ALFREDO AMESTOY, EL MUNDO – 27/08/14
· El autor plantea un experimento: que los líderes catalanes gobiernen el país para cerrar el debate territorial Recuerda que Prat de la Riba o Fontana, entre otros, abogaron por la implicación de Cataluña en el Estado.
A menos de 10 semanas del 9 de noviembre, el November nine es tema de conversación en Estados Unidos. No precisamente por el órdago de Artur Mas y su «consulta soberanista», sino por el torneo más importante de póquer del mundo, donde un español de 22 años puede ganar en Las Vegas 10 millones de dólares. Pero Andoni Larrabe lo tiene tan difícil como Mas. Hay las mismas probabilidades de que se celebre el referéndum que las que tiene Andoni de conseguir una escalera de color . Exactamente, hay una probabilidad contra 65.000 de reunir el famoso quinteto de naipes. Bien es verdad que Mas, en su partida de mus con Rajoy, ha podido cantar un órdago de farol.
A ver qué pasa en noviembre. Deseemos suerte a los dos jugadores. Al vasco en la partida de póquer y al catalán en su apuesta de secesión política. Porque, quizás, no se trate de una ruptura territorial. La cohesión territorial de España a la que se ha referido últimamente el Rey FelipeVI aquí y en París, en su importante discurso ante el presidente de Francia, pienso que está a salvo, no así la adhesión. Y ¿por qué?
La cohesión, físicamente, es propia de cuerpos sólidos o líquidos, que no es que renuncien a disgregarse sino que, aunque lo pretendieran, no pueden separarse. En los gases, o cuando se pretende la cohesión entre cuerpos diferentes o yuxtapuestos, se produce la adhesión. Por eso Franco siempre se conformó con la adhesión y en este proceso se encuentra la Iglesia del Papa Francisco, que intenta adhesiones con otros credos y sectas persiguiendo «la unidad en la diversidad».
Pero, ¿cómo adherir a Cataluña en un diverso, pero unitario, sugestivo proyecto de vida en común con España? A lo mejor adhiriéndonos todos los españoles no sólo a las 23 propuestas que llevó Mas a La Moncloa, sino a todas las que Cataluña quisiera emprender por estar segura de su necesidad, conocer el modo de su ejecución y confiar en su éxito.
¿Qué habría que hacer? En primer lugar, recuperar la política de Jaime I, el Conquistador, el rey que hace ocho siglos integró aquella primigenia España, con Aragón, Cataluña, Mallorca, Valencia… y Castilla. Según Santos Oliver, «dando cabida a todos sus reinos y a todos sus súbditos regidos con ánimo igual, benévolo y equidistante».
Jaime I, a propósito de esta encomienda a Cataluña de liderar hoy la causa común de España, repetiría lo que entonces argumentó: «Creemos que nadie podrá encontrar malo esto, ya que nosotros lo hacemos, en primer lugar por Dios; en segundo lugar, para salvar a España, y en tercer lugar para que nosotros y vosotros adquiramos buena fama y gran nombre por haber salvado a España, puesto que el de Cataluña es el mejor reino de España, y el más honrado y el más noble».
¿Quién avalaría hoy el proyecto para un ensayo de catalanización de España? A lo mejor lo hubiera hecho Pujol, de no haberse distraído en afanes personales, pero otros sí formularon este propósito: Prat de la Riba y Cambó con su «Espanya gran», que combinaba «autonomía, orden y desarrollo económico con actividades sociales del empresariado capaz de financiar grandes proyectos culturales». Prat de la Riba insistía en que el catalanismo nunca ha sido separatista y sólo podría comprenderse atendiendo al «intenso sentimiento de fraternidad de los pueblos peninsulares».
Otras voces no han silenciado, más que los agravios recibidos de España, el malestar que siente el pueblo catalán al verse postergado por Madrid. Nadie mejor que José María Fontana, autor de Abel en tierra de Caín y el catalán más español que yo he conocido, para expresar el dolor que produce esa espina clavada, generación tras generación, en el alma catalana. Fontana reivindica «la tentadora posibilidad de que los catalanes, sus métodos, sus intereses y sus concepciones orienten la estructura del Estado español», y nos recuerda que «Cataluña es una España en pequeño, jamás realizada y nostálgica de ello, con un trauma de frustración… por el apartamiento de las funciones centrales, a lo que debe añadirse las discriminaciones del centralismo y su burocracia, para tener un cuadro de su nihilismo crítico, del desinterés político o de la hostilidad con que el catalán suele enfocar los temas de interés colectivo.
