Manuel Montero-El Correo
- Al PNV le perjudica un estilo político antipático, con dificultades para detectar las demandas ciudadanas
Todo ha cambiado, pero todo sigue igual. Bildu alcanza al PNV en parlamentarios y la lucha entre nacionalismo moderado y radical la gana el primero a los puntos, por número de votos, pero su hegemonía peligra. La satisfacción por la gestión del Gobierno de Urkullu (la aprobaban ocho de cada diez vascos) no se ha traducido en votos, al menos por la parte nacionalista, con la que se identifica al Gobierno vasco.
Probablemente el prestigio de Urkullu estaba por encima del PNV. Este ha salvado los muebles, pero lo ha hecho por la mínima y a la baja. Le perjudica un estilo político antipático, con tendencia a la arrogancia y dificultades para detectar las demandas ciudadanas. Un ejemplo: la crisis de Osakidetza, que afronta con medidas que parecen diseñadas para contentar a sus compromisos y no las necesidades de la población.
Tras tantos años en el poder, se le va desgastando el aura nacionalista que era como un pararrayos. Hay dos problemas de fondo: el PNV se ha convertido en un partido que se confunde con un régimen y esto repele a la ciudadanía; en segundo lugar, sus esfuerzos ideológicos se han volcado en el soberanismo y no en el modelo de país que busca, salvo en que lo quiere nacionalista a raudales. Quizás sucede que, contra lo que cree el PNV, a su potencial votante le interesan sanidad, educación, seguridad, economía y esas minucias; le gusta que le den explicaciones y tener la sensación de que el Gobierno sabe hacia dónde va, sin conchabeos ni condicionamientos internos. En tiempos, los burukides imponían respeto, por ese aire de druida que los rodeaba, pero ha pasado su época. Ahora los cocineros tienen más prestigio que los burukides. ¿El PNV ha percibido el cambio?
Algo le falla al PNV cada vez que decide cambiar de lehendakari -siempre pierde parlamentarios-, azar que no suele ser decisión del electorado, sino del EBB, órgano de raro ojo avizor. El relevo de Garaikoetxea por Ardanza le hizo bajar de 32 a 17 parlamentarios, lo que se explicó por la escisión. Ardanza recuperó hasta los 22 representantes. Su relevo por Ibarretxe no le fue muy costoso, pues solo le hizo perder un parlamentario y le compensaría para iniciar la vía soberanista. Ibarretxe subió de los 21 de 1998 a los 30 de 2009, aunque el ascenso estuvo acentuado por la falta de la izquierda abertzale en las elecciones. La llegada de Urkullu rebajó los parlamentarios, que se quedaron en 27 y que dos legislaturas después habían subido a 31. Al EBB le habrá entrado algún vértigo: ha prescindido de Urkullu y han vuelto a 27.
Se dirá que el ascenso de Bildu es producto de su moderación independentista. También del olvido
Los cambios que induce el EBB, no siempre de objetivos nítidos, consiguen que ningún lehendakari pierda las elecciones, pero también desperdicia electoralmente el prestigio que haya acumulado.
El desplome de Podemos explica en parte el éxito de Bildu, que se lleva casi todos los votos de esa izquierda. Se dirá que su ascenso, tras el que tiene al PNV a tiro de piedra, es fruto de su moderación independentista y de su conversión a posicionamientos sociales. También del olvido. Un tercio del electorado vasco (32,5%) vota una opción cuyas conexiones con el historial terrorista son obvias. No solo ha quedado perdonada de su pasado, sino que el éxito electoral da por bueno -es decir, apoya- su actual enaltecimiento de la violencia. Al final, socialmente ETA se ha salido con la suya y han perdido los demócratas, las cosas como son, pues casi todo el resto del arco parlamentario es neutral al respecto.
Al éxito de Bildu en convertirse en una alternativa ha contribuido el blanqueamiento que le han realizado PNV y PSOE, que lo han tratado como un partido normal sin pedirle ninguna deslegitimación del terrorismo. Ha tenido algo de esperpéntica la campaña electoral cuando ambos se han lanzado a exigir a Bildu su condena de ETA como organización terrorista. A buenas horas, mangas verdes. Llevaban al menos una legislatura haciendo caso omiso de esta circunstancia, pactando con ellos, alegando algún socialista que contribuía al éxito progresista, como para que a última hora funcionara su indignación por la torpeza con que el líder de Bildu dijo sobre ETA lo que todos sabíamos que piensan los líderes del movimiento y en general sus votantes.
Efectivamente, todo sigue igual, pero todo ha cambiado. El PNV necesita regenerarse para suscitar algún interés en las nuevas generaciones. Es difícil para un partido al que se identifica con un régimen ya longevo y cuya capacidad de reclutamiento se confunde con su capacidad de colocación. Además, notará la presión de Bildu, que no llama a ETA organización terrorista, calificativo que el PNV ha rehuido siempre en lo posible, por lo que en esto está ideológicamente mal armado. Y queda en manos del PSOE, que podría amagar con un Gobierno «progresista» (con Bildu) y dejarlo compuesto y sin novio.