18/05/14
· Editorial: Ediciones Albores
· Autor: Ángel Puertas
El presente libro es una colección de pensamientos en torno a mi experiencia vital en Cataluña.
» Muchos fenómenos me sorprendieron a mi llegada a Barcelona hace ya quince años. ¿Por qué hay sentimiento nacionalista en Cataluña y no en Perpiñán? ¿Por qué se exhibe con muchísima más profusión la bandera cuatribarrada en Cataluña que en Aragón? ¿Por qué algunos identifican su ideología con Cataluña entera? ¿Por qué hay tanta pasión catalanista? ¿Por qué ese rechazo al café para todos autonómico? ¿Por qué se identifica a Cataluña con el dinero y a Madrid con el poder? ¿A qué se debe la fama de laboriosidad y tacañería del catalán? ¿Por qué es tan diferente la percepción del problema territorial en Cataluña que en Madrid? ¿Por qué se conmemora una derrota ocurrida hace 300 años y se soslayan las guerras carlistas que asolaron Cataluña hace 150?
Preguntaba y preguntaba, pero las respuestas no me convencieron. Tuve la suerte de trabajar como fiscal adscrito a un Juzgado de Violencia sobre la Mujer. La conducta de muchas de las mujeres maltratadas me desconcertaba. Podían relatar una brutal agresión y tres días después, citadas para una declaración ampliatoria, se negaban a declarar contra su pareja, o bien, la excusaban. Así que para entenderlas comencé a estudiar algo de psicología. Descubrí que lo más importante en la vida de una persona no es lo que cuenta, sino lo que calla. Y lo que se calla en la historia de Cataluña son las guerras carlistas. En un lapso de 53 años (1822-1875) los catalanes sufrieron 35 de guerra civil, lo que no padeció ningún otro pueblo de España. (…)
(…) El nacionalismo se asemeja a una religión. La bandera sustituye a la cruz, la estatua del héroe a la imagen del santo, el lugar de ajusticiamiento del patriota al punto de aparición mariana, el himno nacional al tedeum, la nación singularísima al pueblo elegido, el Estado-nación a la Iglesia salvadora, la independencia al paraíso terrenal, el Estado opresor al anticristo, los botiflers (o antiespañoles) a los herejes y renegados, la escuela adoctrinadora al catecismo, la lengua al Santo Grial, el nacimiento-muerteresurrección de la patria al nacimiento-muerte-resurrección de Cristo… La nación proporciona calor espiritual, sensación de comunidad, hermandad de los iguales en la lucha contra el mal externo, un mal “que nos expolia, oprime, ningunea, pretende hacernos desaparecer”. Tiene, ¡cómo no!, sus dogmas (lo que es o no nación), su moral (cómo ser buen o mal patriota) y su liturgia (banderas al viento, celebraciones, baños de masas).
Uniéndose en el nuevo movimiento de masas el hombre se siente útil e importante, porque se sacrifica por una causa común y todos quedan en deuda con él. Se considera más catalán que los demás, pues él lucha y sufre por la causa. Él puede hablar sin rebozo alguno: “Cataluña quiere…”, “los catalanes aspiramos…”, cuando en realidad son solo los nacionalistas los que quieren o los que aspiran. Los demás catalanes no existen o son secundarios. Y si critican son sucursalistas, butiflers o, incluso, anticatalanes (como los defensores del bilingüismo en la escuela).
El discurso nacionalista se configura como un discurso del rechazo al resto de España. Si uno se considera la víctima los demás son implícitamente los victimarios. Si uno hace las cosas mejor solo, la colaboración de los demás es menos eficiente porque los demás españoles tienen cualidades menos valiosas. Si el problema de los catalanes es vivir con los demás españoles, los demás españoles son el problema. Son los 8 mensajes tácitos. Cuando en el resto de España alguien responde iracundo el nacionalista (o incluso el catalán no nacionalista) confirma que el resto de españoles no quieren a Cataluña.
El nacionalismo es un amor desmesurado por la nación. Al igual que el enamorado desea fundirse con la amada y el místico aspira a la unión con Dios, el nacionalista diluye las fronteras entre su ser y la nación, es decir, él es la nación y la nación es él, criticarle a él es criticar a la nación. Por eso es tan susceptible en la crítica política: no conceder lo que él reclama es no querer a Cataluña. La discrepancia entre el Gobierno central se convierte en malquerencia. La única salida, pues, es alejarse de los que no le quieren.
La obra es una reflexión sobre cómo surgió esta ideología catalanista y cómo afecta a la percepción de los problemas de Cataluña. Difícilmente se puede solucionar un problema de convivencia si no entendemos su origen ni cómo los nudos del pasado impiden el suave discurrir de los lazos del presente. Por razones emocionales, económicas, morales y democráticas conviene detenerse a comprender los giros de la historia y de la psicología humana. Si no lo hacemos no atinaremos a desandar el camino para desenredar el nudo. Algunos apostarán por cortar el nudo gordiano con un golpe de espada, otros a dejar los nudos tal cual.
Yo prefiero “des-anudarlos”, aunque ello suponga dejar al “des-nudo” las vergüenzas de nuestro pasado. Merece la pena comprendernos entre los compatriotas. Descubriríamos que el dolor y las suspicacias del ayer no nos son ajenos, y que los problemas virtuales no precisan muchas veces duras soluciones estructurales, sino atentamente afectivas. Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va a hacer? Agustina de Aragón era catalana, como lo fue Federica Montseny, ministra de la CNT. Algunos bisnietos de ellas reniegan de la patria de sus ancestros. A los bisnietos se les hurta la historia, y mientras, se agrandan las fosas de la desconfianza, los derechos civiles y los agravios. Una frontera es una indignidad. Para algunos es una salvación. Algunos quieren ahondar el foso. Yo prefiero llenarlo con palabras, argumentos y comprensión.»