Unas veces con razón y otras con grave irresponsabilidad. Porque, a pesar de su gran peso histórico, Cataluña es una de las grandes regiones en el mundo que carece casi totalmente de experiencia política administrativa». Esta «inexperiencia» que apunta Fontana quizás ha sido superada y, con el soberanismo, Cataluña trataría de probarlo; pero, ni siquiera la independencia resolverá el problema que hoy perturba a sus paisanos. Porque Fontana da ciertas explicaciones: «Lo único que, de verdad, preocupa e interesa a los catalanes es España y lo que les duele es la dificultad o imposibilidad de organizarla y hacerla según sus puntos de vista. La evasión psiquiátrica, que es el separatismo catalán, debemos entenderla como una anécdota del celtiberismo tan fervoroso como esquizoide».
Hay quien dice que, más que «esquizoide», Cataluña muestra en su relación con España signos de paranoia, donde el victimismo, los delirios de grandeza, la manía persecutoria, el delirio egocéntrico, se mezclan con una más turbación que perturbación, creada por el choque entre las aspiraciones y las posibilidades. ¿Será éste el famoso «choque de trenes» del que tanto se habla? Cataluña sería pues como Don Quijote. Y Don Quijote es un paranoico que se cree capaz de todo. O sea que, en contra de lo que se podía pensar, que Cataluña encarna el sanchopancismo mientras Castilla es la quijotesca y quimérica, sucede al revés.
Se habla del seny y de la rauxa de Cataluña; o sea, de su juicio y sensatez y, también, de la locura… que le puede conducir a las decisiones más descabelladas. ¿Sabe alguien cuándo termina su buen sentido y empiezan la enajenación y el despropósito? ¿Qué es lo que podría hacer más felices a los catalanes? Quizás que, por vez primera, España se dejara gobernar por ella. Indudablemente, ésta sería la mejor forma de evitar «el choque de trenes»: permitir que Cataluña condujera la locomotora del Estado, que fuese ella la que tirara de todos los vagones y la que decidiera el destino del convoy. Si no lo probamos, nunca sabremos a dónde nos puede llevar. Se trataría de que Cataluña catalizara a España en un momento en que España precisa de una reacción.
¿Una España de veguerías que, a lo mejor, con 200 comarcas confederadas que superaran a los ayuntamientos, eliminasen las diputaciones y reformaran la España provincial de Javier de Burgos? Es decir, un país con nuevas soldaduras, de acuerdo con la ley de Volta que demuestra que «sustancias heterogéneas cualesquiera, puestas en contacto, se electrizan siempre». Si Cataluña es capaz de galvanizarnos, además de evitar que España se oxide, podría galvanizar nuestro espíritu, que galvanizar significa también «reanimar, infundir vida en una institución que ha decaído por el transcurso del tiempo o las circunstancias». ¿Por qué no? Nuestra crisis quizás no sólo sea económica o política, sino moral y también… física. Y como físicos tenemos a Volta, a Galvani y al propio Mesmer, que diagnosticaría «falta de magnetismo», y nos recomendaría tratar de magnetizarnos, atraernos, electrizarnos, sugestionarnos… con un proyecto de vida en común que en el fondo sería como… enamorarnos.
Yo estoy convencido de que Cataluña y España se quieren. Entonces, ¿qué pasa? Lo que ocurre en muchas parejas: que Cataluña quiere mandar. Pues… ¡dejémosle que mande! Hasta Eugenio d’Ors, eximio catalán e insigne español, en su Historia del Mundo en 500 palabras, dedicó 37 a reclamar otra forma de gobernar y de vivir y de convivir. D’Ors hubiera aceptado que Cataluña intentara galvanizar a España. Lo insinuaba cuando en su Novísimo Glosario escribió: «Si la idea hispánica no hubiese nacido en América, hubiera nacido en Cataluña. Aquí, donde en perpetua contradicción con todo nacionalismo y con el separatismo de cualquier pelaje se concibió la posibilidad de soberanías sin tierra».
Si no hay tierra de por medio sobra la consulta del 9 de noviembre. Me consta que ante la hipótesis de una ruptura muchos diríamos: «España, antes catalana que quebrada». Ha costado muchos siglos y mucha sangre lograr esta compleja y prodigiosa amalgama humana. Juntar a los españoles… ¡ésa sí que ha sido una escalera de color!
Alfredo Amestoy es periodista y escritor.
ALFREDO AMESTOY, EL MUNDO – 27/08/14