José Antonio Zarzalejos- El Confidencial
Si el PSOE hubiera prestado oídos a la asamblea de parlamentarios y alcaldes convocada por Podemos ahora estaríamos en el prólogo de un proceso constituyente
En la declaración institucional de la noche del pasado miércoles, Mariano Rajoy deslizó una frase acertada, además de lúcida: dijo que el respaldo a las medidas que en relación con la crisis de Cataluña está recibiendo su Gabinete no las entiende como un apoyo al Gobierno sino a la legalidad del Estado de Derecho. Exactamente es así. La posición que ha adoptado el PSOE es obligada y natural pero como ya casi nada en la política española es coherente y previsible deberíamos celebrar que el socialismo español -incorporando al PSC- haya hecho un ejercicio de responsabilidad. Como en otros momentos de la historia no lo hizo y como los nacionalismos -sea el vasco, sea el catalán- han ejercido una constante sugestión sobre la izquierda española, quizás el socialismo se esté desprendiendo de ese complejo que trae causa del antifranquismo del siglo pasado.
La postura del PSOE en la actual situación de España es crítica. El partido que lidera Sánchez es la piedra de bóveda de la respuesta del Estado al desafío independentista en Cataluña porque sin su concurso tendríamos sólo un Gobierno demediado, en minoría parlamentaria y políticamente erosionado. Gracias al apoyo de los socialistas y a la buena disposición de su renacido secretario general, el Ejecutivo dispone de un margen imprescindible. De ahí el error de Albert Rivera al pretender una innecesaria explicitud parlamentaria de apoyo al Ejecutivo que terminó con una quiebra –momentánea pero peligrosa- de la unidad de acción PP-PSOE-Cs. Pedir al grupo parlamentario socialista que, con la que está cayendo y ha caído, proclame -además de ya hacerlo- un respaldo al Gobierno resulta, además de irresponsable, nada perspicaz.
Podemos ha perdido las opciones de representar una alternativa con visos de institucionalidad e Iglesias ha sido devorado por Cataluña
La actitud del PSOE -que no será permanente pero sí sostenida hasta que remita la crisis en Cataluña- hay que analizarla en el contexto de los movimientos de la izquierda y los nacionalismos. Podemos se ha echado al monte perdiendo todas las opciones de representar una alternativa con visos de institucionalidad e Iglesias ha sido devorado por Cataluña en donde ha perdido a su partido y en donde será depredado por los comunes. Los morados colaboran activamente con un nacionalismo que vuelve a derrapar -el del PNV que se debate como siempre entre la cartera y el músculo cardiaco-, con un abertzalismo con el regusto amargo de su cercanía a ETA y con los partidos independentistas catalanes en abierto desconcierto, desarbolados y entregados al recorrido que les ofrezca la movilización popular.
El PSOE ha manejado las riendas desde el 17 de agosto pasado de sus propias pulsiones con una destreza que apenas se esperaba de Sánchez. No solo no ha seguido los pasos de los populistas sino que ha sido el contrafuerte del decisivo posicionamiento del PSC de Iceta, ha propuesto y logrado, sin grandes alharacas, una Comisión de Estudios para la reforma del modelo territorial que el PP y el Gobierno han aceptado y que podría ser la pista de aterrizaje de la cuestión catalana en los próximos meses y ha construido un discurso inteligible y bien armado de por qué y cómo se sitúa en esta crisis. También está administrando sus silencios. De ahí que sea Cataluña -la misma que ha hundido a Iglesias- la que encumbre al PSOE y a Sánchez como opciones de salida de la actual situación que ya se adivina por la izquierda mucho más que por la continuidad en Madrid y Barcelona de la actual correlación de fuerzas.