Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 14/10/12
«Los políticos hablaban del viento de la historia pero eran ellos, que soplaban?». La reciente viñeta de El Roto sirve para explicar, mejor que mil palabras, el delirio secesionista que, como un viento helado, ha dejado tiesa a Cataluña.
¿Quién hubiera pensado hace nada que íbamos a estar hablando de la secesión de una región con la que formamos una unidad territorial desde hace cinco siglos? ¿Cómo ha podido transformarse, de la noche a la mañana, la obsesión de una clara minoría en la aparente preocupación de una supuesta mayoría? ¿Es que una simple manifestación puede convertir en independentistas a quienes han vivido durante décadas con pleno asentimiento en un régimen de amplia autonomía?
Aunque tranquiliza responder esas preguntas refiriéndose solo a los devastadores efectos de la crisis, creo que lo que hoy sucede en Cataluña no puede explicarse sin tener en cuenta también, y quizá de modo primordial, la acción de los que soplan: de esa minoría activa que, como todas las existentes en la historia (desde la jacobina a la bolchevique) ha encontrado en su capacidad de movilización la llave para ir ganando espacio político y social a base de conseguir que los discrepantes dimitan, por miedo, comodidad o una mezcla de ambas cosas, de su condición de ciudadanos.
Pues la gran cuestión que plantea el desafío nacionalista no es, a fin de cuentas, la de si un referendo es constitucional o inconstitucional o la de si existen vías, más o menos tortuosas, para hacer que lo segundo parezca lo primero. No, el auténtico problema es el de cómo afectará la independencia al futuro de España y de Cataluña y a la convivencia entre los nacionalistas triunfadores y los no nacionalistas derrotados en el interior del nuevo Estado.
Vista la flagrante discriminación a la que los castellanohablantes han estado sometidos en la Cataluña hoy existente, es fácil imaginar qué sería de ellos en una independiente.
Es solo un ejemplo, pero muy relevante, para poner de relieve que lo que nos jugamos en realidad en el envite independentista es no solo el respeto a la Constitución o la unidad de la nación, sino el futuro de millones de españoles que podrían verse convertidos, bajo el impulso sectario de esa minoría activa que piensa en términos de identidad y no de respeto a los derechos, en ciudadanos de segunda.
Si no quieren llegar a serlo, es indispensable que los catalanes no secesionistas, una mayoría muy amplia durante más de treinta años, salgan del faiado de la historia en el que se han dejado meter por los nacionalistas y den la cara de una vez, tratando de ganar la hegemonía que les ha sido arrebatada a base de arrinconar, como traidores, a los que han sido leales al mejor proyecto común -el de la Constitución de 1978- que jamás ha conocido Cataluña.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 14/10/12