemont será recibido por una inmensa parte de la ciudadanía entre cañas y paellas veraniegas. Entre tanto calor estival, la calentura por la indignación (a favor o en contra) se combatirá con un chapuzón en la mayoría de los casos. Lo saben los de Junts, que adelantaron al último fin de semana de julio las fanfarrias con su líder, temerosos de que –no solo los ajenos– incluso hasta los propios abandonen cualquier movilización política a favor del descanso.
Sea cual sea al psicodrama con el que nos obsequie el valeroso presidente aficionado a los maleteros, su futuro se debate entre la ridícula aclamación temporal de sus sectarios seguidores y una humillante muerte política. Asistiremos a un remake cinematográfico con mucho relato, a una versión posmoderna de las andanzas del reusense Prim. O, dicho de otra manera, nos obsequiarán con una versión edulcorada por la inteligencia artificial del o caixa o faixa.
Descansen aquellos que puedan en este convulso agosto que nos acecha.