HENRY KAMEN-EL MUNDO

El autor desmonta la confusión creada por el populismo periodístico y algunos historiadores sobre las supuestas similitudes entre los casos catalán y escocés, diferentes tanto en su desarrollo como en su actitud ante la UE.

MI PRIMER EMPLEO después de graduarme en Oxford fue trabajar en Escocia, donde durante tres años disfruté del placer y satisfacción de enseñar en una de las mejores universidades de Europa. Mi último trabajo como profesor universitario fue en Cataluña, donde tuve la suerte de trabajar junto a colegas en el hermoso entorno del Mediterráneo. La experiencia prolongada de vivir y trabajar en estos países me ha facilitado comprender lo que tienen y lo que no tienen en común. De hecho, los dos países se equipararon a la vista del público sólo por la convicción de Jordi Pujol hace unos años de que Escocia pronto obtendría su independencia y de que Cataluña seguiría rápidamente su ejemplo. Pujol gastó mucho tiempo y dinero desarrollando sus vínculos con los escoceses. Como en muchos otros aspectos, sin embargo, estaba equivocado, y la independencia nunca se convirtió en realidad. Esta misma semana de 2018 el extraño fenómeno del ex presidente Puigdemont haciendo un discurso público en Edimburgo en busca de apoyo para la independencia catalana, demuestra lo poco que ha cambiado la situación.

Me intriga descubrir que un colega, el historiador británico Elliott, haya combinado un estudio de ambos países en su última publicación, Catalanes y escoceses: unión y discordia. Al igual que todos sus libros, este está escrito con erudición y cuidado, y pocos lectores pueden estar en desacuerdo con sus conclusiones. Sin embargo, hay algunas preguntas que surgen. Soy de la opinión de que Cataluña no tiene nada en común con Escocia, y un lector español que abra el libro con el deseo de aprender sobre Cataluña tendrá dificultades considerables para comprender las complejidades de la larga y diferenciada historia de Escocia. Opino que también es un error intentar una comparación de las dos naciones. Escocia y Cataluña nunca han compartido la misma historia, cultura, economía o aspiraciones, y cualquiera que haya vivido en ambos países puede reconocerlo de inmediato.

En otras palabras, estudiar el caso de Escocia puede no ayudarnos a entender Cataluña, y estudiar el caso de Cataluña puede no ayudarnos a entender Escocia. Ese, creo, es el principal problema que emerge en el libro de Elliott. Las palabras preliminares del autor admiten francamente que lo que ambos países tienen en común es el controvertido asunto de un referéndum. Nada más. A partir de ese momento, el libro sigue dos caminos completamente diferentes. Es un buen análisis de dos casos diferentes, pero los casos son tan dispares que no logran coherencia cuando se combinan en el mismo libro. Son historias paralelas, pero historias paralelas que no nos ayudan a comprender el significado de cada una de ellas. La disparidad se hace muy evidente en la última sección del libro, donde ninguna de las afirmaciones que hace el autor sobre una región tiene aplicación alguna para la otra región. Una de sus conclusiones, por ejemplo, es que los separatistas catalanes se han «puesto fuera de la ley y la Constitución», pero esta declaración, por supuesto, no tiene nada que ver con la evolución del caso de Escocia.

Sin embargo, la falta de una relación directa entre Escocia y Cataluña no ha impedido el desesperado intento del Govern de Cataluña de intentar obtener más publicidad a través de Escocia. De hecho, en los últimos meses, el movimiento separatista escocés, alentado en parte por el dinero catalán, ha fomentado deliberadamente la confusión en Escocia sobre lo que realmente está sucediendo en Cataluña. Parece que la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, acaba de acordar realizar una visita oficial a Cataluña para apoyar al jefe del Gobierno regional catalán, Torra. Sturgeon ha emitido una declaración llamando a la «democracia y diálogo» en Cataluña.

Ella tiene la fortuna de recibir el apoyo de un puñado de periodistas británicos, que de manera consistente, especialmente en el periódico The Guardian, han apoyado la causa separatista catalana. Uno de ellos, Kevin McKenna, ha llegado a describir al Gobierno de Madrid como «sucesores de Franco», ansiosos por destruir la libertad en España. «En la Guerra Civil española», escribe, «549 voluntarios escoceses lucharon contra Franco y sus fascistas después de liderar una rebelión contra el resultado de unas elecciones democráticas». Sus cifras pueden ser erróneas (entiendo que unos 2.400 escoceses lucharon contra los republicanos en la Guerra Civil española), pero son irrelevantes para su verdadero propósito. En su artículo en The Guardian, McKenna desafía audazmente al Gobierno franquista de Madrid diciendo que si los españoles quieren guerra, los escoceses estarán más que felices de complacerles («If the Spanish want a scrap, the Scots will be only too happy to oblige them»). Él prevé que habrá muchos voluntarios escoceses que vendrán a rescatar a los catalanes en su lucha por el derecho a una elección democrática.

Este nivel de populismo periodístico demuestra que no importa cuántos libros eruditos puedan escribir nuestros historiadores, hay populistas que se negarán a mirar los hechos simples. Ha habido un fuerte apoyo para los separatistas catalanes en Escocia, pero gran parte de ello se basa en un completo desconocimiento de Cataluña y de España. Un miembro del Gobierno escocés ha declarado firmemente que el referéndum de 2017 en Cataluña fue completamente legal y fue apoyado por la Carta de la ONU, cuando cualquier referencia rápida a los hechos habría confirmado que ninguna de las afirmaciones era cierta. Un periódico pro separatista en Escocia, el National, ha apoyado constantemente a los separatistas catalanes, con el resultado de que el departamento de publicidad del Govern en Barcelona hace uso de sus informes de prensa y continúa proclamando que toda Escocia apoya la independencia de Cataluña.

HAY UN ASPECTO importante del grado de apoyo en Escocia sobre el cual la propaganda del Govern no nos dice nada. Como un periodista en el periódico principal de Escocia, The Scotsman, ha comentado: «La rutina de ondear banderas catalanas por parte de los partidarios de la independencia en Escocia, ignora la complejidad de la situación y establece comparaciones falsas con Escocia». Los nacionalistas escoceses, de hecho, desean firmemente trabajar en el marco de la Unión Europea, que ofrece a Escocia el mejor futuro para su economía fuera del Reino Unido. Por lo tanto, miran con atención todas las posibles repercusiones que la situación catalana pueda conllevarles y, previsiblemente, están más preocupados por el futuro del Brexit que por el futuro de Puigdemont. Por su parte, los separatistas catalanes no tienen interés en el Brexit, y han expresado constantemente su hostilidad tanto hacia Europa como hacia la UE. No tienen paciencia con las regulaciones europeas, la ley europea o la economía europea.

Por lo tanto, es engañoso tratar a Escocia y Cataluña como si tuvieran el mismo problema. No lo tienen. Los separatistas catalanes estarían felices de vivir solos fuera de España y fuera de Europa. Los miembros del partido CUP lo han dicho de manera explícita. Los escoceses, sin embargo, quieren Europa y quieren la UE. Es por eso que se puede esperar que Escocia tome decisiones inteligentes. Cataluña, por el contrario, no está interesada en tomar decisiones políticas, y está más preocupada por llenar las calles de la ciudad con lazos amarillos y con esteladas en apoyo de la república.

Henry Kamen es historiador británico. Entre sus libros se encuentra España y Cataluña. Historia de una pasión (La Esfera de Libros, 2014).