Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- Como en el País Vasco, el independentismo se ha dado cuenta de la imposibilidad de sus objetivos y en lugar de abandonar el Estado busca que el Estado se vaya de sus comunidades
Uno de los grandes logros de la legislatura que termina, en opinión del propio Pedro Sánchez, es la pacificación de Cataluña. En efecto, durante los últimos cuatro años no se ha celebrado ningún referéndum ilegal, ni se ha votado en el Parlament ninguna declaración unilateral de independencia, ni se ha fugado de la Justicia ningún líder independentista y el PSC se ha convertido en el partido más votado. Visto así, con simpleza, tiene toda la razón del mundo para vanagloriarse de su actuación. Pero las cosas no son tan sencillas. Pedro Sánchez esconde y oculta dos cosas importantes. Una, se la recuerda con frecuencia el candidato Feijóo. Se trata del precio pagado por esa supuesta pacificación, que es la suma de los indultos a los otrora ‘rebeldes’ y hoy solo ‘sediciosos’; la eliminación del propio delito de sedición, pactado y en redacción conjunta con los que ya estaba condenados por sedición y la incomprensible modificación a la baja del delito de malversación, que, en adelante, diferencia entre la utilización de los dineros públicos para fines personales y con fines partidistas. Además de un generoso riego de millones en transferencias.
La otra –el hecho evidente de que la aparente pacificación no es definitiva, pues es tan débil como provisional– se la recuerdan en cuanto tienen ocasión los propios líderes independentistas. ‘Ho tornarem a fer’ es la concreción manifiesta de su voluntad expresa. Toda ella es la compensación de unas concesiones ya obtenidas en el pasado que consideran intocables y la exigencia de nuevas concesiones en el futuro. Si gana Pedro Sánchez ya han advertido de que incrementarán el precio de su voto a la reedición de un nuevo e inevitable Frankenstein. Si gana Feijóo, amenazan con volver a las andadas en cuanto adopte cualquier medida que revierta el camino recorrido. Es más, con toda seguridad, volverán a ellas mucho antes de que tenga tiempo de iniciar el camino de vuelta. Y presentarán a Feijóo como el gran culpable del final de la paz, aunque solo sea el responsable del final del espejismo en el que nos ha sumido Sánchez.
De lo que sí tiene mérito es de haber hecho coincidir su mandato y sus concesiones con el aumento de la fatiga en el seno de las familias independentistas y la aparición de un cansancio infinito en la población catalana. Como sucede en el País Vasco, se han dado cuenta de la imposibilidad –también de la inconveniencia, aunque eso no lo dirán nunca en público–, de plasmar en la realidad sus aspiraciones independentistas. Ni hay masa crítica de votos para sustentarla, ni hay dinero suficiente para pagarla, ni hay el mínimo apoyo exterior para garantizarla. Por eso han abandonado la idea de irse del Estado español y la han cambiado por la de que sea el propio Estado quien se vaya de Cataluña y de Euskadi.
Si usted es un ciudadano que habita en una de las dos comunidades autónomas mencionadas (de momento es lo que son), ¿dónde ve al Estado, cuándo se topa con él? Sus hijos se educarán en el sistema público o en el concertado de los gobiernos autonómicos. Lo harán de manera abrumadoramente mayoritaria en el idioma particular. Si se pone enfermo, le curarán en Osakidetza o en el Servei Catalá de Salut. La administración autonómica le atenderá, salvo que se empeñe usted mucho, en las lenguas particulares y todo los estamentos autonómicos premiarán, para acceder a ellos, el conocimiento de esa lengua, hasta situarla muy por encima de méritos profesionales y académicos y de las experiencias previas. Además, si es vasco –en eso les llevamos clara ventaja–, pagará sus impuestos en las haciendas forales de acuerdo con lo dispuesto en el Concierto Económico.
Es decir, para sacar al Estado de Cataluña y el País Vasco les queda poco trabajo. La Lotería Nacional, las ligas nacionales de fútbol y otros deportes, que son el gran obstáculo para el reconocimiento ya iniciado por este gobierno de las selecciones deportivas propias y, aquí llega el gran tema, el sistema de pensiones. La diferencia entre cotizaciones ingresadas y prestaciones entregadas supera los 5.000 millones en Cataluña y los 4.000 millones en Euskadi. Demasiado déficit para ponerse gallitos, demasiado para asumirlo sin pestañear.
En resumen, pase lo que pase en las urnas, el día 24 de julio el problema catalán, y en menor medida el vasco, seguirán formando parte del panorama. Con mayor virulencia en Cataluña y con menor en el País Vasco, al menos, hasta que Bildu dé el ‘sorpasso’ al PNV.