Luis Antonio de Villena, EL MUNDO 23/11/12
Hubo un tiempo (digamos, por abreviar, que inicios del siglo XIII) en que Cataluña pudo ser un Estado, aunque muy probablemente en unión con algunos condados del Languedoc francés, es decir donde se hablaba la langued’oc (el provenzal de los trovadores) que se acercaba a lo que se llamó lemosín. Pero ese Estado nunca existió y Cataluña fue parte del Reino de Aragón. Todo esto se comenta en una novela que Luis Racionero escribió en catalán, Cercamon (1982) -es el nombre de un trovador- y que se tradujo al español como El país que no pudo ser. Los nacionalistas catalanes, desde fines del XIX, han tenido en su imaginario ese desideratum: Una Cataluña medieval independiente y limpia. No es casualidad, así, que la voz medieval, que no suele tener sentidos positivos fuera de la mera Historia, para los nacionalistas catalanes sea un término positivo siempre. Su Edad Media soñada.
Los nacionalistas que hoy piden la independencia no hablan en un lenguaje real, sino en un espacio mítico. Hablan desde el mito, no desde el árido presente. El mito, evidentemente, presupone que Cataluña independiente será el fin de todos los problemas históricos, presentes y aun futuros. Identifican, en lo hondo de su psique, independencia con panacea. Esa independencia lo curará todo. Los nacionalistas catalanes (y CiU más que ERC) con ese discurso y su plasmación viva hacen hoy lo que siempre han hecho: Mentir a los españoles -no les importa, el español es enemigo- cuanto mentir a los propios catalanes, escondiéndoles la realidad y vendiéndoles una fábula hermoseada. Pero hay una diferencia a favor de ERC, pues no mintió al reclamar como fin último siempre la independencia, mientras que CiU ha mentido burdamente hasta hace apenas un año, reclamando entre lloros autonomía cuando jamás tuvieron eso como fin último.
Jordi Pujol fue un mentiroso con miedo al Ejército cuando el funesto 23-F (llamó al Rey viéndose en el paredón), mientras que Artur Mas, que empezó su carrera como moderado delfín del pujolismo, ha dado la sorpresa, desenmascarando a la postre lo que algunos supimos siempre. Cómo saldrá de la piscina de lodo que él mismo ha forjado y en la que fatalmente se ha metido, lo desconocemos. Los dioses proveerán. Pero lo cierto es que Mas engaña a los catalanes.
¿Por qué engaña? Porque presenta a los catalanes el discurso mítico del independentismo y oculta en ancha medida el discurso de la realidad. Más o menos el discurso real es éste: si Cataluña fuese próximamente independiente, y pasadas las semanas de alborozo, de Segadors, sardanas y barretinas, Cataluña se encontraría fuera de la UE y tendría que crear una moneda propia, enormemente devaluada respecto al euro. Dado como están de mal las cosas en la UE -la falsa tabla de salvación de Mas- Cataluña podría ser un miembro nuevo dentro de unos 10 años. Esos 10 años serían de desoladora penuria para el pueblo catalán, que vería muy agravada la crisis, no sólo por su salida del euro, sino por la gran cantidad de industrias que ya han anunciado que se marcharían de una Cataluña independiente. Además, la nueva Cataluña tendría que conseguir que Francia le entregara el Rosellón -lo que llaman los independentistas «la Cataluña norte»-, y eso no sólo será difícil e incluso cruento sino que haría de Francia un vecino nada simpatizante de ese Estado catalán.
En suma, a más de la agudización fuerte de la crisis económica y de años de pobreza para el pueblo, los catalanes se hallarían (durante años) con la escasa o nula simpatía de sus vecinos, Francia y España, por ese orden, a quien los políticos catalanes -no el pueblo catalán- habrían jugado a engañar. El cava sólo tendría una salida: las mesas nacionalistas y Australia. Nunca va a competir con el champán francés.
PERO seamos optimistas, dentro de tanto dislate y para reafirmarlo: pensemos que Cataluña lleva 15 o 20 años siendo independiente, que las heridas vecinales más o menos se han cerrado y que ese Estado catalán vuelve a entrar en la UE. El famoso victimismo de los nacionalistas ya no tendría sentido -más bien sería harto fastidioso- y Cataluña habría devenido una pequeña república europea al estilo de la República Checa, digamos. No hay desdoro, Praga no tiene que envidiar a Barcelona, pero el futuro pertenece a los grandes estados no a los países pequeños. Es decir, que esa pequeña Cataluña independiente sin plañideras sería uno de tantos puntos como hay en Europa bellos e insignificantes y naturalmente muy dependientes de sus vecinos y de la emigración, cuando vuelva la bonanza con dinero. O sea, que esa soñada Cataluña independiente sería un país híbrido, como casi todos, donde habría que hablar (además del catalán) al menos dos lenguas, como ya ocurre en Dinamarca o en Holanda. Las calles de esa Cataluña futura serían -terror de la paradoja y después de tanto sacrificio- enormemente parecidas a las de la Cataluña autónoma de ahora mismo. Un país plurilingüe, donde posiblemente se hablaría más español que hoy, dependiente para casi todo, muy lejos del ensueño medievalista, pero -eso sí- con Estado propio.
Los padres de la patria y los nacionalistas furibundos seguirían borrachos de su propio caldo, pero serían minoría, y sus hijos andarían soñando en salir del terruño. Tantas zozobras, tantos malos momentos, tantas enemistades, algún o muchos sacrificios, apenas habrían valido para nada. La Cataluña independiente, 20 años después (malos años) se parecería tremendamente a la Cataluña de ahora mismo. Los listos y algunos empresarios lo saben, la mayoría teme un incierto futuro poco halagüeño, pero los nacionalistas mentirosos (Pujol, Duran i Lleida, Mas) desenmascarados al fin, vivirían días de gloria, como padres de una patria a la que, en el fondo, han achicado y ultrajado.
Queda un raro bien que yo particularmente agradeceré infinito -y estudié catalán en el franquismo-, no volveré a oír llorar lágrimas de cocodrilo a esos arteros políticos horrendos (notables nacionalistas) que son Jordi Pujol, Josep Antoni Duran i Lleida y Artur Mas. ¡Qué alegría su silencio!
Luis Antonio de Villena es escritor.
Luis Antonio de Villena, EL MUNDO 23/11/12