ABC 11/01/17
SALVADOR SÁNCHEZ-TERÁN, EXMINISTRO DE LA TRANSICIÓN
· Es absolutamente imprescindible superar la desafección entre una parte de la sociedad catalana y otra de la española, mediante un clima de comprensión y cordialidad. Para ello sería preciso un plan de cooperación cultural y desarrollo de los mutuos valores históricos a promover desde Madrid y Barcelona con la cooperación de importantes instituciones de la sociedad civil
SE presenta 2017 como un año crucial en nuestro devenir histórico. Tras la agitada convulsión gubernativa del 16, nos corresponde ahora consolidar la recuperación económica sobre la base de un presupuesto consensuado, reducir en más de 500.000 el número de parados, incrementar las medidas de solidaridad con los más desfavorecidos, asentar las bases de un pacto educativo, y precisar la ruta de una reforma pactada de la Constitución. Pero de todo este amplio programa, el llamado proceso soberanista de Cataluña es el principal foco de tensión política para los próximos doce meses.
El Gobierno de la Nación ha anunciado un cambio de actitud, por fin, y está pasando del tratamiento jurídico del tema al político, basado en el dialogo y en la búsqueda de vías para el entendimiento.
La Generalitat mantiene su hoja de ruta, con criterios dispares entre los grupos que promueven el soberanismo y con una propuesta de unidad política y social por un referéndum pactado en una fecha aún nebulosa del mes de septiembre, mientras en la sociedad catalana se observa una profunda división en las familias, en los entes empresariales y en instituciones diversas.
En el momento actual todas las vías son posibles: el encuentro lento y gradual o el choque de trenes; la montaña de recursos en el Tribunal Constitucional o el vacío político ante la desobediencia civil; la negociación rápida de las 45 propuestas de Puigdemont o la aplicación graduada del artículo 155 de la Constitución.
Ante estas graves incertidumbres sólo hay un camino serio, realista y esperanzador: el diálogo, la concordia y el acuerdo. En el conjunto del país la opinión abrumadoramente mayoritaria en todas las personas y entidades con sentido de la historia, del bien común y de la integración europea apoya decididamente esa línea.
Y este dialogo puede orientarse hacia tres acuerdos finales. El primero debe versar sobre los muchos e importantes problemas acumulados en lo que podríamos llamar «la gobernación ordinaria». Se resume en las 23 propuestas de Artur Mas a Rajoy el 20 de julio de 2014, ahora transformadas en las 45 de Puigdemort. Se refieren a temas básicos de economía, infraestructuras, políticas sociales, Administraciones Públicas, lengua y cultura, modificaciones fiscales y otros asuntos relevantes. Para muchas de estas cuestiones hay canales de diálogo y solución. Por ellas habría que empezar.
El segundo debería ser un acuerdo de cooperación institucional entre los gobiernos de la Nación y la Generalitat para abordar los principales desencuentros. Es absolutamente imprescindible superar la desafección entre una parte de la sociedad catalana y otra de la española, mediante un clima de comprensión y cordialidad. Para ello sería preciso un plan de cooperación cultural y desarrollo de los mutuos valores históricos a promover desde Madrid y Barcelona con la necesaria cooperación de importantes instituciones de la sociedad civil radicadas en ambas ciudades. Asimismo es urgente suavizar o resolver los numerosos conflictos jurídicos existentes sobre las sentencias del Tribunal Constitucional. Asimismo se deben realizar los estudios que lleven a una revisión consensuada del Estatut de Cataluña.
Y el tercero, el pacto sobre «un gran proyecto de futuro integrador de la España Común», que fortalezca la democracia en el periodo 2017-2020. Este pacto se desarrollaría gradualmente sobre los grandes temas pendientes: consolidación de la estructura territorial del Estado, con redefinición de competencias y modificaciones a consensuar en el Título VIII de la Constitución; regeneración democrática; reducción de las estructuras administrativas, pacto sobre la educación; aprobación del nuevo sistema de financiación de las Comunidades Autónomas y un vigoroso plan de empleo juvenil. El catedrático Santiago Muñoz Machado ha coincidido con esta propuesta: «Consensuar una gran reforma que mejore lo establecido, recree la legalidad constitucional, fortalezca las instituciones y rearme a los políticos y ciudadanos con nuevas ilusiones».
Recientemente la Sociedad Barcelonesa de «Amics del Pais» ha publicado un excelente informe sobre, «El año 2016, del bloqueo y la confrontación a la imperiosa necesidad de dialogo», avalado por destacadas personalidades catalanas: Miquel Roca, Jaume Giró, Joan Majó, Javier Godó, Josep Caminal, Carlos Duarte… Recomiendo vivamente su lectura. Consta de cuatro apartados: populismo y crisis económica; el bloqueo español; las malas relaciones entre economía y política; y la cuestión territorial. En su apartado político se apela a la «imperiosa necesidad de dialogo entre el Gobierno la Generalitat», advierte de que «entrar en la vía de la desobediencia generará problemas y causará dificultades», y subraya que «lo más inteligente sería llegar a un pacto transaccional entre el Gobierno y la Generalitat».
Este proceso de dialogo ya se ha iniciado, con luces y sombras, pero sólo se logrará el Acuerdo entre ambas partes, si hay una actitud valiente y generosa en busca del pacto entre la mayoría de los partidos e instituciones implicados en el proceso.
En el otoño de 1977, negocié, en representación del presidente Suárez, con Josep Tarradellas y con los principales dirigentes políticos catalanes el Acuerdo de Perpiñán que supuso el restablecimiento de la Generalitat y el retorno del «Honorable President». Este Acuerdo se adoptó por unanimidad el 28 de septiembre y ha supuesto para Cataluña el más largo periodo de democracia, libertad, progreso económico y desarrollo cultural y social de su historia. Tarradellas en su célebre discurso «Ja soc aquí» pronunció esta frase emblemática: «Nosotros hemos de ser la avanzada del bienestar, de la prosperidad y de la democracia de todos los pueblos de España». Y Adolfo Suárez le contestó al día siguiente con esta afirmación: «El hecho catalán, el hecho de un pueblo con personalidad propia y perfectamente definida, el hecho de una comunidad resultante de un proceso histórico que le confirió carácter y naturaleza propia dentro de la armonía de la unidad de España».
Cuando llegamos al cuarenta aniversario de este momento crucial de nuestra democracia invito a celebrarlo no con un imposible referéndum que solo puede dar como resultado la división y el enfrentamiento, sino con un gran Acuerdo de paz y de concordia. Para esto será necesario que las Instituciones y los partidos políticos negocien con inteligencia y con paciencia, con discreción y sin exhibicionismos, con seriedad y con rigor y sobre todo con un profundo conocimiento y amor a Cataluña y a España.