Juan Fernández-Miranda-ABC
- Dicen en Moncloa que gracias a Sánchez se le ha dado la vuelta al desafío catalán, pero las cosas son lo que parecen
Pienso en Carles Puigdemont y en Pedro Sánchez y me vienen dos frases a la cabeza. La primera se la escuché hace muchos años a Pedro Jota: «Si anda como un pato, tiene pico como un pato y hace ‘cua cua’, es un pato». Dicho de otro modo: las cosas son lo que parecen. Y, claro, recuerdo al prófugo dando un mitin en Barcelona mientras Sánchez toma el sol y pienso: es obvio que hay un pacto. Cua.
En un debate electoral en 2019 Sánchez dijo: «A ustedes, señor Casado, se les fugó Puigdemont y yo me comprometo aquí y ahora a traerlo de vuelta a España y que rinda cuentas ante la Justicia española». Visto lo visto, ¿se puede ser más hipócrita? Ha pasado exactamente lo contrario y Sánchez sigue de vacaciones: el prófugo ha reaparecido en España con luz y taquígrafos y acto seguido ha desaparecido humillando a las fuerzas de seguridad ante la pasividad del Gobierno. Y aquí me viene la segunda frase. Es de una buena peli de acción americana, ‘El caso Slevin’: «Cuando alguien te llame caballo, le insultas. Cuando otro te llame caballo, le pegas; cuando un tercero te llame caballo, cómprate una silla de montar». Dicho de otro modo: escucha a los demás. Y me pregunto: ¿no hay tres personas de su confianza que le hayan dicho a Sánchez que es un hipócrita? No hacen falta insultos mayores, porque aunque es verdad que es posible gobernar desde la hipocresía, las consecuencias a largo plazo son demoledoras en tres ejes en los que Sánchez cae en picado: la autoridad moral, la confianza de los ciudadanos y la gobernabilidad. Tratándose del presidente y teniendo en cuenta la colección de líneas rojas que ha traspasado, es obvio que le da igual, ya sea por carencia de límites morales, ya sea por ausencia de empatía. Sánchez es lo que parece.
Este verano releo algunas Terceras de ABC. El político Fernando Suárez, que falleció este curso, escribió que la política no es «el arte de negociar la conveniencia propia» sino «la profesión de hacer bien a muchos, aun con pérdida propia». La primera frase es del Padre Feijóo, pensador ilustrado del siglo XVIII que nada tiene que ver con el líder de la oposición. La segunda es del beato Juan de Ávila, del siglo XVI. Parece que a Pedro Sánchez le va más la primera, la del padre Feijóo, como él mismo dijo cuando decidió rehabilitar al prófugo Puigdemont a cambio de siete votos: «Hay que hacer de la necesidad, virtud». Ay, la conveniencia propia.
Dicen en La Moncloa que gracias a Sánchez se le ha dado la vuelta al problema catalán, y es verdad: hemos pasado del «Espanya ens roba» al «Catalunya ens roba». Lo primero era una ensoñación, lo segundo es una amenaza real que el presidente entrega a los independentistas. Ese es el mérito de Sánchez: seguir amasando poder mientras la política española se convierte en una sucesión de patos graznando y una creciente masa de votantes espera a que alguien en el Gobierno o en el PSOE le regale a Sánchez una silla de montar que ponga fin a este mal sueño en el que todo es lo que parece. Cua.