RAÚL DEL POZO-EL MUNDO
Quim Torra, a quien le han metido un cohete en el culo llamándole traidor, le pasa el petardo a Pedro Sánchez y lo emplaza a acordar un referéndum de autodeterminación. O si no, no. El Gobierno le ha contestado: «La repuesta es autogobierno, no independencia. Gobernar no es gesticular». Pero me cuentan que hay muchos nervios en el PSOE. Susana pone a parir a Pedro, los barones están acochinados con tanta permisividad ante los separatistas y Pedro Sánchez está rebotado con Torra por el manotazo con que ha respondido a la mano tendida y a la tela. En Génova tocan a zafarrancho, aunque comprenden que el camino va a ser largo y que hace falta movilizar a los catalanes y es necesario un gran acuerdo de los constitucionalistas. El PSOE no quiere repetir la terapia del PP. No aplicará de momento el 155. De momento, no se puede contar con el PSOE.
El desconcierto de Madrid coincide con la toma de la cabeza de la manifestación de la joven guardia roja. Los de la CUP y los del CDR les dicen a los políticos del poder que hacer una revolución no es hacer un bordado sino preparar una insurrección. Los del CDR (comités de defensa de la república) asamblearios, de barrio, nacidos en 2017, con un toque libertario acusan a Quim Torra y a los políticos que mandan en Cataluña de traidores. Recuerdan a los aguiluchos de la FAI, aunque el anarcosindicalismo no fue muy nacionalista y los mercaderes de la Liga los acusaban de murcianos. Esos comandos de acción directa disputan la vanguardia del procés a los partidos separatistas burgueses. Dan patadas, se encadenan, ocupan edificios públicos, esconden el rostro con pasamontañas.
Puigdemont, desde la pornografía de su exilio, dice que los que vayan encapuchados no son leales. Junqueras, desde el talego, envía el mensaje de la paz, pero Quim Torra, con sus hijos en la CUP y en los comandos republicanos, dio la orden clara: «Apretad, hacéis bien en apretar». Se puso el gorro de Puigdemont, se subió a la escoba y vio cómo las masas flotaban a su alrededor. Interpreta el papel de radical y represor. Inflama a las masas y después las apalea con sus guardias. No se ha visto impostura igual. Mientras, la marcha sobre Barcelona, el intento de toma del Parlament –al estilo del de la Bastilla, pero sin muertos–, las fogatas y parrillas contra el Rey Felipe VI, indican que el conflicto catalán ha pasado de la sonrisa mansurrona al arrebato. Se ha acabado el seny, la mesura, el buen sentido, el medir los palmos de tierra antes de pisarla. «Cataluña es un territorio sin ley», ha dicho Albert Rivera. Esto no puede terminar bien, ni pronto. Informa la agencia Reuters: «Cataluña puede encenderse en cualquier momento».