Manuel Martín Ferrand, ABC, 13/10/12
La efervescencia separatista —tan costosa, tan estéril— anda en el fondo de la inquietante inversión de valores que padecemos
APABULLA pensar que lo más relevante en la liturgia conmemorativa de la Fiesta Nacional fue un desfile militar «austero y sin abucheos». Bien está lo primero porque, crisis aparte, el laconismo es parte esencial de la milicia; pero que hayamos llegado a un extremo en el que la carencia de pitos constituya un signo de distinción habla bien a las claras del nivel de desintegración nacional y cívica que padecemos. Mala, pobre y dividida fue la España que mi generación recibió de sus padres; pero tengo la sensación creciente y culpable que será peor la que le entregaremos a nuestros hijos y nietos. Es un hecho cierto que el jibarizado desfile con que el Ejercito celebró este año la fiesta del 12 de Octubre no dio pie, como en años anteriores, a gestos de protesta de difícil interpretación ni el alboroto encontró sitio en sus inmediaciones. No es que el alma de la Nación se serene; sino que su cuerpo cívico está fatigado del griterío, unas veces a favor y otras en contra, con que solemos celebrar nuestras victorias, generalmente deportivas, y nuestras derrotas, por lo común económicas y sociales.
La efervescencia separatista —tan costosa, tan estéril— anda en el fondo de la inquietante inversión de valores que padecemos. Artur Mas, gran catalizador del desastre presente, quiere preguntarle a sus paisanos: «¿Desea usted que Cataluña sea un nuevo Estado en la UE?». No cabe planteamiento más torticero en solo una docena de palabras. La autoridad que, retorciendo la Ley hasta dejarla hecha unos zorros, podría autorizarle a preguntar algo así emana de la Constitución vigente en la que, sin interpretaciones posibles, Cataluña es una parte del Estado español que es, a su vez, parte de la UE. Pero, además, ¿desea la UE que Cataluña sea un nuevo Estado y que, de llegar a serlo, se incruste en el tasado inventario de la Unión?
Mas, acorralado por la herencia que recibió del tripartito y demostrada ya su incapacidad para encarar eficazmente el problema económico de su competencia y jurisdicción, quiere «llevar al huerto» a los catalanes. Olvida que fue Celestina, no Calixto, la que, de verdad, llevó al huerto a Melibea. No le bastará con poner cara de víctima y supervisar una ucronía sin cimientos históricos en la que la saña constituye mérito y en la que se llega, con cargo al Presupuesto y en una televisión pública, a organizar una irrespetuosa balasera contra el Rey y otros ciudadanos de diversa condición, más golfos cuanto más próximos en militancia y subordinación. Mas reclama para Cataluña un respeto que él no otorga a los demás. Le acompaña un coro de empresarios catalanes que, paradójicamente, obtiene la mayoría de sus beneficios fuera de Cataluña y se arrima al calor del poder y sus canonjías. Estoy haciendo una lista…
Manuel Martín Ferrand, ABC, 13/10/12