David Gistau-El Mundo
LA ACEPTACIÓN por parte de los españoles de su Leyenda Negra determina el éxito mayor jamás alcanzado por una propaganda de guerra: convenció incluso a aquellos contra los cuales estaba hecha, que por siempre convertirían la mortificación en la penitencia de su gloria. Algún mecanismo mental opera de igual forma en gran parte de la derecha sociológica en democracia, abrumada por el complejo de culpa posfranquista que la izquierda jamás se olvida de regar periódicamente. El caso es que asumió su Leyenda Negra y ansía hacerse perdonar el mero hecho de existir practicándose la poda japonesa para no pasar de bonsái, para no escandalizar proponiendo otro orgullo que el tecnocrático de la buena gestión –con principios fiscales socialdemócratas–. Así se da la circunstancia, reveladora de un aplastamiento intelectual, de que los partidos de izquierda son mejores cuanto más de izquierda son –cuanto más sectarios y doctrinales–, mientras que a los de derecha el manejo de valores propios los hace monstruosos. Incluso cuando la piedra angular es la palabra libertad, tan difícil de escribir sin agregarle una mayúscula.
Más allá de lo cohesionador que haya resultado el rechazo a SSS y a cualquier spin-off marianista, el discurso de Casado, monstruoso en los términos antes referidos, ha encontrado un contexto propicio por la coincidencia de tres factores: una depresión en la derrota que en realidad ya venía germinando en la victoria de los estériles, unos cuantos problemas políticos gravísimos para los cuales la socialdemocracia de Sánchez se está autodescartando como solución por culpa de sus dependencias y sus mendicidades de supervivencia, y un momento social en Occidente donde la función policial de la corrección y la moral oficial se ha vuelto más asfixiante que nunca, de igual forma que los castigos por desafiarla son ya de una dureza colindante con la liquidación civil. Esto último explica la utilidad como cauce de desahogo y liberación de algunos personajes excéntricos que no habrían surgido en Occidente hace 20 años.
En este contexto, un partido burgués, de orden y ley, vocacionalmente de conservación, se convierte de pronto, ante el engendro urdido por Sánchez durante la moción, en una fuerza insurgente, en lo político y en lo moral, que no esperaba tener que jugar un papel tan emocionante intramuros del sistema. Tampoco lo esperaba el Rey. Se comprende que las catapultas de la izquierda hayan comenzado de inmediato a lanzar la palabra facha.