Ignacio Camacho-ABC
- Defender la democracia frente al fascismo suena mucho mejor que defender a las niñas de los abusadores convictos
La cuestión esencial de ‘lo’ de Valencia no es por qué Mónica Oltra se niega a dimitir sino por qué Ximo Puig se resiste a cesarla. (La Academia ya ha aceptado el uso transitivo). Ella ha explicado que no se va porque tiene que defender la democracia frente al fascismo, que es algo que suena incomparablemente mejor que, por ejemplo, defender a las niñas del acoso de abusadores convictos como su exmarido. Las personas de izquierda, como es notorio, se mueven por principios y se meten en política para asumir grandes compromisos. Y ante uno de esa clase se ha debido de quedar acongojado el pobre Ximo, sabiendo que si la destituye deja a la democracia inerme ante sus enemigos.
Ningún dirigente responsable prescindiría de una colaboradora imprescindible en un conflicto tan decisivo. Por eso la mantiene, no porque su despido, como sostienen los malpensados, pueda poner en peligro el Gobierno tripartito.
Pero como la política y el mundo en general están mal hechos, es probable que de todos modos tenga que echarla en algún momento para salvar su propio pescuezo. Aunque por ahora esté ganando tiempo, si el tribunal insiste en imputar a la vicepresidenta después de que preste declaración no habrá manera de sostenerla en el puesto. No por convicción, ni por respeto a unos códigos éticos que los partidos sólo redactan para aplicárselos a los disidentes o a los desafectos, sino porque alguien de más arriba se empeñará en ello para evitar que la opinión pública le apriete los pernos. Le echarán la culpa a los magistrados, peones de una conspiración ultraderechista, y ensalzarán la impecable arquitectura moral de Oltra proclamándola víctima de un atropello de la justicia. No como Rita Barberá, sometida a persecución hasta el último día de su vida, o como Paco Camps, culpable a todos los efectos y diga lo que diga pese a haber sido exonerado en una docena de causas distintas. La izquierda nunca se equivoca en sus denuncias intuitivas ni permite que la corrupción –de menores o de mayores– anide en sus filas. Privilegio progresista.
Por eso tampoco Compromís ha reclamado nunca a Puig explicaciones sobre las sospechas que pesan sobre su hermano. O sobre el caso Azud, en el que hay varios socialistas involucrados. Los pactos se firman para ser solidarios, en la dificultad y en la bonanza, frente a la oposición y ante los juzgados. Si un socio tiene problemas con la ley hay que darle amparo –nombre valenciano donde los haya–, y si lo condenan no queda más remedio que indultarlo. El sanchismo tiene a este respecto mala suerte con la selección de sus aliados: cuando no son presidiarios acaban resultando judicialmente problemáticos. Oltra goza de la presunción de inocencia que negó con reiteración y hasta crueldad a sus adversarios. Pero fue ella, en su benemérito combate contra el fascio, la que fijó el rasero que debería costarle el cargo.