El ganador de las elecciones ha dicho que su empeño estará dirigido a que Catalunya se haga respetar. De todos es sabido que el respeto se gana, no se exige. Se puede ser muy respetado si se sigue siendo miembro de una comunidad, aunque crítico, y dejar de ser respetado del todo abandonando la comunidad. Lo mismo vale para el reconocimiento.
Ya se celebraron las elecciones y los catalanes hablaron. Pero los que más están hablando de nuevo son los partidos políticos que operan en Catalunya. Por eso, el título que se refiere a Catalunya no sé si es correcto, porque Catalunya probablemente no solo es lo que aparece en la opinión de los partidos políticos que hablan de ella.
Desde la distancia: quiere decir la distancia que, en el caso de quien escribe, se ha ido acrecentando en los últimos años. Desde una sensación de cercanía y simpatía profundas, a una sensación que no significa lo contrario, sino fundamentalmente dificultad para entender lo que está sucediendo en Catalunya. O quizá mejor: no se trata de dificultad para entender lo que está ocurriendo en Catalunya, sino de dificultad para entender las reacciones que parecen mayoritarias en los partidos políticos y que articulan la reflexión sobre lo que está sucediendo en Catalunya.
La mejor manera de responder a esa creciente distancia, a esa creciente dificultad para entender la articulación de esas reacciones, podría ser, probablemente, la de callarse. La mejor manera de responder a esa creciente distancia podría ser la de aceptar el veredicto de la parte de la opinión catalana publicada que dice que quienes han sido críticos con la forma de plantear y llevar adelante todo lo referido al nuevo Estatut, incluido el discurso que se ha convertido en oficial al respecto, responden a un anticatalanismo profundo, que pertenecen a la caverna mesetaria, a un profundo nacionalismo español conservador y de derechas. Sea.
Uno se pregunta, además, qué sentido tiene preocuparse por otros vecinos de la casa común si no está seguro de que quieran seguir siendo vecinos suyos, si quieren seguir habitando en la misma casa o están esperando la mejor ocasión para salir de ella e independizarse como hacen los hijos en cuanto tienen esa oportunidad. Pese a todo, y desde la posición de compartir una lengua común, que no es ni la específica de Catalunya ni la lengua de familia de quien escribe, uno sigue aferrado a la idea de que aún compartimos algo. Desde esa idea, quizá ilusoria, uno se hace algunas preguntas.
¿Por qué cualquier crítica a los planteamientos que hace el nacionalismo catalán, o el catalanismo, es tildada de anticatalanismo? Uno se atreve a pensar que lo más democrático de las constituciones, la garantía de las libertades y derechos fundamentales, vale también y sobre todo para la libertad de no estar sometido a una ortodoxia dogmática que define lo que es ser buen catalán, buen vasco, buen español. Alguien escribió hace años -John Dewey- que lo que más se necesitaba en su tiempo era creatividad e innovación, pero que ni la una ni la otra eran posibles sin crítica, especialmente sin autocrítica. ¿Cómo es posible la crítica y la autocrítica si la opinión pública de una sociedad como la catalana se inmuniza frente a cualquier crítica?
¿Está prohibido pensar que el nuevo Estatut no plantea una federalización de España, sino que tiende a una confederalización del Estado? ¿No es posible, e incluso obligado, tratar de diferenciar el federalismo del confederalismo? Uno puede entender el argumento de que la política de inmersión lingüística en catalán es muy efectiva. Uno puede entender el argumento de que buena parte de la población catalana acepta dicha política. ¿Pero es tan difícil de entender que haya quienes no acepten el argumento de que la alternativa a la política de inmersión sea la segregación escolar en comunidades lingüísticas, como si la utilización en alguna medida pequeña del español como lengua vehicular forzara la segregación escolar en comunidades lingüísticas, que no lo hace?
Es perfectamente entendible que la solidaridad interregional deba tener límites, al igual que la solidaridad entre distintas comarcas de un mismo territorio. Es fácil de compartir que la financiación autonómica es un caos, que existen en el sistema parásitos, aunque los que habitualmente se nombran no sean los mayores. ¿Pero no se pueden plantear estos problemas de cara, sin poner permanentemente en cuestión el conjunto del sistema constitucional? El ganador de las elecciones ha dicho que su empeño estará dirigido a que Catalunya se haga respetar. De todos es sabido que el respeto se gana, no se exige. Se puede ser muy respetado si se sigue siendo miembro de una comunidad, aunque crítico, y dejar de ser respetado del todo abandonando la comunidad. Lo mismo vale para el reconocimiento.
Parece que para algunos la solución al problema del PSC pasa por conseguir mayor autonomía respecto del PSOE. Poco vale mi opinión al respecto. ¿Esa autonomía o independencia respecto del PSOE significa querer implicarse en el conjunto de España de una forma diferenciada, o significa desentenderse del conjunto y mirar exclusivamente por los intereses de Catalunya? Lo izquierdista y lo democristiano antaño resaltaba la unión más allá de las propias fronteras, superándolas, rebajando su valor y significación. Antaño se entendía la política como la fuerza de la unión. ¿Estamos tan seguros de que nada de eso vale ya?
Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 11/12/2010