Fernando Gutiérrez Díaz de Otazu-El Debate
- Lo que anima a la acción política de este gobierno no es la resolución de los graves y múltiples problemas que afectan al común de la ciudadanía, sino el diseño de argumentarios electoralistas que les garantice la permanencia en el poder
Cuando uno trata de analizar, de la manera más desapasionada posible (nadie es ajeno a su propia perspectiva de la realidad), los principios que animan y definen la línea argumental de la realidad política de nuestro país, nos encontramos con que, en lugar de principios, lo que define la actitud del Gobierno de la nación, el principal partido que lo sustenta, el Partido Socialista Obrero Español o su principal socio de gobierno, Sumar, lo que realmente anima su acción política no es la resolución de los graves y múltiples problemas que afectan al común de la ciudadanía, sino el diseño de argumentarios electoralistas, sin límite, cuya utilización, de ser posible, les garantice la permanencia en el poder, independientemente de cómo le vaya con ello a la sociedad española.
En su afán por conseguir lo que coloquialmente se denomina como «salvar los muebles», ocultando, para ello, la inoperancia del Gobierno configurado al comienzo de la presente legislatura, así como los asuntos judiciales vinculados a la llamada trama de las mascarillas del Sr. Koldo García o del presunto tráfico de influencias y de corrupción vinculados a la mujer del presidente del Gobierno, nada mejor que tratar de aniquilar al adversario político culpándole de generar la información que los medios de comunicación y los tribunales analizan y la mayor parte de la ciudadanía mira con indisimulado hastío.
El único objetivo realmente aglutinante de la coalición de gobierno y de sus socios de investidura, los que hicieron posible la constitución del actual Gobierno, es el mantenimiento de sus respectivos resortes de poder, entregándose, para ello, con dedicación, a la mera destrucción de la credibilidad de todo aquél que no respalde, incondicionalmente, su perniciosa deriva.
Ante la dificultad para armonizar adecuadamente lo que se sostenía antes de la llegada de Pedro Sánchez al Gobierno, cuando el Partido Socialista Obrero Español tenía límites a su actuación política (lo que ellos denominaban líneas rojas), que incluía el no pactar gobiernos con la extrema izquierda y qué decir de los independentismos segregacionistas y rompedores de la igualdad entre los españoles, a lo que se vino después, cuando todo era asumible y los límites de ayer no permitían «hacer de la necesidad virtud», como manifestó el presidente del Gobierno después de las elecciones del 23 de julio, no había más opción que cerrar filas con la postura personal del líder que, por encima de los órganos de debate democrático del partido, pasaba a constituirse en un auténtico caudillo que, so pretexto de conseguir el poder a toda costa, les proporcionaba las ideas magistrales que sólo los caudillos provistos de un carisma inapelable (ciertamente inapelable) son capaces de imaginar y aportar a las organizaciones a las que lideran.
Esta semana se ha culminado, gracias al ejercicio de ese caudillismo inapelable, que ha permitido al independentismo catalán aparentar que han conseguido una victoria humillante sobre España, la aprobación de la Ley de Amnistía en el Congreso de los Diputados por una mayoría ajustada. 177 a favor y 172 en contra, lejos de la cualificada mayoría que el cacareado, por el ministro Bolaños, dictamen de la Comisión de Venecia aconsejaba para este tipo de decisiones. Digo que aparentar una victoria por que eso es lo que es esta ley. Una mera apariencia de victoria y ellos lo saben. En todo caso, si ha supuesto una victoria, lo ha sido sobre el claudicante Partido Socialista Obrero Español, quien, por sometimiento a su caudillo, ha mutado masivamente (no en su totalidad) hacia postulados diametralmente opuestos a los previos al 23 de julio del pasado año.
No es esta la única mutación en la que el inapelable caudillo ha embarcado al partido que presume de 145 años de rectitud y solvencia al servicio de España. Aparte de los 7 votos intercambiados por la infame Ley de Amnistía con los independentistas catalanes, el Gobierno que el Partido Socialista conformó para esta legislatura se apoyó, igualmente, en los 6 votos de EH Bildu, formación política que «comprende» como indeseable, pero «desgraciadamente inevitable» la violencia a la que la banda terrorista ETA sometió a la sociedad española durante cerca de cincuenta años.
Hace un par de semanas se publicó el libro «Inocentes, las otras víctimas de ETA», publicado por el guardia civil que fuera víctima de ETA, Juan José Mateos, en el que se describe el sufrimiento de las viudas y huérfanos de aquellos que, sin justificación alguna, fueron asesinados por aquellos «héroes» del independentismo vasco. Relatos desgarradores de vivencias personales y colectivas a nivel familiar que a ninguna persona éticamente conformada debería dejar indiferente. Pero bajo el señuelo de que ETA ya no mata, acuñado por el caudillo, los sufrimientos y secuelas de estas personas que sobrevivieron a sus padres y maridos pueden ser ignorados y olvidados. Pero no. No pueden serlo. Los socialistas lo saben, aunque tratan de apartárselo de la conciencia para eludir el tener que justificarlo o explicárselo a sus hijos, padres, familiares o vecinos.
Ello sí que significa una mutación radical en la historia personal y colectiva de muchos socialistas, especialmente los que vivieron esto en el País Vasco. A mí me resultaría imposible vivir con ello sobre mi conciencia, lo reconozco.
El ejercicio de este caudillismo inapelable se vio absolutamente consagrado tras las pasadas elecciones del 23 de julio, en las que, tras perder las elecciones, vieron que, determinados cruces de líneas rojas como los descritos, les permitirían conservar el poder «a cualquier precio», independientemente de que el inapelable caudillo se pusiera todo por montera, incluso la candidez de sus seguidores cuando les engañó con la «carta del presidente enamorado». Al fin y al cabo, asumían de buen grado el engaño si era por la supervivencia política del «puto amo» (Óscar Puente dixit).
Debemos recuperar, con carácter de urgencia, la palabra para la ciudadanía española y hacerla valer sobre cualquier deriva a la que nos pueda conducir, como parece cada vez más evidente que puede ocurrir, el ejercicio puro y atropellado de este alocado e inconsciente caudillismo sin límites.